Penúltimo Capítulo.
Las dos semanas pasaron con una lentitud insoportable, pero al menos sólo faltaban tres días para que la farsa tuviera un final temporal, hasta que se hiciera la selección en vivo. Me movía entre el personal de producción como un zombi porque hacía muchas noches que no dormía bien. Incluso me olvidé de comer, tan disgustada estaba por la decisión de Manuel de separarse de mí, por mi propio bien, sin preguntarme qué me convenía. Lo más difícil era evitar a Agatha, que se nerviosa cada vez más a medida que pasaban los días porque Manuel se había acercado a la otra jugadora, Marilia.
Él, jugaba su juego fríamente, sin mostrar ningún signo de emoción hacia mí. Tal vez era su forma de sobrevivir en una situación que le causaba estrés y tristeza, pero a veces sentía que me estaba castigando. Como si yo tuviera la culpa de sus decisiones. Tal vez en el fondo me culpaba de haber entrado en su vida en el momento más inoportuno. Yo también me sentía así, aunque intentaba ocultarlo. La verdad es que hubiera preferido que nos acercáramos en otro momento. Excepto que, si el juego no existiera no existiríamos como pareja. Era un arma de doble filo y me sentía confundida y cansada.
― Amalia, ¿podemos hablar un minuto? ― me suplicó Agatha después de acercarse a mí vacilante, al darse cuenta de que la estaba evitando.
Quería decirle que no, pero me daba pena. Después de todo, fui yo quien plantó la idea de que podía estar con Manuel. Le di razones para intentar y maneras de ganárselo. Ahora no podía reaccionar con tanta indiferencia.
― Sí, lo siento, estoy un poco en mi propio mundo estos días ―, me disculpé.
― Está bien, puedo decir que no estás en tu mejor momento. ¿Ha pasado algo?
― Mi novio rompió conmigo ―, sonreí, diciéndole la verdad, pero evitando mencionar de quién estaba hablando. ― Pensé que no era capaz de separarnos lo más mínimo, pero me equivoqué. Se vio presionado y prefirió dejarme antes que luchar conmigo ― expliqué y sentí que mis ojos volvían a arder. ― Oh, lo siento, no quiero agobiarte con lo mío. Dime cómo puedo ayudarte.
― No importa. Sería egoísta si mirara a mí misma cuando estás tan mal. Te considero mi amiga...
― Será mejor que no lo hagas ―, la interrumpí con una sonrisa melancólica. ― Protégete. No confíes ciegamente en nadie porque todos miran por sí mismos. Incluso yo.
Sobre todo, yo quise añadir, pero me callé porque ya había dicho demasiado. La chica sonrió con cariño y me dio un fuerte abrazo, que me sorprendió.
― Por eso me agradas, porque no me dices lo que quiero oír ―, comentó y me miró intensamente. ― Es un tonto él que te dejó. Eres una persona muy buena y te mereces lo mejor.
Sacudí la cabeza y dejé que mis lágrimas fluyeran. No quería que me viera desahogarme, así que me alejé a paso ligero. Me encerré en la primera habitación vacía que encontré e inmediatamente, dejé escapar mis sollozos. Hacía mucho tiempo que no me desahogaba y apenas podía respirar de la angustia. Estaba llorando tanto que ni siquiera oí cómo se abría la puerta, sólo que de repente sentí que dos fuertes brazos me rodeaban y sentí el olor de Manuel, a quien tanto quería. Escondí mi cara en su pecho mientras me besaba el pelo y me decía que no dejara de llorar hasta que sintiera que me relajaba.
― Lo siento mi niña, no sé qué más decir, lo siento ―, decía una y otra vez.
No tenía ni idea de cuánto tiempo nos quedamos así. Ni siquiera me importó. Allí, en sus manos, todo tenía sentido. Una vez que sentí que no tenía más lágrimas, me aparté de él y me limpié los ojos, evitando mirarle. Me sentí avergonzada, no por mi arrebato, sino por lo que había pasado delante de él. Fue mi ego el que me impidió hacerle saber cuánto me había afectado mi decisión.
― ¿Te sientes mejor? ― preguntó, pero cuando intentó tocarme, me aparté. Sin embargo, parecía molestarse, realmente, ¿qué esperaba? Me había hecho daño. Me había abandonado. ― Estás enfadada conmigo ―, se dio cuenta, y mi ira se desbordó.
― Vaya, lo adivinaste ―, le espeté. ― Ya puedes irte, estoy bien.
― No me voy a ninguna parte ―, dijo, obstinado, como un niño pequeño.
― No estoy de humor, Manuel. Si quieres algo de mí, pídelo ahora, pero luego déjame en paz.
― ¿Es eso lo que realmente quieres?
Lo que no podía entender era lo que él quería, en realidad. ― No puedo estar jugando...
― No es un juego lo que siento por ti ―, levantó la voz y me agarró la mano en el momento en que pasé por delante de él para detenerme. ― Entiendo tu enfado, pero estoy haciendo todo lo posible para protegerte ―, continuó. ― Yo voy a experimentar una paranoia de aquí en adelante, pero no es justo que te veas envuelta en esta locura. Te quiero mucho, Amalia, no puedo hacerte esto.
Levanté la vista porque mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez. Odié el hecho de entenderlo porque en su lugar, yo habría hecho lo mismo. No habría sido fácil. La gente querría saber cada pequeño detalle de su vida y eso significaba automáticamente que no tendría un momento para sí mismo sin estar bajo el microscopio.
― Bien, si pides perdón, lo acepto. Gracias por protegerme, pero eso no significa que no me sienta celosa y dolida porque te echo de menos más de lo que puedes imaginar...
No me dejó terminar. Me cogió la cara con las manos y apretó sus labios contra los míos. Tan sediento, jamás me había besado. Me robó el aliento para siempre porque este beso no se parecía a ninguno que me hubiera dado. Sin embargo, fue él quien lo rompió. Salió de la habitación cabreado y me dejó buscando otro beso suyo. Me froté la cara para recuperarme mientras trataba de entender qué significaba todo esto.
― ¿Amalia? ― Escuché una voz que se dirigía a mí. Me sobresalté del susto. Vi que Agatha se acercaba a mí con una mirada extraña y me pregunté si había visto u oído algo. ― Creo que tenemos que hablar ―, continuó con amargura y a estas alturas ya estaba confirmado que lo sabía todo.