El juego del amor

Capitulo 10

No hablamos durante una semana y fueron los peores días de mi vida. Aparte de las formalidades de su agenda, no intercambiamos ninguna otra palabra y me evitó en cada oportunidad que se le presentó. Cuando llegábamos a casa, se encerraba en su habitación para no verme y yo me sumía cada vez más en la tristeza porque cuanto más se alejaba de mí, más lo echaba de menos. César no dejaba de preguntarme qué me pasaba y por qué estaba en ese estado psicológico, pero no quería que supiera que, una vez más, había metido la pata. Porque, para bien o para mal, Manuel tenía razón sobre mí. Eso es lo que hacía siempre, sacaba conclusiones precipitadas, y era culpa de mi imaginación, pero también del hecho de que no tenía paciencia para conocer a alguien. Me convenía juzgar a los demás. Mi amigo siempre decía que era una defensa que había desarrollado con el tiempo y después de muchas decepciones, pero en realidad, a estas alturas había ido demasiado lejos y lo sabía. No todas las personas eran iguales, pero siempre las metía en el mismo saco porque me convenía.

Me castigaba rastreando las listas de libros más vendidos casi a diario esperando el milagro que nunca llegaba, mientras que siempre, el nombre de esa persona se asomaba. Y así fue aquella mañana en la que tuvimos nuestro primer día de descanso en días. Tiré el periódico sobre la mesa, casi delante de él, y me dirigí al sofá donde me tumbé y empecé a hacer zapping por los canales para distraerme.

― ¿Por qué estás tan obsesionada con los libros que más se venden Ves las listas todos los días?

Era la primera vez que me hablaba de algo fuera del trabajo, y la verdad es que me sorprendió mucho. Levanté mi cuerpo para poder mirarlo, con una mirada de total incredulidad en mi rostro.

― ¿Me lo preguntas a mí? ― respondí, secamente, sin un ápice de ganas de hablar.

― No hay nadie más en la casa.

― No lo sé, no hemos hablado en una semana. Por un momento creí que habías hecho algún amigo imaginario, para hablar entre ustedes ― solté.

― ¿Crees que no debería estar enfadado contigo? ― Se acercó a mí y se sentó en el sofá tras levantar mis piernas, que apoyó sobre las suyas. ― No es fácil para mí, ya sabes, abrirme a la gente. Ni siquiera a través de mis libros. Pero a ti, te llevé a mi casa, te presenté a mi madre y a mi hermana y me esforcé por acercarme a ti, pero ahí estabas, continuando a tratarme como tu peor enemigo.

― Porque lo eres ― respondí con la poca sinceridad que me quedaba. Estaba confundido y no lo ocultó. Supongo que no habría sido fácil para nadie escuchar que alguien le consideraba un enemigo cuando ni siquiera se conocían. Yo también habría reaccionado así, obviamente, quizá incluso peor. ― Todavía no tienes ni idea de quién soy ―, sonreí con tristeza al ver que, incluso ahora, desconocía mi existencia como escritora. ― Sigues pensando en mí como un encuentro casual, la chica con el chicle en los vaqueros...

― No eres sólo eso...

― Sí, pero no sabes quién soy ―, dije, con la voz quebrada por la queja. ― Soy una escritora, Manuel. En la misma editorial que tú. Por eso me veías allí tan a menudo, pero ya ves, nunca te diste cuenta con cuánta arrogancia me tratabas. Creía que sabías quién era y te odiaba porque cada vez que salía a volar, me cortabas las alas, ya que mis libros siempre salían el mismo día que los tuyos y, por supuesto, estaban condenados desde el principio porque nadie compraba un libro de Amalia Sánchez cuando el gran Manuel Aldana sacaba un nuevo misterio. Te traté así porque te odiaba por arruinar mi sueño cada vez. Es todo lo que tengo para vivir, ya sabes, mis libros. Me costó aceptar que la oportunidad que esperaba nunca iba a llegar por tu culpa.

Aparté las piernas de él y me levanté del sofá lentamente, sintiéndome completamente agotada, pero al mismo tiempo aliviada por haber sacado lo que me atormentaba.

― Amalia, no he hecho nada para arruinar tu sueño ―, levantó la voz. ― Te lo ruego, siéntate y hablemos.

Me limpié los ojos húmedos y bajé la mirada mientras me volvía hacia él.

― No tengo nada más que decir. Ya me siento bastante ridícula.

Me fui a mi habitación, pero no se rindió. Me siguió y me impidió cerrar la puerta y dejarle fuera. Gruñí con fastidio mientras me desplomaba en la cama. Me tapé con la sábana y me arropé para que no me viera en este miserable estado.

― Lo siento mucho ―, dijo, y segundos después, sentí que la cama crujía bajo su peso después de que se acostara a mi lado.  ― Yo también me sentiría así, si fuera tú ―, suspiró con tristeza.  ― La verdad es que he tenido bastante suerte con lo de escribir. Mi primo es amigo del hijo de nuestro editor, y desde el primer momento se fijaron en mí. Invirtieron mucho en mí.

― Lo invirtieron todo en ti y nos dejaron a los demás luchar por el sueño ―, respondí, y bajé la sábana para poder mirarle. ― Era demasiado fácil para mí culparte de mí fracaso, incluso cuando sabía que no era tu decisión no promocionar mi trabajo.

Asintió con la cabeza en señal de comprensión. ― Lo siento mucho...

― Yo también.

Le di la espalda y esperé a que se fuera, pero en lugar de eso se acercó a la cama y nos encontramos tumbados espalda con espalda. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. ¿Por qué no me dejaba sola en mi miseria?

― Hace dos años me compré un coche nuevo que me llamó la atención ―, empezó a decir. Parecía que estaba perdido en sus pensamientos. ― Casi nunca me compro nada, así que me engañé pensando que realmente necesitaba el coche. Convencí a mis padres para que me llevaran a dar una vuelta por la costa para celebrarlo. Beatriz no estaba en casa, así que los tres nos fuimos a tomar un café. Me encantaba la velocidad y la ruta costera siempre te daba el impulso para correr un poco más. Mi padre... no puedo recordar cuántas veces me dijo que fuera más despacio. No escuché. Perdí el control cuando pasé por un lugar donde se había derramado aceite en el asfalto y el coche dio unas cuantas vueltas hasta chocar con un poste. Todo el lado derecho fue destruido. Mi padre murió al instante y mi madre quedó paralizada, mientras que yo salí ileso. Créeme, Amalia, no puedes odiarme más de lo que yo me odio por dejarme sentir libre por una vez en mi vida. El resultado fue que maté a mi padre y arruiné la vida de mi madre.



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En el texto hay: misterio, romance, aventura

Editado: 17.07.2022

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