“Como era costumbre el joven templario se levantó para el rezo de prima, a las seis de la mañana, llego ya con la armadura de malla puesta la túnica blanca y su ceñidor, tal como había visto el día anterior a los demás templarios.
El chico, prudente, se colocó atrás de todos. Cuando lo vio el maestre, con un gesto casi imperceptible para los demás lo hizo que se adelantara. “hoy dirigirá el rezo nuestro nuevo hermano, así podréis ir familiarizados con él. Seguro que está llamado a grandes cosas como todos ustedes”, dijo con voz solemne.
El chico sin dudarlo empezó a rezar en latín como si fuera su lengua materna, asombrando a todos con el dominio de esta. Una vez terminados los rezos, el maestre le dijo que en la fortaleza no había ningún traductor de griego, que él por la formación que tenía como novicio aprendería algo y si era tan amable de poder traducir un manuscrito que se encontró en tierra santa en este idioma. El chico dijo que haría lo que pudiera, ya que el griego no era la mejor lengua que hablaba. Comenzó a leer el pergamino de corrido, sin titubeos ni dudas aparentes, el maestre quedó sorprendido. El pergamino hablaba de una caja con tres cajitas dentro, que tenían un gran tesoro, quizás lo más importante que ningún mortal hubiese creado.
Una vez terminada la traducción el maestre lo invito a que se sentara en su mesa cuando fuera la hora de la comida y que mientras tanto fuera a entrenar con su compañero. Cuando este lo vio, lo primero fue ir a las caballerizas a enseñarle la montura que le habían asignado, en concreto podría elegir entre dos, un caballo castaño y uno azabache como la noche. El castaño era un destrero, llamado así porque los escuderos lo llevaban a la batalla con la mano derecha, mientras el caballero, montaba un caballo menos adecuado para la batalla, pero el equum meum nigrum, el caballo negro, era un corcel, un caballo nervioso, ágil, con la suficiente potencia para que pudiera con el joven y su armadura, se podría decir que fue amor a primera vista. Eligió a este, al negro, detrás de él, el maestre soltó una carcajada enorme, “también sabes de caballos, no solo hablas latín y griego perfectamente, creo que tenemos una verdadera joya aquí con nosotros”. El chico solo pudo sonrojarse.
Junto con el caballo llevaba una lanza de unos 4 m de longitud, que para la primera envestida seria devastadora.
Pregunto el maestre como se le daba el cuerpo a cuerpo y le dio una espada bastarda a dos manos, pesada, de difícil maniobrabilidad, el joven a poco pudo defenderse con las envestidas de su compañero. Al cuarto intento le pregunto al maestre que seguía de cerca su entrenamiento que si podía coger la espada que el quisiera. Cogió una espada más corta de un metro, ligera, grácil, la manejaba con una mano y en la otra tenía un escudo, el chico parecía que lo cambiaron, derribo a su compañero tantas veces como intento someterlo.
En la ultimo embate, pudo desarmar al joven y creyendo que ya lo tenía, fue a por él, cuál fue su sorpresa que el joven templario saco su espadín o estilete y con hábiles movimientos marco en la túnica los sitios que le hubiera cortado, siendo mortales todos.
El maestre cuando vio esto, no pudo por más que quedarse meditabundo, como un chico menudo pudo destrozar a un templario veterano, no era normal. Lo llamo para hablar con él en privado.
Perdona mi indiscreción, ¿cómo has podido derrotar a tu oponente si era más veterano, más fuerte y más acomodado con las armas que tú?, le pregunto el maestre.
Fácil, señor, mientras que el gastaba fuerzas con el mandoble para ajusticiarme yo solo esperaba que se cansara y tener una oportunidad, me agazapaba detrás del escudo y dejaba que él se derrotara así mismo, cuando uno es el menor de los hermanos y tu hermano mayor está zurrándote casi a diario en los entrenos delante de tu padre, o te resignas a ser un muñeco de entrenamiento o piensas como derrotarlo. Yo opte por la segunda. Me esforcé a diario y me di cuenta que la agilidad y ser un poco más liviano en armamento y armaduras, aseguraban casi siempre una victoria, haciendo así rabiar a mi hermano, solo es cuestión de saber utilizar la cabeza.
Dicha reflexión del chico hizo que el maestre se diera cuenta que era un gran estratega y que lo llevaría a batalla junto a él, no entraría en el campo de batalla salvo que fuera necesario y que movería las tropas de sus hermanos, para llegar a la victoria, para más gloria del Gran Maestre y de Dios.
Abandona tus aposentos, te daré algo más privado para ti solo, desde mañana entrenaras conmigo, quiero ver tus dotes de primera mano y saber cómo te defenderás de mí, dijo el maestre de forma imperativa.
El joven asintió con la cabeza, y sonrió de medio lado, con una risa picara. El maestre no sabía dónde se había metido, el chico no dudaría en dejarlo en ridículo desarmándolo o incluso marcando golpes mortales nada más pudiera, los retos le gustaban al joven y sabía que lo conseguiría solo con esfuerzo.
En la comida, junto con oficiales veteranos, anuncio el maestre que el joven comería todos los días con ellos, ya que posee una mente estratega importante y sería de gran ayuda si algún día fueran a batalla. El joven solo le hizo una pregunta al maestre, pero lo dejo desconcertado. ¿habría alguien en el temple que le pudiera enseñar arameo y árabe?, interrogo el joven, a lo que el maestre le dijo que sí, pero que estaban en tierra santa junto con el gran maestre en la fortaleza de Edesa, ya tendría tiempo de hablar con él y aprender todo lo quisiera.
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Editado: 13.07.2022