Al inicio, pensé que Lee me quería asustar, ni saber realmente el por qué, darme una lección quizas. Me enojé, todos los días tiré todo lo que encontraba, comida incluida, pero nadie vino por mí.
Nadie.
Y sola, volví a acomodar, guardar y limpiar el mismo desastre que yo misma había cometido. Después de una dura batalla entre mi rebeldía y la decisión de Lee en mantenerme encerrada, supe que yo no iba a ganar. Y con el tiempo, me resigné. Cada día, hora tras hora seguí la corriente y esperé.
Esperé.
Esperé.
Y esperé, hasta olvidar lo que estaba esperando. Hasta ya ni saber lo que esperaba.
La comida me sabía igual. La piscina, o la ducha perdieron su brillo, su olor, y su calor. El televisor dejó de distraerme. Poco a poco, me volví a encerar en una sola habitación, en mi cama, con la misma ropa y por única comida la de mis uñas ya sin esmalte.
Esperé, espero. ¿Qué? ¿Quién? ¿Acaso todavía existe en ese mundo alguien que piense en mí?
Estoy sola, no hay nadie.
En esos momentos tan oscuros es cuando los recuerdos se sueltan para atormentarme: la dulzura de su piel, de sus deditos tan pequeños alrededor de mi dedo. La fuerza de su agarre, y la emoción de sentir como él se aferra a mí. Como mi bebé aprieta mi dedo como si su vida dependiera de ello. La realidad no puede ser más aterradora, su vida de verdad depende de ello. Con tristeza y esperanza, huelo el perfume inconfundible, dulce, inimitable de su frente. Acaricio con ternura su delicada piel de su nariz tan delgada, tan pequeña, tan perfecta. Él duerme, mi angelito sueña. Su pecho se alza y baja con una rapidez preocupante, pero no quiero pensar en ello. Solo quiero mantenerme a su lado siempre, cada hora, cada minuto y segundo para darle la fortaleza que él necesita para sobrevivir. Todo lo demás no cuenta. Todo lo demás, es una batalla que no soy capaz de librar. Fuera de esas cuatro paredes de la habitación de mi bebé, hay un mundo terrible y aterrador. Un mundo que ya no me pertenece si esa criatura mía... No, no pensaré en el después. Lo importante es el ahora, es ese momento, por más diminuto que sea: si son segundos, segundos serán; si son horas, horas me quedaré; si son días, afortunada seré; y si logramos salir ambos de aquí, feliz viviré. De pronto, él abre sus ojos, su color me fascinan; sin ser azules, tampoco grises, ellos me miran con una curiosidad y una paz como si me conociera de por vida. En ellos, puedo sacar toda la energía que necesito para que él y yo ganemos esa dura batalla. Sin poder resistir, lo tomo en mis brazos como si fuese el tesoro más delicado y preciado de mi vida. Y lo es, él es mi príncipe, el amor de mi vida. Él que hace que mi mundo tenga un norte porque desde el momento en el que lo tuve en mis brazos, él es mi razón de vivir. Abrazado contra mi pecho, puedo sentir el ritmo de su corazón, la irregularidad de su respiración, su inspiración tan fuerte.... demasiado fuerte e inconsistente.
Quince días. Tuve quince días de infinita alegría mezclada con angustia y arrepentimientos. Quince días de esperanza y de amor verdadero. Mi criatura, tan diminuta, tan frágil me enseñó lo que es el verdadero amor, aquel que no tiene barreras, no tiene fin. Un amor por el cual no te rendirías nunca. Mismo frente a una muerte anunciada, mi pequeñín, tuvo la fuerza de luchar conmigo hasta donde su corazón fue capaz de llevarlo. Un milagro según los médicos, porque mi bebé, a pesar de sus predicciones pesimistas de médicos que todo lo saben, vivió. No solamente tuvimos nueve largos meses, sino que además mi bebé me ofreció el mejor regalo de todos: su vida. Un momento de su vida conmigo: quince días donde fui la mujer más feliz de mi vida porque siempre mantuve la esperanza.
El día, su último lo supe. Sus movimientos se volvieron más escasos, y su respiración alborotada. Me sonreía como si quisiera disculparse y cuando lo tomé en mis brazos se durmió sobre mi pecho agarrando mi camisa con tanta fuerza que me fue imposible separarme de él para meterlo en su cuna. En ese momento lo supe, mi angelito se estaba despidiendo. Sin una sola lágrima, le sonreí, todo el tiempo, aprovechándome de su calor, de su bondad, de su ser junto a mí. Como explicar que mi angelito ya tenía su propia personalidad, a pesar de ser tan pequeño: él y yo era simplemente hermoso. Ese día le canté todas las canciones de cunas en todos los idiomas que me fue posible recordar. Le canté, le hablé, le sonreí y le entregué mi alma. Toda, sin restricción. Saber el momento exacto en el que mi angelito dejó mi mundo sería imposible. Tampoco quise realmente saberlo. Nos quedamos, los dos, sentados una cantidad infinita de horas. Ese día, no quería que terminase nunca. Nunca.
Del día, siguió la noche. La noche más fría de toda mi vida. Mi angelito se había ido con una hermosa sonrisa en sus labios, y un rostro tan lleno de paz que hasta ahora recuerdo con todas mis fuerzas.
Después, ¿acaso hubo un después?
No, nunca.
Esa noche, morí con mi bebé. Él se llevó consigo lo mejor de mí. Como dije, ese día le entregué toda mi alma. La parte más pura y real que me fue posible darle. Quería que se fuera en paz y esa fue la única manera que encontré. Y no me arrepiento, pero no me queda nada más que dar.
Mi angelito cambio mi vida, conocer ese tipo de amor es entender que no existe sentimiento más puro en ese mundo. Es comprender y descubrir quién soy. Es al fin, saber que no soy nadie sin él.
Es volverse loca, y rezar para que el sufrimiento acabe algún día.
Es al final agárrate con todo lo que tienes para seguir con vida. Y lo único que me quedaba era Alessandro. Un Alessandro que no despertaba, como mi angelito, pero yo ya no era capaz de quedarme con él. El miedo de perderlo a él también me comía por dentro hasta el punto de que quebrarme por completo. Al mes después cavaba mi propia tumba en el apartamento de Alessandro bajo los reproches de Lee y Luca. No los culpo, yo misma exigí que ellos no supieran de mi condición. Tuve mi bebé en secreto, y no compartí con nadie su existencia. Así de egoísta fui, sí, así soy. Ellos ni nadie sabrá nunca por el dolor que pasé, y menos Alessandro. Podrán descubrirlo, sí me descuidé lo suficiente, pero ninguna queja saldrá de mis labios. Con qué derecho, ¿acaso me puedo quejar? Así que entiendo el odio de Lee hacia mi persona, no estuve a la par de Alessandro durante esos largos e interminable meses. Lo entiendo, pero intentaré explicarle. Porque al final, eso tampoco es importante. No, no cuando tuve la suerte de tener a mi angelito conmigo.