El enigma

Capítulo 10: El Gran Maestre.

“Pasados unos días, un jinete se acercaba al castillo, venia al galope, con la capa blanca con la cruz roja tan característica de la orden, al viento. Le bajaron el puente levadizo, y entro del mismo modo que venía, pronto llego a la sala del maestre y sin bajarse aún de la montura, gritaba que era misiva urgente del Gran Maestre de la orden, y que tenía que entregarla en mano al maestre del sitio.

El maestre lo recibió y le dijo al jinete que descansara un poco, los escuderos del castillo cuidarían de su montura, que pronto recibiría contestación para que se la llevara a su buen amigo el Gran Maestre de la orden.

Sin tiempo que perder, hizo llamar a sus hombres de confianza, entre ellos estaba el joven templario. Calmado, pero sin tiempo que perder se puso a leerles la misiva no era muy larga, quizás estas sean las peores, pero si muy densa, podríamos decir que si fuera otra época hubiese enviado un telegrama, ya que decía lo esencial, pero de forma muy escueta.

Solo decía, amigo mío parece que vamos camino de otra cruzada, te pido que vengas con tus mejores hombres, esto será largo.

Sin dudarlo un momento, el maestre, ordena a 200 de sus mejores hombres que se preparen para partir, entre ellos el joven templario. Este iría en cabeza con el maestre, ambos gozaban con la compañía del otro, y tenían largas conversaciones y sobre todo de las largas y numerosas partidas de ajedrez que jugaban en un tablero de casillas blancas con separaciones negras. Hasta el siglo XIII, no se generalizó el uso del tablero con casillas de ambos colores.

El joven muchacho, le entrego un pergamino enrollado a uno de sus compañeros que se quedaba en el castillo y le rogo que se lo hiciera llegar a su padre. Después con disciplina castrense se montó en su caballo negro y se puso a la cabeza de una alargada fila de inmaculadas capas blancas con cruces rojas, había empezado la marcha hacia tierra santa.

Poco a poco se pusieron en marcha hacia el condado de Edesa, base de los templarios en tierra santa. Hacían noche en los castillos de la orden y si no podían acampaban al lado de algún convento y al día siguiente seguían con la marcha, tediosa, larga, agotadoras horas de caminatas a caballo.

A medio camino se enteraron que se había decretado una nueva cruzada, sin dudarlo espolearon a los caballos y apresuraron su marcha, tenían que pasar por tierras bizantinas y eso sería un problema si no se daban prisa.

Llegaron a Anatolia, dentro de los dominios bizantinos, como era previsible, Bizancio entorpeció todo lo que pudo el paso de los templarios, así como de todos los cruzados, con tretas y pleitesías debida por donde pasaban, lo que origino más de 15 días de retraso en su llegada al castillo del temple en Edesa. El joven templario no sabía cómo ponerse en su caballo, le dolía todo el cuerpo, sus posaderas iban en callo puro y sus piernas le daban espasmos de tantas horas de marcha, sencillamente no estaba acostumbrado a tantas horas de cabalgadura.

El Gran Maestre, cuando los vio llegar, sonrió de medio lado y con un sonoro abrazo recibió al maestre que había llegado. Albricias amigo mío dijo con una voz majestuosa, profunda, pero llena de calor y empatía.

¿Este es tu nueva adquisición que te tiene deslumbrado? Señalando al joven que iba a su lado. Amigo mío, también lo hará contigo.

Fueron los tres a una parte reservada del castillo, solo estaba permitido el paso a él Gran Maestre y sus invitados. ¿Qué piensas de la situación? Pregunto el Gran Maestre, el joven creyendo que se lo preguntaba a su señor, se dirigió a la biblioteca y se puso a ver los volúmenes que tenía. El maestre intermedio, chaval que el Gran Maestre te pregunta a ti, dijo con un tono disgustado. El joven templario no pudo por menos que pedir perdón, explicó que creía que iba de oyente y por eso ante tal pregunta no contesto, pero de inmediato empezó a hacer un análisis pormenorizado de la situación llegando a la conclusión que si no unían fuerzas todos los reinos de Europa junto con el Papa y Bizancio la cosa pintaba muy mal. Los almohades, almorávides y demás tropas musulmanas, cada vez eran más numerosas, pero lo que más le preocupaba era el ejército de una dinastía nueva en Egipto, la ayubí, que sin duda tenía un líder carismático y que podía unir a todas las tribus islámicas en contra de Jerusalén.

El Gran Maestre quedo impresionado, sin haber estado allí ni un solo día, podía leer la situación con una claridad meridiana solo por lo que pudo oír en su viaje. Dijo que en breve se le unirían tropas de Alemania, Francia y otros sitios, para confeccionar un ejército de más de veinticinco mil hombres, teniendo un grueso de templarios.

El joven dijo que no sería suficiente para vencer y que se preparasen para tener muchas bajas, ya que como el demostró los árabes luchan con escudos y espadas más livianas que los cristianos y eso hacer que se muevan más rápidos, pudiendo ser más letales. El Gran Maestre iba de sorpresa en sorpresa, miro al maestre y este solo pudo encogerse de hombros, te dije que era un ser privilegiado, sabe leer el aire y oír la oscuridad. Doy gracias a Dios porque este en nuestro bando, sino lo pasaríamos mal, el Gran Maestre no pudo más que asentir con la cabeza.

Dejaron de hablar de tácticas y empezaron a contar historias del camino, también se relataron historias de la otra cruzada y muchas otras historias, hasta que llegaron al punto donde el joven relato como tradujo un pergamino en griego con un gran misterio. Las risas se ahogaron y el rictus serio se implanto en los otros dos tertulianos. El Gran Maestre dijo que tenían que hacerse con esa caja, si era verdad lo que allí se decía, podría inclinar la balanza hacia su lado, y que él creía saber dónde se encontraba.




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