Hola, mi princesa.
Han pasado 15 días ya desde el suceso; 15 días sin oír tu voz más que en los audios que alguna vez me habías enviado y que aún conservo. En cierto modo es algo sádico oír tu voz en un mensaje antiguo, y más sabiendo que hoy por hoy es imposible oírte en vivo y en directo.
¿Recuerdas aquel examen final de matemática que tuvimos en nuestro último año de preparatoria? Habíamos practicado juntos día y noche, tú podrías resolver aquellos ejercicios hasta con los ojos cerrados, pero yo... bueno, era un caso perdido. Sabía que me iría mal, lo tenía asumido. Para mí, tenía un pasaje asegurado a la escuela de verano, y junto a ello, la anulación de cualquier mínima posibilidad de obtener una beca para la Universidad.
Sin embargo, tú no te rendiste conmigo. Pasamos varias noches sin dormir porque te negabas a permitirme darme por vendido, y no pensabas parar hasta que yo no comprendiera aquel estúpido teorema que, lejos de sorprenderme, no logro recordar sobre qué iba ni cómo se llamaba (apuesto a que tú sí lo recuerdas). Y así fue, lo lograste. Gracias a ti aprobé ese final y logré obtener media beca.
¿A qué viene esto? A que en nuestra relación, la única que se ha mantenido positiva y llena de esperanza siempre has sido tú. Yo soy la oveja negra, supongo.
Pero esta vez no puede ser así, no. Esta vez me toca a mí ser quien se mantenga paciente y esperanzado hacia un final feliz. Y créeme que me cuesta; pero el recuerdo de nuestros momentos más difíciles y a su vez, los más felices, logran ayudarme. Además, te conozco, Kira.
Sé que no te rendirás fácilmente.
Sé que lucharas hasta el final para volver a nosotros.
Sé que no me abandonarías, no así.
Sé que pronto volveré a verte sonreír como lo hacías cada vez que te miraba.
Pero para eso, debes despertar, pequeña.
Despierta, Kira. Por favor, hazlo.
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Editado: 07.11.2020