“Venid y sentaros cerquita”, dijo el anciano con voz profunda, “Hoy os voy a contar una fábula de un niño, pero primero hay que saber que es una fábula. Como sabéis no es más que un cuento que pretende enseñar o tiene intención de criticar alguna conducta. Una vez sabido esto comencemos”. Al anciano, se le veía disfrutar, era patente su inocultable vocación didáctica, aunque algunos podrían decir que era más un adoctrinamiento. Quizás habría algo de eso también, ya que todos adoctrinamos porque todos, sin querer, metemos parte de nuestros pensamientos y los damos por verdades axiomáticas; poca gente está dispuesta a moverse de sus posiciones o de sus ideas.
“Había, hace mucho tiempo, un niño. Cuando nació era moreno, de tez cobriza, con ojos negros como una noche de invierno sin luna, despierto, escuálido, muy delgado. Este niño fue creciendo a la sombre de su hermano mayor y sus dos hermanas. Era un niño pírrico en su condición física, pero extremadamente inteligente, quizás por eso de compensar carencias. Obligado a entrenar con mandobles, y escudo y espada con su hermano mayor, mucho más alto y más fuerte que él, siempre estaba deseando terminar.
Pasaron los años y el hermano mayor fue nombrado caballero defensor de las tierras del padre. Como buen hijo segundo, varón, aunque era el cuarto por edad, púber aún, sabía que le tocaba defender los intereses de Dios, entrando a formar parte de la curia, y teniendo suerte llegar a obispo o cardenal, ya que su cuna así lo exigiría.
Dicho y hecho, el púber, aún barbilampiño, ingreso en un monasterio, como novicio, para aprender las artes clericales. Al monasterio iba una mujer, con su hija, de corta edad, no era mujer aún, a llevarle viandas y agua fresca a los monjes todos los días. La chiquilla miraba al púber novicio y se escondía detrás de su madre, sonrojándose. El novicio bajaba la cabeza, aunque de soslayo seguía mirándola.
La madre, curtida en estos lances, rápidamente escrutó al novicio, dándose cuenta que aún no cantó misa, pero sí que era de alta cuna, gracias al anillo que portaba en su mano derecha. Vio una oportunidad de que su hija subiera de clase, pero también temió que el púber la utilizara para los más bajos instintos y no llegaran a nada. Lo que no sabía la señora que el púber imberbe era un hombre de palabra.
Pasaba el tiempo y seguía siendo novicio, pero ya era un mozalbete. Cada día venía la señora con su hija, que se estaba convirtiendo en una bonita mujer. Ya hablaban, incluso la chica le confiaba algunas cosas al joven novicio. En una de esas charlas el novicio le comenta a la chica que no va a tomar los hábitos, y que piensa en unirse unos años a una nueva congregación que era de monjes guerreros, los caballeros del temple, ya que no hace falta ser monje, solo profesar y cumplir unos votos sencillos. A estas palabras, la chica, parece palidecer, le dice que lo esperará si él siente lo mismo por ella. El joven asiente con la cabeza y le entrega su anillo como señal de su compromiso.
El mozalbete, una vez decidido lo que iba a hacer con su vida en los próximos años, le escribe a su padre para pedirle recomendación al Gran Maestre de esta orden. Al conocer esta decisión de su hijo, no pudo por más que pedirle que fuera a casa y que le hablase de esta repentina e ilusionante, al menos para el padre, vocación no solo de seguir a Dios sino también de proteger a los peregrinos de Tierra Santa.
Al conocer la voluntad de su padre, el mozalbete pide un pollino prestado en el monasterio y parte hacia su casa, para responder las dudas de su padre.
Se anuncia la llegada del muchacho a su padre, este, nervioso, lo hace pasar y lo abraza como nunca. El muchacho con los ojos abiertos como dos luceros negros, le devolvió el abrazo tímidamente. ¿A qué viene esto padre?, pregunto el muchacho; hijo, con tu decisión me has hecho sentir orgulloso. Deseo me hables de esa orden de monjes guerreros, pero antes dijo el muchacho, tomaré un baño y comeré algo. Ahora es el padre el que abre los ojos de par en par y dice solemnemente, estos curas que costumbres tan raras tienen. Recordemos que la higiene personal en tiempos pasados no era muy usual, podría pasar un año sin que se lavasen, incluso el origen del ramo de flores de las novias viene de la poca higiene corporal que se tenía en otras épocas, aclara el anciano. Hoy hijos míos, es preceptivo lavarse a diario, sentencio el anciano con voz profunda y categórica.”
La más pequeña de los que estaban escuchando al anciano dijo: “Abuelo tengo sueño, ¿podríamos continuar mañana?”” por supuesto contesto el anciano, si vuestros padres no tienen problema”
Sus padres asintieron con la cabeza y se fueron a dormir.
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Editado: 13.07.2022