—Está bien, a parte de las heridas de sus hombros y algunos rasguños en el resto del cuerpo no tiene nada que suponga una muerte inminente —dice el doctor que está sentado en una silla al lado de la cama en la que hemos tumbado a Víctor. Morris tiene claras señales que evidencian su edad. El hombre lleva años estando al servicio de mis padres gracias a su gran experiencia, no por nada es el jefe de medicina de la ciudad y tiene a nuestros sesenta doctores a su cargo—. Lo que debe hacer ahora es descansar, hidratarse y alimentarse debidamente. No se encuentra en tan mal estado como pensé que estaría, pero empieza a haber indicativos de desnutrición. No deben preocuparse por cambiar las vendas que le he colocado, yo mismo vendré a hacerlo —señala los dos vendajes que rodean el pecho de Víctor, cada uno pasa por un hombro y por debajo de la axila contraria. Después el Dr. Morris sigue con sus indicaciones—. Por último, que no haga grandes esfuerzos en los próximos días, no se lo permitáis bajo ningún concepto. Me temo que no podré darle nada para el dolor hasta que llegue la siguiente remesa de medicamentos de los Extra.
—Está bien, muchas gracias por su atención. Seguiremos sus pautas al pie de la letra. Con respecto a eso último, Thomas y yo trataremos de establecer contacto con ellos para que esta vez adelanten la entrega de víveres de este mes, si es que eso es posible —mi padre se despide del médico mientras le acompaña a la salida, dejándonos a Víctor y a mí solos.
Estamos en la habitación de invitados, la que está justo al lado de la de Robert. Cuando mi padre y yo ayudamos al herido a subir, él se quedó mirando la puerta de mi hermano, como si supiera quién había sido su propietario. En ese momento no le dí mayor importancia, sin embargo, ahora mi mente se llena de hipótesis descabelladas que puedan explicar el por qué de esa mirada desolada. Supongo que al entrar en el laberinto y al verse obligados a pasar mucho tiempo juntos, enfrentándose vete tú a saber contra qué, seguramente enlazaron una amistad. Rob era como un libro abierto, no tenía secretos para casi nadie, así que no creo que fuera tan extraño que algún día hablaran de sus dormitorios, de sus hogares. ¿No? Espero que sea eso, porque no se me ocurre nada más sensato.
Mi vista viaja de nuevo a las vendas blancas que tapan y protegen las heridas de Víctor, su torso es delgado, antes de irse era un chico musculoso, en definitiva estaba bueno. Y lo sigue estando, eso no se puede negar, pero algo que tampoco se puede negar es que el año que ha pasado fuera ha repercutido enormemente en su condición física. Lo cierto es que yo sólo le conocí los once meses previos a que salieran hacia los sombríos muros de piedra, así que no es que haya tenido mucho tiempo para fijarme, porque no lo he hecho. Luego me doy cuenta de que él lleva un rato observándome como yo a él.
—¿Qué sucede? —Le pregunto extrañado.
—Nada, es sólo que me recuerdas mucho a alguien, pero no sé a quién —responde él serio mirándome a los ojos y clavándome una espinita en el pecho sin saberlo.
Lo que me dice provoca que se me hiele la sangre y se forme un nudo en mi garganta. Entre nosotros se forma un silencio incómodo, ninguno sabe qué decir hasta que mi curiosidad sale a flote.
—¿Qué pasó con Robert? —La cuestión sale casi sin darme cuenta.
Él no responde de inmediato, suelta un suspiro derrotado antes de hacerlo, como si necesitase meditar lo que iba a decir. Levanta la mirada y provoca que mi cuerpo completo se tense de rabia contra él, sin embargo, veo el dolor que hay en sus ojos y me doy cuenta de que él también siente rabia consigo mismo, pero creo que por razones diferentes.
—No lo sé —me dice al borde de las lágrimas.
—¿Cómo que no lo sabes? —Pregunto estupefacto arrodillándome al lado de la cama para acercar más mi rostro al suyo.
—Como que no lo sé. No recuerdo casi nada de lo que pasó unos meses antes de entrar en el laberinto. Es como si alguien hubiera borrado esa parte de mí —explica consternado—. Muchas cosas me suenan sin saber por qué. Sólo recuerdo trabajar con mi padre en la herrería, que me tocó ir al laberinto con una partida y que eso me afectó mucho, creo que porque estaba saliendo con una chica hacía poco, sin ser nada muy serio. Además de lo que me pasó estando dentro, claro que no recuerdo exactamente el principio. Sé que decidí separarme del grupo. Desde que tengo memoria he estado solo —a medida que habla su voz va perdiendo fuelle y va bajando el tono hasta acabar casi entre susurros.
—Dioses —digo llevándome las manos a la cabeza.
—Ni siquiera sé quién es ese Robert por el que me preguntas —se le ve desesperado.
Entonces oímos un portazo al otro lado del pasillo. Las bisagras de la puerta emiten un chillido y dan paso a los de mi madre, que entra como un torbellino en el dormitorio.
—Mientes —acusa a Víctor señalándole con el índice—. ¿Dónde está mi niño? ¡¿Dónde?! ¿Qué le ha pasado? No. ¡¿Qué le has hecho tú?! —Ágatha se abalanza sobre él y le pega una bofetada, todo sucede antes de que me dé cuenta—. ¿Está muerto? ¿Le mataste tú? Lo hiciste, ¿verdad? Tú lo hiciste, cabrón —Papá entra disparado por la puerta justo antes de una segunda bofetada, nunca le he visto correr tanto, coge a la mujer por la cintura como lo hizo hace un rato en el salón para intentar calmarla—. Marcus, otra vez no, suéltame. Él le ha hecho algo a Robert, va a decirme el qué y va a pagar por ello.
—Señora, le prometo por los Dioses que no me acuerdo de nada, pero me acordaría si hubiera matado a alguien —se defiende Víctor tratando de incorporarse sobre los almohadones de la cama. A pesar de que siento el impulso de ayudarle, por la expresión de dolor que pone, me contengo. Madre está quieta, ya no patalea ni intenta zafarse. Ahora su semblante es serio y habla con voz dura.
—Júramelo.
—Se lo juro por los Dioses antiguos y por los nuevos —responde él igual de recto—. Que Morrigan me lleve si miento. No sé nada de ese tal Robert. Ni siquiera sé quién es a parte de que es su hijo, señora.