Cómulus

8. “Lo descubrí”

Un mediodía nublado se presentaba en el panorama, la hora marcada ya estaba muy cerca y una sensación extraña asistía sin falta en el pecho de la artista prematura en lo que se aventuraba a salir de las habitaciones del dormitorio. Su vestimenta de supuesta insubordinación y eventualidad consistía de una blusa manga tres cuartos de color arándano oscuro, unos jeans negros un poco desteñidos, unas zapatillas negras, el bolso cruzado negro con el cuaderno, el carboncillo de dibujos y por último, una cadena con un relicario en forma de corazón no muy grande y plateado con arabescos dorados. Tal vez no era el conjunto más apropiado para desacatar las reglas, ya que no llevaba botas de combate o un arma, pero era lo más apropiado para ver qué había detrás de una puerta.

En lo que caminaba, el reloj de su teléfono marcaba ya la 1:00pm, no había duda de que el plazo ya se había cumplido, así que la responsabilidad de no cumplir con su palabra no era impedimento alguno.

Entró por la gran puerta de cristales, enfrentó sin querer nuevamente a la secretaria despreciable, pero ésta, en vez de ignorar a Alexa, decidió entablar una especie de conversación “amigable” con ella.

– ¡Hola, señorita! – La miró fijamente a los ojos, con una alegría sumamente repentina y falsa – ¿Hacia a donde te diriges? – preguntó enarcando los ojos.

Nunca, desde que Alexa llegó, esa mujer había intentado hablar con ella, solo la miraba como si fuera un bicho raro, de arriba abajo, como escudriñando su apariencia para detectar sus defectos, pero no se daba cuenta de que los defectos, en realidad, ¡No existen!, solo son puntos de vista diferentes, y estos mal dichos “defectos” solo serán eso si la persona no comparte los mismos gustos de la otra. Pero muchas personas no se percatan de esto hasta que es muy tarde y ya no pueden remediar lo que han declarado o lo que han cometido.

– Hola señora, a ningún lado – Mintió – ¿Por qué? –

– Oh… por nada… es solo que un estudiante de último año vino aquí en la mañana a preguntar por ti, tenía un acento extranjero… pero no se con certeza de quien se trataba – La mujer sonrió – Era guapo –

Una parálisis sin motivo médico mantuvo sus facciones inmóviles por un momento. Era obvio de quién se trataba y el hecho de no permitirle realizar su cometido, era algo que casi estaba escrito. Pero no dejaría que eso la detuviera, debía encontrar respuestas costara lo que costara. Disimuló una expresión de extrañeza para evitar preguntas, mientras intentaba cortar la conversación de raíz.

– ¿Si?... no sé de quién me habla… disculpe, me encantaría quedarme y hablar pero estoy un poco apurada, voy al comedor – Volvió a mentir – Tengo que irme –

– No, no te preocupes, está bien… nos veremos luego –

Alexa le sonrió para no parecer descortés y salió con un caminar forzado por el apuro de no encontrarse cara a cara con el joven de último semestre que la estaba cazando. Se volvió a la dirección del gran salón para tomar el pasillo número cuatro, supuestamente vacio por la hora del almuerzo, pero antes de entrar al mismo, tres chicos se vieron presentes desde el pasillo número dos. Uno era extremadamente alto y delgado, de cabello liso y grasiento. El otro bajito, regordete, con cicatrices en el rostro y una vestimenta muy desaliñada; y para finalizar, como liderando al grupo, estaba Guido, parecía que estaba buscando algún objeto, o en este caso, a una joven, para evitar que hiciera algo que él no quería que sucediera.

Alexa se percató a tiempo y pudo despistarle escondiéndose detrás de una columna. Pero, en lo que esperaba que el conjunto siguiera su camino, escuchó su conversación. El chico regordete reclamó:

– ¡Guido! ¿A quién estamos buscando? Si me dices su nombre podré ayudarte más rápido –

– ¿Para qué quieres saberlo?, solo busca a una chica de pelo castaño claro y alborotado con ojos verdes – En eso, el chico alto interrumpió con una voz desafinada y chillona.

– Pero, ¿Para qué quieres encontrarla? –

– ¡Hacen demasiadas preguntas! Solo ayúdenme, es urgente que la encuentre – El dúo que acompañaba al italiano empezó a carcajearse, ambos pensaron lo mismo y dijeron casi en coro.

– ¡¿Quién lo diría?! ¡El gran Guido Filiaggi! –

– ¡Cállense!... Par de imprudentes, no es nada de eso… oigan, se supone que son mis camaradas, confíen en mi… ayúdenme –

– Bueno, perderemos una clase… pero si es por ti, lo intentaremos –



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En el texto hay: reinos, romance

Editado: 27.05.2020

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