Todos se levantaron y fueron al comedor. Cuando llegaron, vieron un festival de comida. Sin saberlo ellos, el anciano había planificado un ritual, que venía desde hace mucho tiempo en su familia, donde se intentaba unir lo tradicional con lo vanguardista, y no solo en el tema gastronómico.
Se había preparado platos de todas las épocas, verduras hervidas, asados de aves, cerdo cabrito, vaca, dulces por doquier, la mayoría de inspiración árabe, dulces de miel y almendra, no faltaban tampoco el cous-cous, ni siquiera un buen hummus, tampoco una selección de las más variopintas y raras frutas, como el carambolo, la pitaya y otras que normalmente no se veían en los mercados de la ciudad. Zumos de papaya, granada, tomate y licuados de pepino y apio, así como dátiles, piña y demás frutas y postres.
Los más jóvenes quedaron maravillados por la cantidad de platos, y la diversidad que había. Los mas pequeños se tiraron por los frutos secos, almendras, avellanas, pistachos, anacardos, etc., y los adultos por los zumos y licuados.
El anciano esbozó una gran sonrisa, la felicidad de su familia y verlos reunidos era una de sus pasiones, otra la charla y la lectura. Por esto mismo no dudaba en ocultarles cosas para no hacerlos sufrir.
Por no hacer esto cuando joven ya perdió un hijo y no estaba dispuesto a pagar ese precio más. Como el propio anciano decía, “la ignorancia de lo que ocurre en tu entorno siempre te hace vivir más feliz”.
Se sentaron a la mesa. Los pequeños esperaban con ansias los postres, esos pasteles de almendra y sidra tenían una pinta maravillosa.
“amigo mío” le dijo al enjuto y alto mayordomo, “incorpórate a la cena con nosotros, Esto también te incumbe”.
Como buen anfitrión, una vez sentados todos, y con el vino descorchado y servido se puso en pie.
“Querida familia, que nada de este mundo nos separe, nos haga no hablarnos y que todas las decisiones que se tomen sean para unir más a la familia.”
Un brindis cargado de significado.
“Non nobis, domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam” Terminó diciendo. En esto su nieta la menor, la benjamina de la familia, le dijo; “abuelo has dicho lo mismo que aquel templario cuando iba a entrar en batalla. ¿Contra quién peleamos?”
El abuelo rio escandalosamente, “¿Te parece poca faena la que tenemos por delante?, pero me agrada que estuvieses atenta a esos detalles.”
Sin más retrasos empezaron a comer. Dieron buena cuenta de las aves y de las carnes rojas, el cerdo no se tocó mucho, salvo por el sobrino del anciano, que dio buena cuenta de un lechón y de un azumbre de vino, o lo que es lo mismo, cuatro cuartillos.
La hermana del anciano, ya había vivido esto, pero hasta que no vio el banquete no recordó un hecho igual de su juventud. La comida no pudo ser más difícil para ella, se le caían las lágrimas y no podía remediarlo. Iba a ser un día alegre para la familia, pero no para ella. Algo iba a terminar y algo iba a empezar, y no sabía que era peor. Apenas probó bocado, un zumo de tomate con pimienta y sal, un lenguado a la plancha con una guarnición de ensaladas varias y un trozo de solomillo Wellington. El postre se lo tendría que pensar.
El anciano se tiro por la carne roja. Un buen entrecot poco hecho, como le gustaba a él, de una ternera Angus fue su plato fuerte. Quizás porque los viejos se vuelven niños o porque sencillamente era un chucho goloso, se tiro por los pistachos y las avellanas, un buen zumo, que repitió, de papaya y mango y un arroz blanco basmati con nueces. Fue su entrada. Lo rego con casi dos azumbres de vino grueso con cuerpo como él le gustaba decir, en una jarra de barro, morada, coloreada de ese vino que a veces había que masticarlo antes de tragarlo.
La cena fue opípara, casi ninguno, después de casi dos horas de comer era capaz de seguir, fue la hora de sacar unos licores digestivos, que todos tomaron y parece que hicieron su cometido, aliviando el estómago para los postres.
Los jóvenes se tiraron a los dulces, bendita juventud, y pidieron helado también. El anciano, como un niño más, le metió mano al pastel de sidra y almendras, “Donde se ponga una buena coca”, decía siempre. Después se echo una copa de un cremoso helado de café, le encantaba.
Cuando terminaron de cenar, les dijo “y ahora la sobremesa frente a la chimenea. Coged una copa de alcohol y veniros. Tú amigo mío, también.”, refiriéndose al mayordomo.
El anciano cogió una copa para brandi y se dirigió al sillón.
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Editado: 13.07.2022