14/03/2018
Hoy sucedió algo demasiado extraño, fui a cenar algo antes de ir a mi clase de violonchelo y me encontré con muchos camarógrafos y reporteros frente al restaurante. Al principio creí que estaban buscando a algún famoso que le estuviera siendo infiel a su pareja, pero, al verme, salieron corriendo detrás mía cual estampida. Lastimosamente, creo que no reaccioné de la mejor manera, ya que terminé huyendo por instinto.
A medida que corría de las personas, vi cómo una chica estaba a punto de caer por una barandilla que daba a un abismo de al menos quince metros que llevaría sin duda a una muerte segura y, tal vez por instinto, la atrapé. Iba a soltarla en ese mismo instante, pero algo en ella me lo impidió, fue como si mi cuerpo no quisiera hacerlo. Al verla a los ojos, tuve una sensación de corrientazos por todas mis venas. Estuvimos a punto de hablar, en realidad quería hacerlo, pero al mirar detrás de ella pude ver como los reporteros recorrían el mismo camino que yo había cruzado, así que me alejé lo más rápido que pude, no sin antes darle un último vistazo a esa chica.
Después de perderlos, volví al auto en donde me esperaba Angus, quien me llevó a mi clase. Estando allá fui a buscar algo de comer, tuve que hacerlo minutos antes de comenzar.
Te juro que fue algo extremadamente extraño, no entiendo por qué me esperaban a mí.
Suspiro después de terminar de escribir en mi diario, libreta en la que he estado escribiendo mis pensamientos y sentimientos desde hace más de dos décadas, y lo cierro. Miro a ambos lados, al saber que Natalie no está rondando por aquí, me acerco a mi escritorio, me arrodillo, abro el último cajón del lado izquierdo y tras volver a revisar a mis espaldas, lo saco por completo dejando a la vista mi colección de diarios. Están ordenados desde los más viejos hasta los más recientes, guardo la treceava edición de mis pensamientos más íntimos y vuelvo a colocar el cajón en su lugar. Hasta el momento nadie se ha enterado de este escondite, pues es que es el único lugar que es totalmente privado en esta casa. Todas las mañanas a las ocho y media puntualmente aparece Mirtha, la señora que se encarga de limpiar y ordenar la casa, en mi habitación. La organiza, eso es verdad, pero no deja ni un sólo rincón sin revisar por órdenes de mi padre, para evitar el fomentar los secretos entre ambos.
Mi padre, Andrew Freeman, es un abogado, político y senador sin corazón, con más ceros a la derecha en su cuenta bancaria que ningún otro y que está por convertirse en presidente, todo depende de las votaciones de la próxima semana. Es un hombre con más de metro noventa, imponente, blanco, cabello corto castaño oscuro junto a unas cuantas canas y siempre perfectamente peinado y ojos almendrados marrón oscuros. Él nunca viste de forma casual, es más, creo que nunca lo he visto sin su impecable traje negro de trabajo, ni siquiera en fines de semana o estando en casa. Su mirada suele ser severa y gélida, siempre analizando a los demás para encontrar sus debilidades y utilizarlas en su contra. Tiene una seguridad en sí mismo arrolladora y lo demuestra con sólo una mirada, no le es necesario mucho tiempo para encontrar las debilidades de alguien, lo cual, siempre me molestó y asustó.
Pese a todo, casi no lo conozco en los veintiocho años que llevo viviendo junto a él, "la vida es trabajo y el trabajo es vida", su frase célebre cuando le pedía que pasara tiempo con nosotras. Él es muy apartado de la familia y cuando viene a casa se encierra en su despacho para seguir trabajando.
Por otro lado, mi madre siempre fue muy amorosa, aunque no podía pasar tanto tiempo con nosotras como hubiese deseado por su trabajo de modelo y actriz. Puede que no siempre la recuerde en su totalidad, pero tengo las fotos de los lugares y películas en los que trabajó para detallarla. Ella era de estatura media, su piel negra era suave y finísima, rostro largo y delicado, cabello hermosamente rizado, de color negro ónix, grandes y vivaces ojos pardos custodiados por unas hermosas y tupidas pestañas negras, labios gruesos y rojizos que resguardaban pequeñas perlas blancuzcas por dientes, pómulos altos y tersas mejillas teñidas de un suave rojo carmín natural. Su cuerpo era perfectamente proporcionado, senos grandes y firmes, brazos delgados y delicados, abdomen plano y sin ninguna cicatriz o estría, con unas piernas largas y finas. Ella era divertida, sumamente inteligente, simpática, amable, risueña y para nada interesada; siempre me he preguntado qué le vio a un amargado como lo es mi padre, pues su interés nunca fue el dinero, ella amaba la vida y adoraba vivirla al máximo junto a su familia, su carrera y con sus amigos.
Se podría decir que crecí rodeada de desconocidos que lo único que esperaban de mí era silencio y un comportamiento acorde a mi status socioeconómico. Mi padre nunca estuvo ni está en casa, mi madre murió en un accidente automovilístico cuando era demasiado pequeña y las personas que me custodiaron desde entonces nunca me dirigieron palabra alguna de no ser que sumamente necesario. Las únicas con quienes me expresé con sinceridad desde pequeña fueron mi ex nodriza, Susan, que era la única que ignoraba esa regla y Nerea, mi hermana menor.