Capítulo 11
480 días antes del suicidio
Anne
Algunas cosas habían mejorado de manera progresiva, entre ellas la nueva y delimitada —con muchos parámetros— amistad de Anne y Alex.
Pero, por otro lado, no todo marchaba tan bien: Adrien se había enterado, y no de la mejor forma, que Anne volvería en apenas unas semanas a Alemania. Era demasiado difícil para él solo aceptarlo, aunque no pretendía ser egoísta, mucho menos sabiendo toda la historia de su amiga.
Los últimos años los habían convertido en dos almas unidas, por más que simples momentos compartidos. Los unía la resiliencia, las pérdidas y las ganas de vivir una mejor vida. Era como cuando juntas dos partes inconclusas de algo y formas el mejor de los caos, eso eran ellos, o al menos buscaban serlo.
Anne partiría, y ahora era tiempo de que Adrien continuara de la misma forma en que lo estaba haciendo. Aunque siempre se siente la necesidad de hacerse responsable por las cosas que pasa esa persona que te importa tanto. Porque en realidad, en ese momento y tal vez para siempre, en ese intermedio de siempre…, Adrien era la única persona a la que Anne amaba sin parámetros y limitaciones.
El amor se manifiesta de maneras complejas, y las amistades son tan fuertes que se vuelve en un amor tan inocente, libre de morbo y deseos vagos.
—Entonces… ¿soy el último en saberlo? —indagó Adrien a su amiga, ella terminaba de beber la taza de café. Estaban en un pequeño local al que solían visitar con bastante frecuencia—. Anne…
—Adrien, yo quería decírtelo.
—¿Alex también lo sabe? —volvió a preguntar, esta vez más específico.
Anne respondió jugueteando con sus manos, la culpa la estaba minimizando a una bola de nervios. Sentía que lo defraudaba. No debió ser Alex, pero… como lo evitaba, él podía leerla como si de un libro abierto se tratase.
—¡Por supuesto que lo sabe! —exclamó Adrien, girando la taza entre sus manos—. ¡Anne, te das cuenta de esto! Todos a excepción de mí, en realidad no me siento bien. No me gusta que las cosas sean de esta manera, ¿crees que es justo que deba escuchar a escondidas tus conversaciones para enterarme de lo que pasa en tu vida?
Anne suspiró, cerrando los ojos por un par de segundos.
—Solo estaba buscando una manera correcta de cómo decírtelo, y no me justifico, pero quiero que sepas que sí tenía la intención de contártelo. Aun me quedan algo de tiempo aquí, no quería que esos días fueran invertidos pensando en que me iría pronto.
—¿Entonces por qué a los demás si se lo hiciste saber? —le preguntó, aún más confundido—. No encuentro manera de entenderlo.
—Esperaba que se hicieran a la idea que no estaría más, no quiero tener que lidiar con las ilusiones de los demás —alegó ella, con sinceridad—, solo estaré para ellos hasta esa fecha, es diferente contigo. Eres mi única familia Adrien.
Adrien la observó y aquella tensión momentánea se disipó enseguida, como sal en el agua.
—De acuerdo, me has comprado con eso último. No diré nada más al respecto —aseguró con una sonrisa—, solo intenta no ocultarme nada más, no más secretos entre los dos, Anne. Promételo.
—Lo prometo, no más secretos.
—Gracias, Anne.
Existen dos cosas que nunca son buenas; una son las promesas y otra las mentiras, y Anne había hecho uso de ambas, en tan solo un instante. Por más que se pretenda, los secretos son una cuestión de la que no es fácil desprenderse, porque todos guardan secretos. Estos nos ayudan a llevar una vida, una mejor que la que tenemos.
—¿Cómo ha ido la cita con Sian? —preguntó Anne, cambiando la conversación—. Se ven demasiado bien juntos.
—Sian, Sian, Sian —murmuró Adrien—. Creo que va demasiado pronto, soy de los que les gustan las cosas más lentas, pasar todas las etapas. Sian es demasiado, puede que mañana quiera proponerme que vivamos juntos. No puedo con ello.
La mente de Anne evocó al instante un nombre, y era como si no estuvieran hablando de Sian, sino más bien de Alex.
—Debes ser claro con él, decirle lo que buscas y lo que no —le aconsejó ella, aunque no aplicara en su vida esa misma recomendación—. Aunque creo que algo de aventura no estaría mal en tu vida. No pretendas pasar el resto de ella en la librería, y ahora que has contratado a nuevos empleados, necesitas invertir tu tiempo en otras cosas.
—Necesitamos —la corrigió él.
—Yo ya lo hago.
—Enserio crees que voy a creerme eso.
—Pero es la verdad —suspiró ella.
—Anne, el auto engaño nunca funciona, yo lo sé.
Antes de recibir una respuesta, la cuenta llegó a la mesa. Con una bonita joven que, en su inocencia, intentaba coquetear con Adrien.
—¿Necesitan algo más? —les preguntó ella—. La cuenta pueden pagarla en la caja antes de salir o si prefieren yo puedo hacerlo.
—Pagaremos en la caja, gracias por la atención —se tomó un momento para leer el nombre escrito en el uniforme color rosado—. Levie.
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Editado: 30.11.2024