Último día de exámenes. Si lograba dar este pasaba de año. Sofía estaba con otra materia, pero la misma situación. Teníamos el exámen a la misma hora. Nos juntamos en el pasillo que dividía las aulas. Nos abrazamos y nos deseamos suerte antes de entrar.
Sofía y yo nos conocimos el año anterior, cursabamos juntas. Y no tardamos en ser las mejores amigas. Compartíamos todo, nos gustaban los mismos chicos, la misma comida, las mismas peli. Éramos tan parecidas que hasta dábamos las mismas respuestas. Aprobar las dos este examen permitía que siguiéramos cursando juntas, aunque obvio, ninguna estudió lo suficiente.
Después de cuarenta minutos eternos de preguntas y respuestas sobre la bendita e interminable historia del país con sus totalmente olvidables fechas que no soy ni creo que vaya a ser nunca capaz de recordar perfectamente logré salir. Aprobé, ni yo me creí capaz, pero me gane un ocho. Le escribí un mensaje a Sofi y le dije de vernos en el patio. Al rato apareció con los ojos hinchados, y todo mi humor y felicidad se esfumó. Ya no íbamos a estar juntas, ni siquiera en la misma escuela. La abracé y lloramos juntas en silencio, por la pérdida enorme que estábamos teniendo ambas.
Okey, se que no es una perdida significativa, nadie murió, pero a los quince años todo es una catástrofe. No juzguen. Realmente se vio grave y difícil de afrontar.
Al rato sonó el teléfono de Sofi. Era Gaston. Un amigo de ella muy divertido aparentemente, no lo conocía. Sabía que quería salir con ella y ella lo rechazó varias veces. Igual hablaban todo el tiempo. Quedo en venir al colegio a buscarla. Así que lo esperamos hasta q avisó que estaba ahí.
Como dije no lo conocía. Fue la primera vez que vi a Gaston. Y hubo algo, todas esas alarmas que suenan juntas y colapsan a la vez. Gaston es alto, flaco, morocho, de ojos marrón miel a la luz del sol y pelo negro. Debo decir que para nada mi tipo. En absolutamente nada. Ni en gustos, ni en apariencia, ni mucho menos porque a él le gustaba Sofía. Pero realmente fue muy extraño. Se activaron todas mis alarmas, se me aceleró el corazón, necesité salir corriendo y quedarme, quería hablarle y la vez callarme. Todo, quería todo. Lo quería a él. Soy una persona caprichosa, y activó ese sentido solo con pararse frente a mi. Hasta su voz tenía un efecto que me recorría de pies a cabeza, incluso su mirada sentía que llegaba a subirme la temperatura estando a dos metros de distancia. En apenas unos segundos se metió en mi sistema sin permiso y realmente no se cómo fue. Pero mi interior en ese momento era sabio y me advirtió que corra. El problema es que no lo hice. Al contrario, le di mi numero y quedamos en volver a vernos. Porque siempre hice lo que no debía.
Ese nueve de febrero lo tengo grabado en el alma. Todavía puedo ver la esquina donde estaba un bar, con sus cortinas rojas, los autos pasando por la avenida, el viento suave de verano moviendo las hojas de los árboles, la textura de mi pollera corta que tanto amaba, la mochila de Gaston que era negra y le quedaba mal con su uniforme gastado, a Sofi al lado mio con cara que no lo podía creer con sus ojos hinchados y su cuerpo demasiado delgado, mis compañeros pasar alrededor y saludarnos. Ver a Luciano pasar, que hasta ese momento era mi amor imposible, y sentir culpa y a la vez un poco de esperanza de olvidarlo. Quería resaltar y correr y no supe elegir. Pero ese momento fue uno de los más mágicos que viví en mi vida. Por mucho tiempo creí que había encontrado al amor de mi vida. Como en una película. Nos íbamos a ir a vivir juntos y tener una mascota, estudiar, trabajar, tener hijos. En mi mente esa película se formó muy rápido. Y cuando sentís todo lo que yo sentía en ese momento es difícil borrarla.
Trato en general de no arrepentirme de las cosas que hice o viví. Pero a veces tengo el impulso de arrepentirme de todo esto.
Aunque ya es tarde, Gaston tenía mi número, yo mi película, mi amiga se iba de la escuela y posiblemente casi no nos fuésemos a ver de nuevo. Necesitaba una distracción y tenía a la persona perfecta frente a mi.
Estaba rompiendo todas y cada una de las malditas reglas que mi mamá me enseñó y que yo juré mil veces que no iba a romper. Pero esa es la adolescencia ¿no?