Las runas ya habían desaparecido. Brillaron con una luz blanca durante unos momentos después de terminar su cometido pero al final se apagaron. Fueron obra de un sacerdote ahkinei, los dos que llevaban en el grupo las habían reconocido. Existían 249 runas, eran como un idioma aparte de cualquier otro pero cada raza tenía su forma de emplearlas. Estás estaban unidas, cada una iniciaba donde terminaba la anterior. Las runas no tenían ningún sonido asociado pero de haberlo tenido, éstas seguramente sonrían como una melodía armoniosa.
Concluyeron que las habían plantado como una defensa desesperada. Las sombras aun no tomaban la cabaña, así que puede que haya funcionado. Inspeccionaron el resto del lugar por más trampas y resultó que todo el perímetro estaba repleto de runas, unas más trabajadas que otras en los trazos pero todas entre lazadas con empeño.
Los dos rubios del grupo tardaron una hora en desmantelar un metro del perímetro de runas para poder acceder a la estación. Para ese entonces el sol ya estaba cayendo. Las nubes de tormenta se habían alejado por un buen rato pero ya se volvían a formar en el cielo.
El claro alrededor de la cabaña estaba manchado de sangre seca, mucha sangre seca. Todos los ceros se formaban una idea de como estaba la situación realmente aunque ninguno se atrevía a decirlo en voz alta. Entraron lentamente y revisando todos los rincones.
La puerta de madera estaba abierta de par en par y se alcanzaban a ver unos pies pequeños. Uno tenía una bota de piel pero el otro la había perdido y estaba cubierto por hiervas y lodo. La primera en entrar fue Eilar. Pateó la puerta para asegurarse de que no había nadie detrás. La plancha de madera, veinte o treinta centímetros más grande que la togos, se estrelló contra la pared y rebotó. La caballero la detuvo con su espalda y se metió dando una mirada rápida alrededor.
Estaba buscando enemigos y no reparó en los restos hasta que comprobó que la habitación principal estaba segura. Entonces si los vio. Los pies que habían visto al principio eran de un ahkinei. Su túnica estaba hecha jirones y sucia de días. El amarillo de su cabello era cubierto por un negro grasoso, probablemente por rellenar las lámparas de aceite. Su piel estaba reseca y casi pegada al hueso. La boca la tenía manchada de sangre. Nadie lo dijo pero todos sabían porque. Sebio había dicho que tenían suministros pero el panorama decía todo lo contrario.
El resto del grupo entró a la estación uno por uno. En la habitación central encontraron la trampilla que la unión llevaba un siglo protegiendo. También encontraron los huesos de al menos ocho personas, a juzgar por las calaveras. Cuatro lámparas, una en cada esquina, aún conservaban una pequeña flama moribunda. Antes de hacer cualquier otra cosa las cambiaron por cuatro de las que llevaban cada uno en su montura .
Habían asumido que la cabaña estaría bien abastecida por eso dejaron todo en la ciudad. Tendrían que volver a salir del bosque para recuperar los suministros. Al menos esa era su intención pero la noche estaba por caer y era una locura atravesar el bosque a la luz de la luna así que tuvieron que quedarse ese día.
Amarraron a los caballos a los postes de la cabaña y les dejaron las lámparas para encenderlas por la noche. Sacaron del lugar todo los cadáveres y cuando ya estaban limpiando el interior lo mejor que pudieron, ocurrió algo que los dejó perplejos...
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Editado: 30.06.2021