Déjame ser

CAPÍTULO 12: TE PROMETO

El camino en coche se me pasó en un abrir y cerrar de ojos mientras pensaba cómo sería el instituto.

Busqué por internet y encontré a muchos cantantes famosos que habían estudiado allí.

El corazón me latía más rápido cuanto más nos acercábamos. Imaginaba pasillos llenos de gente desconocida, profesores serios, y a la vez la posibilidad de empezar de cero... Sin miedos, sin conflictos.

Mi madre me hablaba de papeles, matrículas y horarios, pero yo apenas la escuchaba; mi cabeza estaba en otro lado.

¿Encajaría allí? ¿Alguien me hablaría el primer día?

Mil dudas retumbaban en mi cabeza.

Hasta que quise darme cuenta, la autovía terminaba y nos desviábamos a nuestro destino: el Instituto Armonía.

El sonido de las ruedas retumbaba en mi cabeza como un tambor en pleno concierto.

Cogí la mochila que había en los pies del copiloto y me puse los cascos.

De fondo, sonaba la canción de Imagine Dragons, "Demons".

Me encanta este grupo. Había ido a dos conciertos suyos y no me cansaba de escuchar sus canciones una y otra vez.

Mientras la velocidad del coche aumentaba, lo veía a lo lejos: el museo Oceanogràfic, con colas kilométricas de gente deseando entrar, pero nuestro destino era otro.

No sabía qué iba a pasar ahí, pero sabía que, después de entrar a ese instituto, no iba a ser el mismo Nico.

Alcé la mirada, y ahí estaba.

El cartel que decía:

Instituto Armonía — 2 kilómetros

Parecía un sueño, hasta que lo vi a lo lejos.

Un gran edificio de color blanco, con una gran estatua de una clave de sol en medio del patio.

Estaba rodeada de un césped verde frondoso, y a su alrededor, muchas personas con uniforme entraban al centro.

Debajo de la estatua había un lema escrito que decía:

"Donde cada alma compone su propia melodía"

Hasta que escuché la sirena, y de fondo sonaba "Firework" de Katy Perry; todos los alumnos aceleraron el paso para adentrarse en lo que iba a ser mi futuro hogar.

Cogí mi mochila y, antes de salir del coche, miré a mi madre a los ojos y le dije:

— Cumple tu promesa. —Dije, fundiéndome en un abrazo.

— Tú también. —Finalizó, dándome un beso en la frente. —Te quiero.

— Yo también te quiero. —Finalicé.

Salí del coche en dirección al maletero, para sacar el equipaje.

Lo bajé con dificultad, ya que las maletas pesaban demasiado.

Mi madre arrancó de nuevo el coche, y antes de irse, bajó la ventanilla y dijo:

— Gracias por todo, hijo. Te quiero, mucha suerte. —Dijo, lanzándome un beso.

— Gracias a ti por todo, mamá. Te quiero. —Finalicé.

Puso la marcha atrás y se fue, dejando un rastro de arena levantada en el aire por las ruedas, como un último suspiro, una despedida.

Me quedé unos segundos mirando cómo se alejaba, respirando hondo, intentando calmar los nervios que me recorrían todo el cuerpo antes de enfrentar mi primer día.




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