Cuervo, no me olvides.

4

Desde esta mañana, sigo tratando de convencerme que mi pesadilla no es un mal presagio, pero la sensación de frío no ha dejado mi cuerpo. Y a pesar de los treinta grados, llevo dos camisas gruesas y dos pares de medias. El té en mis manos, calienta mis manos, pero no mi corazón. Me siento tiesa y tiemblo tanto que me cuesta contestar a la llamada de Lee.

—Lee, dime —contesto sin respirar, rogando al cielo por algún milagro.

—Alessandro desperto, Catalina.

—¡De verdad! ¡De verdad! ¡De verdad! ¡Qué alegría! —Brinco de felicidad, y lágrimas de alivio rodan por mis mejillas. De pronto, paro. El silencio de Lee es... aterrador—. ¿Qué... qué ocurre, Lee?

—No sé cómo decírtelo, Catalina —anuncia Lee, sombrio.

—Solo dilo —suelto, con el miedo congelándome la sangre. Para darme fuerza, o conseguir mantenerme en pie, sostengo el respaldar de la silla.

—Alessandro, despertó. Él está bien físicamente. El pronóstico es favorable y alentador...

—Pero... —digo, las lagrimas a los ojos.

—Pero, Alessandro no recuerda nada después de... del año 2017.

—¡Qué! —digo, quedándome sin aire; sentándome de nuevo—. 2017, ¿Cómo que 2017? ¿Por qué 2017? Entonces... —Con una mano retengo un gémido de dolor—. Voy para allá de inmediato, solo tengo que poner...

—Catalina, no... Alessandro tuvo una crisis de epilepsia. El doctor recomendó ignorar el tema por el momento.

—¿Ignorar el tema? ¡Ignorar el tema! ¡Lee, es Alessandro, es mi esposo! —lloro, sin retención.

—Lo siento, Catalina. No sabes cuánto. Pero de verdad, es mejor para ambos no verse por un tiempo. Te dolerá, Catalina; y te lastimará. Y en el mejor de los casos, si logra recordar algo al verte, una situación de estrés puede provocarle una recaída.

—No me rendiré, Lee. Entiendes, no me rendiré. Encontraré la manera de llegar a él.

—Catalina, sé razonable —me regaña, Lee.

—¿Razonable? ¿Razonable? Sé que estás cansado, Lee. Y yo también. Por poco perdemos a Luca, pero por fin Alessandro volvió a nosotros. Y por eso mismo, no me rendiré. Y vos me ayudarás, ¿está claro?

—Lo pensaré, por el momento trata de descansar. No te presiones demás. Cuando Alessandro recuperé la memoria te necesitará a su lado. Cuidate, Catalina.

—Y si no recuerda —digo a voz alta, al recordar mi sueño.

—Entonces, tendremos que buscar otra forma. Tengo que irme, Alessandro me llama. Véalo desde el punto positivo, Alessandro salió del coma.

Después de la llamada de Lee, se puede decir que el mismo infierno se desató.
Desde aquel día, cada instante es para mí una lucha contra mi misma para no salir corriendo y cruzar esa puerta para enfrentarme con Alessandro.
Cada noche, cada día, cada minuto lo sueño, lo pienso, lo anhelo, lo siento, y lloro.
Ahora, encerrada entre las cuatro paredes de la casa de Alessandro, hago por última vez la limpieza.
Limpio una de las ventanas del salón, mientras los recuerdos me sumergen por completo, y esta vez no los retengo. Dejo cada uno de ellos volver a mí como una especie de proyección de una pareja feliz: nuestra pelea en la cocina con las semillas de sandía, nuestras tardes en la piscina para admirar el atardecer, nuestros paseos en moto, nuestras noches sobre el puente para tomarnos una cerveza; mis intentos desastrosos para distraer a Alessandro de su trabajo, hasta encontrar su punto débil: un vestido rojo, lapiz labial rojo con una copa de vino tinto. Nuestro primer beso a sabor a vino para una noche de pasión. Una noche de pasión que nos unió para siempre...
Sin querer coloco mi mano en mi plano abdomen, mientras las lágrimas vuelven a inundar mis ojos.
¿Y ahora? ¿Qué se supone que haga? ¿Olvidarme de todo? Como si nada hubiera existido, como si nosotros nunca nos hubieramos conocido, como si yo nunca fui... nada.
No puedo, no puedo.
Esta vez no sé de dónde podré sacar las fuerzas para seguir adelante.

Cuando vuelvo a la realidad, estoy frente al tablero negro de la cocina. Allí, nuestros mensajes siempre están escritos. Un poco borrosos, pero todavía se alcanza a leerlos. Tendría que borrarlos también. Cierro los ojos, e inspiro.
De todas las evidencias de mi existencia en su vida, ese tablero es lo único que queda. Bote cada uno de mis dibujos, toda la ropa, cada objeto de decoración que hemos comprado juntos. Inclusive, el cuadro de una moto y una pareja sobre la arena admirando al atardecer. Jamás hubiera pensado haber acumulado tantos recuerdos, ni tantas compras con Alessandro. En poco tiempo, él y yo logramos construir un nido de pareja de años. Y por esa misma razón, duele.
Tanto tiempo desperdiciado en huir de él, ahora lo lamento. Debí caer rendida ante él, no debí luchar.

Llena de arrepentimientos, aprieto el trapo rojo en mis manos, lista para borrar nuestro último recuerdo. Levanto la mano, y pego el trapo contra la pizzara: no puedo. No puedo hacerlo.
—¡¡Alessandro, por qué!! —grito, antes de caer de rodillas.
Ahogo mis lamentos en el codo de mi brazo, y me abrazo con fuerza. Perder al bebé, y a Alessandro en tan poco tiempo es más de lo que puedo suportar. Cada día, el agujero en mi pecho es tan profundo que siento que pronto no quedará nada de mí.
Con la manga larga de mi camisa blanca de algodón, me seco la nariz y mis lagrimas. Trago con fuerza, y me levanto. Cuando escucho que algo se cae en el suelo de la cerámica para rodar debajo del mueble; de inmediato, sé que volví a perder mi anillo de compromiso. Enseguida, me agacho, y lo recojo de detrás de la refrigeradora. Entre mis dedos lo observo, ¿cuántas veces lo perdí ya? Ni siquiera llevo la cuenta. Tengo que comprarme un collar para ponerlo.
Debo... debo hacer tantas cosas que ni sé por dónde comenzar. 
Debo volver a la universidad.
Debo contactar al abogado de mi supuesto padre.
Debo retomar la fisioterapia de mi mano.
Debo volver a tocar el piano.
Debo volver a hacer ejercicio, comer, beber, vivir.
Pero no lo logro, después de la llamada de Lee, me derrumbé. Y corté todo contacto. Hasta hace unas horas, cuando Lee envió un mensaje en la contestadora de la casa de Alessandro diciéndome que él iba a volver a casa mañana.
Como el efecto de una bomba, realicé que todo era real. Una aterradora realidad, en la que yo me convertí en una desconocida.  Ya pasarón tres semanas... y Alessandro sigue sin recordarse de mí.




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