La odiaba, pero una cosa es lo que su mente decía y otra, lo que su corazón gritaba en ese momento al verla en ese estado vulnerable. Los recuerdos de cuando eran niños y las pesadillas la atormentaban.
«¿Dónde quedó mi princesa atrevida que no se dejaba de nadie?», es inevitable no preguntarse al verla inconsciente y que con solo unas palabras ese hombre tuviera ese efecto en ella.
La señora del servicio no sale de la habitación, como si temiera que le hiciera daño. Izan la mira sin gracia alguna, negando, y en eso llega Pavel con el botiquín de primeros auxilios.
— Sabes lo que debes hacer. Quiero saberlo todo, hasta el más mínimo detalle, y también de ese imbécil. Quiero que le demos una visita amigable.
Pavel curva sus labios con malicia y asiente.
— Por supuesto, señor. La orden ya está en marcha.
El alcohol en el algodón arde al tocar la piel de Alana, pero ella apenas lo nota. Sus mejillas enrojecidas y su cabello rubio esparcido sobre la almohada la hacen parecer un pequeño ángel. Pavel, el hombre de confianza de Izan, se mantiene a distancia, consciente de la tensión en la habitación.
Segundos después, Alana comienza a recobrar la conciencia, sosteniendo su cabeza entre las manos, el mareo la abruma. Pavel, a regañadientes, le pide a Marta que salga de la habitación para darles privacidad. La escena es intensa y cargada de emociones, su conexión es única y cuando sus miradas se encuentran el mundo parece detenerse. Izan, quien la observa con una mezcla de preocupación y nostalgia, y Alana se pierde en su mirada, sintiendo cómo su corazón azota, su pecho sin piedad; su largo cabello está suelto y sus tatuajes a la vista provocando sensaciones desconocidas para ella.
— Me alegra que mi belleza te haga sentir mejor — la molesta y Alana incorpora en la cama de golpe —, porque ahora me dirás qué está pasando, Alana, o ten por seguro que yo mismo iré a buscar las respuestas.
La amenaza hace temblar a Alana que se abraza a sí misma. Lo que menos desea es que Izan o su familia descubran lo que oculta; la odiarían y sus padres nunca la perdonarían.
— ¡No estás en el derecho de amenazarme! ¿¡Ahora te importo!? ¡Deja de ser hipócrita! ¡Tú me dejaste, te fuiste! ¡No me explicaste qué hice mal — cada grito la hace estremecer, hacía tanto que quería tenerlo al frente para hacerlo —, me dejaste, me dejaste! ¡Eras mi mejor amigo, mi apoyo, eras el niño que no le importó darle su comida a una niña llena de traumas, Dios, Izan! — se quiebra y sus lágrimas comienzan a caer —, me dejaste cuando más te necesité, cuando unos mellizos me quitaron el amor de mi padre... ¿Sabes quién siguió ahí a mi lado, aguantando mis malos tratos, mi dolor y pataletas por no tener el cariño de los dos hombres que más quise en mi vida? Jasiek…
Se pone de pie y sus palabras son dagas que van directo al corazón de Izan. Él la agarra del codo cuando intenta salir de la habitación. Aunque su mirada está cegada por la ira, no puede evitar notar sus blancas piernas y firmes piernas, están definidas con delicadeza y perfección.
— Ese mismo hombre al que tu prometido le estaba quitando el título que tiene. Mi tío es tu padre y sé que algo sucede, lo sé.
Alana suelta un bufido y niega, soltándose de su agarre que quema.
— Solo dirás eso...
— ¿Qué quieres que te diga? — gruñe Izan, deseando levantarse y acorralarla contra la pared. Baja la mirada y una cola peluda se desliza debajo de la cama y frunce el ceño con asco antes de continuar—, al final, mi partida fue buena para ti, ¿o no? Y sabes que no recuerdo lo que dices.
Alana siente el aliento a menta de Izan en su rostro y su corazón late con fuerza.
— Eso es lo mejor que sabes hacer, Izan: huir y no aceptar que fue tu culpa, que nuestra amistad se acabara, y que mi vida se haya vuelto una mierda. Ahora quieres fingir que te importo.
Su voz se quiebra e Izan aprieta las ruedas de la silla con tanta fuerza que parece que podrían romperse en cualquier momento. Tragando el nudo que se forma en su garganta.
«¡Te salvé de la miserable oscuridad de mi vida, era un lisiado, joder, princesa! ¡No te dejé! ¡Volví y siempre estuve presente, incluso en la distancia me tocó verte crecer y ser feliz otra persona! ¡Fue un estúpido error, te han podrido desde adentro y nunca me lo perdonaré!», grita interiormente
Después de unos segundos de silencio tenso, se aleja de la habitación sin voltear atrás, dejando a Alana que cae de rodillas entre lágrimas y clava sus uñas en sus brazos para sentir otro dolor que no sea el de corazón. Solo desea regresar el tiempo y nunca haber traicionado a su familia, porque solo sería eso delante de sus ojos.
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Editado: 19.06.2024