Abjil intentaba consolar a su maestra. Él nunca creyó que llegaría a estar en ésta situación. Eilar ya no daba ninguna señal de vida más allá de su respiración.
Había escuchado el estruendo a su espalda pero no le prestó atención. Su maestra era más importante para él. La ren del hacha aún tenía a la princesa en los brazos y lloraba sin tapujos.
De haber dependido de él se hubiese quedado ahí todo el día, pero era humano y sus piernas se comenzaban a dormir. Además las sombras aún no se retiraban. Sin moverse demasiado para no incomodar a Eilar comprobó su alrededor.
El Rú estaba riendo, se le hizo de lo más raro hasta que vio a uno de los ahkinei sosteniendo al otro que tenía la cabeza quemada y un charco de sangre debajo. Parecía estupefacto, perdido en algún lugar de su mente. Eso lo dejó aún más confundido.
Miró detrás de si, estuvo a punto de caer pero se sostuvo con una mano por los pelos. El tipo de la revolvedora estaba tirado en el suelo, quemado por completo. La ropa se le confundía con la piel y lo peor era que su pecho se movía trabajosa mente de arriba a abajo. Seguía vivo. Estuvo a punto de vomitar pero se controló a fuerza de voluntad.
Volvió a mirar a Sebio creyendo que se había vuelto loco sucumbiendo ante las sombras como el resto. Vio el momento justo cuando señalaba a los dos hombres pájaro, distraídos con el enemigo. Apenas tuvo el tiempo para preguntarse: ¿Qué rayos? Entonces los axrat se miraron como si se acabarán de notar. Soltaron los arcos, sus uñas crecieron como garras y comenzaron a atacar se el uno al otro. En apenas unos segundos volaban plumas y jirones de piel. La sangre salpicaba por todos lados y los dos arqueros reían de emoción.
Abjil se quedó perplejo. Sabía que tenía que moverse pero la situación le dejó la cabeza revuelta. Se forzó a mirar alrededor, a usar la cabeza.
Las sombras se mantenían a distancia a pesar de que nadie les impedía avanzar. Eso no le gustó para nada pero era una preocupación menos. Luego miro a la mujer togos ella seguía llorando. Debía llamar su atención. ¿Pero, para qué?
«Piensa, Abjil, piensa.»
La mujer levantó la vista, lo agradeció pero estaba pasmado y no sabía como aprovechar esa fortuna. No, mentira. Sí lo sabía, claro que lo sabía pero su cabeza no quería aceptarlo. El loran los había traicionado. Tenía que comunicárselo.
«Mira»
Pensó mientras señalaba su propio ojo. La mujer estaba tan acostumbrada a su oficio que le prestó atención en automático. Abjil no supo cómo seguir. Tenía que advertirle sobre Sebio pero si ella lo miraba en ese momento ¿Qué iba a ver? ¿A un compañero perdido en la locura? Tal vez hasta intentaría ayudarlo y eso sería fatal. El Rú era el enemigo... Eso le dio la respuesta.
Hizo una señal manual que su maestra le había enseñado para advertir por enemigos y señaló a Sebio. La mujer empezaba a tomarlo por loco y por un momento tuvo miedo de que lo ignorara pero no fue así.
Mientras esperaba a que ella se hiciera a la idea, él tuvo que hacer algo más, un último esfuerzo. Eilar no estaba en condición de pelear, si no se recuperaba tendría que abandonarla.
Agarró su cara con las manos y la obligó a mirarlo. Sus ojos estaban desenfocados, como mirando a la distancia.
—Vuelve. —Le dijo—. Vuelve a mí, te necesito.
Acarició su mejilla tierna mente, igual que a ella le gustaba hacerlo con él. Sintió su respiración, su aliento cálido en los labios. La besó. Puso en esa acción todo lo que quería decirle, todas sus esperanzas. Fue rápido, sus labios apenas se tocaron pero compartieron su calor por última vez. Se apartó. Ella seguía mirando a la nada. Él rompió a llorar pero no tenía tiempo para nada más. La dejó ahí sentada, perdida, esperaba que en algún buen recuerdo lejos de toda esa mierda.
No sabía dónde estaba su espada y tampoco tenía tiempo de buscarla así que se adueñó de la que pertenecía a su maestra y se levantó. La mujer togos se paró a su lado. Estaba pensando en que debería convencerla de atacar a su líder de escuadrón pero el Rú le ahorró todo eso.
Se giró, parecía sorprendido de verlos y comenzó a reír. Era un hombre totalmente diferente del que había conocido durante la última semana.
—¿Los polluelos quieren atacar al gavilán? —Preguntó como si hablara con un bebé—. Ninguno de los ceros pudo siquiera verme venir. ¿Creen que Gah obrará un milagro?
Soltó una carcajada. Enseguida se serenó y, muy serio, siguió hablando.
—Esperen, no es retórica. Hablo en serio. ¿Qué creen que ocurrirá? Miren a su alrededor. Están solos.
—¿Por qué? —Preguntó la ren togos de repente. Sebio la miró como si fuera estúpida.
—¿Por qué? A caso no reconoces un muerto cuando lo ves. —Señaló al otro laran—. Ese incluso sigue respirando pero no te engañes ya esta muerto.
Ella ignoró todo y volvió a preguntar.
—¿Por qué nos traicionaste?
Eso, increíblemente, hizo enojar al Rú.
—¿Traición? Yo nunca he traicionado a nadie, ni planeó hacerlo. ¿Engaños? Eso sí, soy experto en eso pero traición, jamás. Nosotros no somos como ustedes.
