En la sección a oscuras de los VIP, el asiento seleccionado cumple por completo con mis expectativas. Normalmente, una vez el telón abierto, el piano de cola completa estará justo al frente mío. Justo al frente de mi tan estimada pianista.
Alrededor mío, el ambiente es bastante jovial. La crema de la crema de la sociedad ha venido a esta noche de gala. Inútil especificar que ese concierto es el evento más esperado del año; es el momento perfecto para lucir y medir su nivel de riqueza: vestidos, trajes, joyas, relojes, zapatos, y para culminar el monto del cheque al final de la obra caritativa. Por su lado, los músicos de la orquestra son figuras famosas dentro del círculo, todos tienen un lugar dentro de esa nata bien espesa. Todos, excepto Catalina.
Solo con pensar en ella, quiero levantarme de ese sillón de terciopelo para ir a verla. La tentación es tan insoportable. Después de tantos años, por fin estoy a punto de verla. Todo me parece tan irreal, a pesar de haber sido dos cortos años, siento como si los días hubiesen sido siglos y los minutos apenas unos segundos. Sé que lo que digo no tiene mucha lógica y explicar ahora cómo me siento me es casi imposible. Estoy por verla, por escucharla, y pronto podré -si tengo suerte- tocarla. Saberla justo detrás de esa pesada cortina me pone en un estado de impaciencia al borde del colapso.
De los nervios, trituro el folleto de la minuta del espectáculo del gala. El espectáculo más esperado del año, la orquestra más famosa al nivel mundial. Una noche que promete suplir con una sola nota todas las presentaciones pasadas. Esos son los rumores de los pasillos. Esa noche de gala es sin duda alguna el juicio final, donde confirmas tu posición o caes entre los peores chismes de la clase alta para luego ser apartado en el olvido. Cualquier aficionado entendería la altura de la apuesta, y el programa se muestra digno de las expectativas. En otras palabras, al terminar el evento se les abrirá las puertas del mismo cielo o del peor de los infiernos. El único punto ciego y la gran sorpresa de la noche es Catalina. Todos los presentes deben de sentirse intrigados. A pesar del silencio y el mutismo de la orquestra, todos estamos enterados de la nueva pianista. Una apuesta alta, casi imposible de cumplir, el todo con una novata talentosa. Una mezcla explosiva.
Entre mis manos, las páginas se convierten en pedazos diminutos de papel. ¿Cómo lo llevará mi Princesa? No quiero ni imaginarme lo que le pasa por la cabeza
—Le irá bien —me anima Fabiola.
—Hay mucha gente —respondo a Fabiola sin siquiera voltearla a ver. Y es cierto, me esperaba ver la sala llena, pero a medida que los minutos avanzan, personas se acumulan y los asientos se llenan hasta no dejar ningún espacio vacío. No me equivoqué, escaneo todo el público, no existe una sola persona que no conozca ya. Sería un eufemismo afirmar que la misma lista de los Forbes está aquí reunida.
—Solo faltan Lee y Luca, ¿por qué tardarán tanto?
—Ni idea —contesto sin emoción alguna, con una media sonrisa.
—Catalina está más que lista, Alessandro. Créeme, tú no estuviste en las repeticiones y en sus interminables prácticas en casa. Te lo digo, es una Diosa.
Sonrío sin contestar, la campana suena mientras las luces de los balcones dorados se apagan. La enorme lampara araña de cristal en el techo parpadea y se apaga. Los murmullos se elevan hasta que el silencio convierta a toda la audiencia en una masa de personas y sombras. Pronto entre la oscuridad y el silencio, la pesada cortina roja se alza, despacio. A su paso descubrimos poco a poco el escenario oculto detrás de ella. Ávido por verla me acerco lo más que puedo; tacones es lo único que logro observar, una multitud de ellos, negros todos. Frustrado, vuelvo a clavarme en mi asiento mientras arranco lo que queda del folleto. La tela pesada sube, la luz del escenario inunda la sala; y, por fin alcanzo a ver el cuerpo de Catalina: su busto, sus hombros y… trago con dificultad, mi boca se seca. Suelto lo que tengo en manos para atrapar los descansa brazos estilizados y dorados de la silla. De repente, Catalina aparece. Estoy tan impresionado que casi creo que mi mente me juega trucos pesados, ¿cuántas veces me la imaginé? Desde que supe que Catalina iba a tocar esta noche, no he parado de imaginármela, justo allí en ese asiento, sentada frente a su piano de cola completa negra. La realidad me insulta y con una sonrisa disfruto la naturalidad y belleza de Catalina. Debajo de su corona de trenzas, ella se ve como un ser fuera de ese mundo. Bella e intocable. Su vestimenta acentúa sin duda esa sensación, su blusa blanca pone ese toque dramático con sus mangas colgadas y su interminable falda negra que cae en cascada metros detrás de su taburete. Cada movimiento es realzado por la suave tela que se acopla sobre su piel a la perfección. Cierro los ojos mentalizando esa imagen en mi mente. Lo juro, si no amaría ya a mi esposa, me enamoraría otra vez de ella.
De pronto, sus manos comienzan a deslizarse sobre las teclas. Más que un concierto, tengo la impresión de ver una coreografía entre un músico y su instrumento. Un baile perfecto. Sumergido por el espectáculo, de golpe realizo la transformación de Catalina. Es tan conmovedor ver todo lo que mi esposa ha logrado que tengo ganas de llorar. Tantos recuerdos, peleas, momentos felices y tanto tiempo separados habrán valido la pena. Lo sabía, no podía ser de otra forma. Supongo que hasta su propio padre conocía el talento natural de su hija; y qué decir de las expectativas de su madre, debió entender muy pronto el inestimable poder que poseía su hija. Si antes tenía mis dudas, ahora entiendo por qué su hermano y su madre decidieron proteger a Catalina. Ella es como el ángel de la música. Imaginarme su sensibilidad, su nivel de empatía es una locura. Ser capaz de transcribir tantas emociones a través de la sinergia entre su instrumento y su cuerpo es tan poderoso que es casi abominable. Su cuerpo convertido en una ampliación del mismo piano musical se convierte poco a poco en una criatura llena de pasión. Perturbado, desvío la mirada a duras penas, pero tengo que ver la reacción de los demás. Sin sorpresa, aprecio el efecto hipnótico de Catalina sobre ellos. Sin excepción, ella los atrae a todos, con su música ella los envuelve poco a poco hasta embrujarlos por completo. Mi Princesa los ha conquistado a todos.