¿de quién es el bebé?

17. Un mal día.

Aunque por la mañana Álvaro tenía su mayor disposición a que todo le saliera bien, la verdad es que acabó igual que los anteriores días en su búsqueda de trabajo. En la inmobiliaria le dijeron… 

— Ya te llamaremos. — Dijo Álvaro a Rubén lo que le habían dicho y rompió en pedazos una servilleta de papel en la barra del bar Bambú. — A este paso me quedo sin dinero y no puedo pedirles más a mis padres. — Estaba frustrado y miró a Rubén. — ¿Por qué nada me sale bien? 

— No es que nada te salga bien. — Le respondió Rubén y le pasó un brazo por encima de los hombros. 

— Es todo. — Insistió Álvaro. — No tengo trabajo ni dinero para ayudar a mis padres, Camilo no es hijo mío y mi mejor amigo está colado por mí. — Rubén sonrió cuando lo oyó mencionarlo y Álvaro se lo quitó de encima. — No te rías. 

— Pensaba que no querías que Camilo fuese tuyo. — Rubén agradeció al camarero las dos cervezas que les sirvieron y le pasó una a Álvaro. 

— Llevamos dos meses cuidando de él, lo quiero aunque sea un gasto que no me puedo permitir. 

Los dos caminaron hacia la mesa que ocupaban sus amigos. 

— Menudo careto. — Dijo Diego a Álvaro. 

— Olvidame, tengo mal día. — Contestó Álvaro, dejando la cerveza en la mesa y sentándose en una silla vacía. — No hay forma de conseguir un puto trabajo en esta ciudad. 

— ¿Todavía nada? — Le preguntó Sandra. 

— No. Y al próximo que me diga «te llamaremos» le voy a meter el teléfono por… — Rubén, sentado al lado de Álvaro, le tapó la boca con una mano. 

— Suficiente. — Le dijo y Álvaro lo miró quitándole la mano de su boca. 

— Déjame expresarme libremente. 

— Mejor darle un trago a tu cerveza. — Le dijo Rubén, haciéndolo levantar la mano con el vaso. 

Álvaro dio entonces un largo trago y suspiró después. 

— Ánimo. — Le dijo Diego. — Te saldrá algo pronto. 

Álvaro sonrió y asintió. 

— Seguro. Lo siento, chicos. No estoy de buen humor hoy. — Se disculpó y miró a Rubén que le dio palmaditas en la cabeza. 

— Todos tenemos días malos. — Habló Rubén. 

— Los días malos los veo todas las mañanas en asistencia social. — Comentó Eduardo. — Muchas familias no tienen trabajo, no eres el único. 

— Eso no anima. — Creyó Amaya. 

— Pero es la realidad. — Le respondió Eduardo. — No solo de las familias más vulnerables, también de jóvenes que no encuentran trabajo después de pasarse cuatro o cinco años en la Universidad. 

Rubén siguió dándole palmaditas a Álvaro y éste escuchaba a Eduardo hablar. 

— Pero hablemos de algo más animado o acabaremos todos con la misma cara larga que Álvaro. — Lo interrumpió Diego y miró a Álvaro. — Sin ofender, eh. 

Álvaro solo hizo a Rubén parar.

— Me voy al piso. — Le dijo luego Álvaro y se levantó de la silla. — Nos vemos otro día, chicos. — Se despidió de todos y caminó hacia la puerta del bar. 

Rubén se quedó viéndolo irse y Sandra se pasó a la silla que Álvaro había usado. 

— ¿No vas con él? — Le preguntó Sandra a Rubén. 

— Creo que necesita cinco minutos solo. Lo alcanzaré en un rato. — Dijo y la miró. — Anoche también llegó a casa así. 

— Lo siento. Creo que no he ayudado a su estado de ánimo. — Se disculpó Eduardo, quitándose sus gafas y poniéndose a limpiarlas con una servilleta de papel. 

— ¿A quién se le ocurre hablar de cosas así? — Le incriminó Diego. 

— Pobre Álvaro. — Sintió Amaya pena y todos se quedaron en silencio. 

Rubén salió del bar exactamente cinco minutos después que Álvaro y lo encontró no muy lejos, sentado en un peyote y con la cabeza casi entre las piernas. 

— Compremos unas cervezas y las tomamos en el piso. — Habló Rubén, parándose frente a él. 

— No quiero. — Se negó Álvaro. 

— Yo pagaré. 

Rubén le puso una mano en la nuca y Álvaro reaccionó incorporándose al tiempo que golpeó su brazo. 

— ¡Deja de tratarme como un perro! 

— Intento que te sientas mejor y que sepas que estoy aquí. 

— Deja de hacerlo entonces. — Le dijo y se levantó. 

Rubén lo vio caminar en dirección al piso. 

Cuando estaba esperando el ascensor del edificio, Álvaro recibió una llamada telefónica de un número desconocido y la respondió. 

— Hola. — Habló al llevarse el móvil a la oreja y miró hacia la puerta del edificio. 

Había tratado mal a Rubén y se sentía mal por hacerlo pagar su mal humor. 

— ¿Álvaro Ares? Soy Elliot de la inmobiliaria… Siento llamarte tan tarde, pero hemos sufrido una baja inesperada y tenemos disponible un puesto para ti. — Le explicó Elliot por teléfono. — Espero que pueda incorporarse la próxima semana.

— Sí, sí puedo hacerlo. — Respondió Álvaro. 

Su rostro cambió en un instante y su estado de ánimo también. 

— Que alivio. De todos los chicos jóvenes que he entrevistado eres el más indicado. Bueno, eso es todo, ven el lunes a las ocho y te explico todo. 

— De acuerdo. Muchas gracias por contar conmigo. 

Cuando Álvaro colgó la llamada se dirigió hacia la puerta del edificio para buscar a Rubén, pero se cruzó con Irati y Naomi que entraban. 

— Voy subiendo. — Le dijo Naomi a Irati y fue hacia el ascensor. 

— Hace tiempo que no nos vemos. — Habló Irati. 

— Culpa mía. — Respondió Álvaro. — He estado ocupado buscando trabajo y cuidando de Camilo. ¿Cómo has estado? 

— Algo decaída… Pensé que estábamos teniendo algo, pero de pronto ni una llamada. Y eso que vivimos en el mismo edificio. — Sonrió Irati y se tocó el cabello. — Lo siento, no quería sonar despechada o algo así. 

— Sí te apetece podemos quedar mañana para tomar algo y lo hablamos con calma. — Le propuso Álvaro. 

— No tienes que hacerlo si no te apetece. 

— Si te lo digo es porque sí me apetece. 

Irati le sonrió y señaló el ascensor por el que subió Naomi. 



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En el texto hay: romance, drama, gay

Editado: 17.05.2024

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