Los dos estaban confundidos y Sebio lo notó.
—Ho. Ya veo, no se han dado cuenta. Tranquilos, como ya dije soy experto en lo que hago. —Entonces llevó una mano a uno de sus anillos y se lo quito—. Ya no lo necesitaré.
Tiró el objeto a un lado como si fuera basura. Su cuerpo se comenzó a transformar. La piel negra se fue obscureciendo hasta que casi no reflejó la luz. Sus manos se transformaron en una especie de tentáculos delgados y sinuosos. Su nariz desapareció y sus ojos se volvieron dos posos negros.
—¿Lo ven ahora?
Su voz sonaba rasposa y gorgoteante como si tuviera la garganta llena de flemas. Los dos ren estaban atónitos, mudos. Sebio siguió hablando, parecía hacerlo más para si mismo que para los humanos.
—La primera en caer sera Hat. No sera fácil pero una vez que eso ocurra las demás ciudades la seguirán pronto.
Abjil estaba temblando. Sabía que no tenían manera de ganar o siquiera una forma de escapar. Su maestra se lo había dicho varias veces. Que siempre llega ése momento en que un caballero muestra de que está hecho. Éste era su momento, debía enfrentarse al enemigo o dejarse llevar por él miedo y huir. El resultado poco importaba.
Pero decirlo era mucho más fácil que hacerlo. Sus piernas apenas lo sostenían y si hubiera intentado hablar su garganta solo habría emitido un chillido ahogado. Además, su compañera se le adelantó.
—La Unión te detendrá. —Gritó furiosa, casi fuera de si—. Aún hay ceros allá afuera.
Sebio, o más bien, la cosa que en algún momento fue Sebio, sonrió. Sus dientes eran como piedras, pulidas y grises de un tono muy obscuro.
—Sí. —Dijo—. Aún hay ceros allá. Dejé a Halak en Zin, Mozan esta en Orión, las togos sin duda pelearán como fieras y hay algunos otros en las demás ciudades; pero la mayoría están aquí, sesenta y tantos, ni siquiera recuerdo el número exacto. Regaron el bosque con su sangre. Algunos vinieron solos, otros en grupos pero ninguno sospechó nada. Era todo unos valientes. Pero ya conoces esa mítica frase. La de los valientes que pueblan el cementerio. —Volvió a reír—. Todos están muertos, al menos los que eran redondos de verdad, y los que faltan morirán pronto, me encargaré de eso.
A los dos ren se les cayó el alma a los pies. Si ése... Esa cosa realmente decía la verdad, todo estaba perdido. Empezó a acercarse, sus extremidades se agitaban de manera asquerosa y su contorno se iba perdiendo en la obscuridad. Abjil no tuvo que mirar atrás para saber que el resto de sombras se acercaban también. Todo estaba perdido.
En ése momento la mujer togos dijo algo que lo hizo reaccionar.
—Entonces tenemos que matarte. Así todo terminará.
Eso le hizo recordar la noche en que la pelirroja, Aleaha, lo había mandado por alcohol a su tienda. Ella y su maestra creyeron que no las escuchaba pero Abjil tenía un buen oído. La cuestión era que tenían razón, si eliminaban al titiritero todo terminaría y si no era así tampoco tenían nada que perder.
Miró a la mujer togos, en otro momento seguramente de ella no recibiría nada mejor que desinterés pero en ese momento, en ese lugar, se miraron a los ojos y comprendieron que solo quedaban ellos dos. Se entendieron mutuamente y supieron que la suerte estaba echada.
Ella levantó su hacha y cargó, Abjil la siguió un paso atrás. El ser retrocedió por un acto reflejo. La doble hoja hendió el aire donde un momento antes había estado la cabeza del enemigo. La espada pinchó en una estocada que aquél ser apenas pudo esquivar. Entre los dos siguieron acosándolo, haciéndolo retroceder.
Sebio se arrinconaba cada vez más contra la cabaña y las armas rosaban peligrosamente cerca la obscuridad que emanaba de él.
Los ataques siguieron, con una sincronía casi perfecta, hasta que esa cosa se topó con uno de los postres de la cabaña. Abjil blandió la espada y de un golpe certero partió en dos...
—¡Qué peligro! —Exclamó asombrado el enemigo—. Si ese realmente hubiera sido yo puede que ahora mismo estaría muerto. Claro que eso no nos detendría pero fue un gran golpe.
Se estaba burlando. Abjil miró estupefacto como el cuerpo negro se volvía transparente hasta que solo tuvo delante un tronco de madera pulida. Tenía miedo de voltear y ver a su compañera muerta pero aún así se forzó a hacerlo. Ella estaba en la misma condición que él solo que había golpeado la nada unos metros atrás y a la izquierda. Ella también lo miró a él y supo que habían sido víctimas del mismo truco.
El no supo que hacer pero ella siguió atacando o al menos eso intentó pero la cosa se rió divertida y pregunto si estaba segura de a quién atacaba. La mujer se detuvo y miró por turnos a ambos. La sombra siguió hablando.
—Ya que estamos. ¿creen que de verdad seguimos en la estación? ¿Qué día es hoy? ¿Quienes ya murieron? ¿Seguros de que no se toparon con algo duro mientras agitaban sus armas a lo tonto? ¿Carne quizá?
Enseguida volvió a reír. Ambos ren estaban confundidos a tal punto que no se atrevían a moverse.
Solo entonces ocurrió. Fue como un milagro de Gah. En el momento que más lo necesitaban, los dioses se apiadaron de ellos...
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Editado: 30.06.2021