Sentada en el escritorio de mi oficina, por la quinta vez vuelvo a acomodar los lapiceros, clips, grapadora, goma, borrador, hojas, teclado, y la pantalla de la computadora. La verdad es que no sé cómo me dejé convencer, pero lo cierto es que aquí estoy esperando a Alessandro.... No, estoy esperando al Gerente General del GRUPO 3. La famosa empresa de telecomunicaciones con más de quince sedes alrededor del mundo, cuyo asiento social está por establecerse aquí, en el tercer rascacielos más grande de la ciudad, en una de la torres más reconocida de la bolsa mercantil de Wall Street. Un edificio resguardado por oficiales de seguridad, cámaras de seguridad de última generación, y una tecnología de punta que te corta la respiración apenas al entrar.
¿Qué hago aquí? No tengo el nivel para estar aquí, ¿cómo pude meterme en ese lío? ¿Lee, qué has hecho?
Nerviosa, por un segundo cierro los ojos e intento calmarme. Inspiro profundo y vuelvo a fijarme en la salida del elevador principal, y en el enorme reloj de vídrio de la sala, sin dejar de alisar pliegues imaginarios en mi blusa de satín blanca. De pronto, la necesidad de ir al baño se hace más urgente, ¿por qué tomé tanta agua? El baño no está tan lejos, a lo mejor puedo escapar un momento, supongo que nadie lo notará, ¿o sí? Una vez más, veo el reloj y las puertas metálicas del elevador: nadie. Y me decido, con mis tacones de aguja negros, me apresuro hacia los baños de las mujeres, en el siguiente pasillo.
Con prisa, camino rápido cuando descubro fascinada un elevador transparente escondido detrás de mi pasillo. Curiosa y despacio me acerco. Con la garganta apretada admiro el largo y ancho tubo de cristal. De verdad que todo en ese edificio respira luz, creatividad, y trabajo.
Volviendo a mis asuntos, voy hasta el baño de mujeres. Con la mano sobre la puerta gris roble, escucho el timbre y una puerta abrise tras mi espalda. El tiempo justo de girar para ver Luca, Lee y Alessandro salir por ese tubo de cristal transparente.
Maldiciendo para mis adentros, dejo enseguida la puerta cerrarse y corro para su encuentro. O más bien los sigo sin pronunciar palabra.
—¿Y Catalina? —pregunta Luca.
—Aquí estoy —susurro, intentado sonar segura de mí misma.
—Alessandro, te presentó a Catalina Montes Aragón.
—¡Tú! —se exclama Alessandro, desafiándome con la mirada—. No me digas que tú serás mi asistente de dirección —dice atónito, sin creer en la ironía de la situación. Si solo supieras Alessandro, estás a tan solo una galaxia de la realidad.
Sin más, Alessandro se me acerca, despacio, con sus manos en sus bolsillos. Su mirada es inquisitiva, ¿cómo pude olvidarme de esa mirada? Aquella que te desviste el alma al instante. Conciente de la reacción exagerada de mi cuerpo, controlo los latidos apresurados de mi corazón, el temblor en mis piernas y mis manos, además de las ganas de salir corriendo. Para cuando puedo oler el perfume de su colonia y de su piel, realizo que el Alessandro al frente mío no es para nada comparable al que conocí. Este Alessandro es aún más letal, preciso, y determinado con ese aire de superioridad que no tenía antes. Su carisma es de un líder que no nunca perdió ninguna batalla, nunca, ante nadie ni nada. El Alessandro a frente mío, no es un hombre de negocios, es un guerrero disfrazado en un modelo de portada para Hugo Boss o Giorgio Armani. Con su metro ochenta y cinco, me siento tan diminuta e insignificante que sin poder retenerlo, bajo la mirada para el suelo: no soy ninguna modelo, ninguna Bella, soy o fui...
—¿A dónde está mi chaqueta? —pregunta Alessandro, de hito.
Sin saber qué contestarle lo miro desconcertada.
—No me digas que no me reconociste en el elevador, Karina...
—Catalina —rectifico de inmediato, mortificada. Ni siquiera logra recordar mi nombre...
—Lo que sea, sabías que venías a trabajar para mí desde hace...
—Unas horas —contesta Lee, por mí.
—¿Horas? —interroga Alessandro, girándose hacia Lee—. Es una broma.
—Por cuestiones de seguridad, preferimos avisarle a Catalina —insiste Luca con una sonrisa—, hasta el último momento.
—Absurdo e inecesario —contradice Alessandro alzando los hombros.
—Encargate de lo tuyo y yo de la seguridad, ¿vale? —corrige Luca sin rendirse, sin quitar su mirada de la mía—. Los dejaremos poneros al día. Seguro teneís mucho trabajo por delante.
—Trabajo es un eufemismo —añade Lee.
—¿Katarina tiene sus accesos listos, y credenciales validados? —pregunta Alessandro a Lee, sin mirarme.
—Sí —contesta Lee, antes de irse y llevarse consigo a Luca.
Me quedo viéndolos irse para arriba en el elevador transparente. ¿Por qué es que me siento traicionada? ¿Por qué siento que he caido en una trampa? —No sabía que existía otro piso —digo sorprendida, intentando ganar tiempo.
—No te incumbe, no eres la asistente de Lee, sino la mía. Vamos, hay mucho por hacer.
Y sin mirarme Alessandro sigue con su camino, pasa detrás de mi escritorio y sube las escaleras que lo llevan para su oficina. Resignada, lo sigo.
Al entrar los vídrios opacos se abren para dejar paso a una oficina de 180º con vista panorámica hacia la ciudad, y en su centro un enorme escritorio con cuatro pantallas. Sin decir palabra, Alessandro se quita su chaqueta gris con líneas blancas y me la tiende. Enseguida la tomo, y observo hipnotizada cómo recoge ambas mangas de su camisa beige. Nada más con ver sus antebrazos, recuerdo cómo se sienten cuando ellas me toman y me abrazan, su fuerza y su suavidad...