ME SENTIA ABRUMADA.Yo, una chica de ciudad, no estaba acostumbrada a los momentos familiares íntimos. Quizás porque Eleonor y yo perdimos a nuestros padres cuando éramos solo unas adolescentes, y quizás eso, hizo que nuestros corazones fueran menos intolerables en manejar sentimientos tan primitivos. Pero aquí estaba, sin poder escapar, ni correr escaleras arriba para esconderme detrás de la puerta de mi habitación, y sabe Dios, que eso era todo lo que quería hacer. En cambio, respiré hondo y conté hasta diez mentalmente, método efectivo solía ayudarme a controlar cualquier situación.
Debajo del arco apareció el hombre de la casa, el señor de todo lo que me rodeaba. Sin duda alguna, era Kamal Yogananda, impecable como el resto de los miembros de su familia. ¿Cómo no podía quedar abrumada? Hombre de estatura media y robusto, sus andares eran seguros, sus hombros erguidos, y sus ojos… parecían estar alerta sin perder detalles. La viva imagen de un maharajá, con una sonrisa amplia, algo que me agradaba en un hombre. Sus gemelas colgaban de cada brazo, mientras él, las escuchaba y respondía a sus preguntas.
Iba ataviado con un tradicional traje, color crema y turbante marrón oscuro, con pantalón casi ajustados a la pierna debajo de la rodilla, abrochado con botones desde la pantorrilla hacia abajo, llevaba botas de charol adornadas con grandes hebillas de plata. A exención de los dos protuberantes anillos de oro con piedras preciosas engarzadas. No exhibía joya alguna.
—¡Querido! —llamó Aruditha. —¡Ven a conocer a la señorita Sherwood!
Di dos pasos hacia adelante.
—Encantada de conocerle, señor Yogananda. —dije en una voz lo más apacible y serena posible. Delante de mi estaba el patrón, el dueño de todo lo que alcanzaba a ver mis ojos de humano.
Kamal Yogananda levantó la mirada hacia mí, con el ceño fruncido durante unos segundos, tratando de recordar quién era yo.
—Por supuesto, Señorita Sherwood, ¿verdad? Lo siento, no me di cuenta de que hoy era el día... Bienvenida.
—No te preocupes querido, lo tengo todo bajo control. Sabemos lo ocupado que estás. —dijo su mujer, colocando una mano sobre su antebrazo.
—Sí, y bastante hambriento también.
Kamal Yogananda acortó los tres escasos pasos que nos separaba y me tendió la mano para que se la estrechara. Su apretón era firme y suave al mismo tiempo. Me pude fijar en sus amigables ojos marrones y en el bigote estilizado bien peinado. No me fue difícil notar que el señor Yogananda era más relajado y tolerante que su esposa, algo que llamó mi la atención. Y aquel popular dicho se hacía verídico delante de mis narices. Detrás de cada hombre exitoso había una mujer inteligente, y Arudhita, interpretaba ese papel asombrosamente bien.
—Espero que no le decepcionemos y desee quedarse por un tiempo con nosotros, —dijo él, con una sonrisa en la mirada, —estoy segura que mi esposa disfrutará la compañía de una dama inglesa, con quien compartir cotilleos y novedades de la ciudad de Londres.
Aquel comentario me relajó.
—Muchas gracias, estoy segura que disfrutaré de mi estancia en su maravillosa casa, —dije mirando alrededor. —Y será un placer impartir clases a las señoritas Yogananda.
—¡Perfecto! —respondió él. —Me alegro escuchar eso.
Decidí entonces, alejarme hacia otro extremo de la sala, donde Navani, sentada en un taburete bajo, ojeaba unos bocetos de acuarela que aparentemente, ella misma había dibujado.
—¿No estaba Sashi contigo? —preguntó Arudhita a su marido, mientras este se acercaba hacia las ventanas. El ambiente se sentía húmedo y la poca brisa que entraba por las ventanas era muy apreciada.
—Se detuvo para dejar uno documentos, quería revisar un telegrama que había recibido esta mañana, pero le sugerí que lo dejase para más tarde. Ya sabes cómo es Sashi.
Un músculo en la mejilla izquierda de Arudhita se contrajo, como si quisiera decir algo.
—Sí, tienes razón, —dijo ella en cambio. —Me gusta comer a la misma hora, ya que vosotros dos no os quedáis mucho tiempo, por eso trato siempre de aprovechar al máximo… sobre todo cuando podemos estar todos juntos… en la misma mesa. Pero, no te importa, ¿verdad?
—Por supuesto que no. —respondió el. —Siempre has sabido llevar la casa con gran maestría, y sigues haciéndolo como siempre… cuidando de todos nosotros.
Aruditha juntó las manos.
—¡Excelente!, sé que no podría decepcionarte. De todos modos... —hizo una pausa, dio un tironcito de su collar de cuatro vueltas de perlas hasta colocarlo en la posición correcta, a pesar de que su apariencia es impecable. —Le pediré a Sunitta que sirva el almuerzo en cinco minutos.
Se alejó hacia el otro extremo de la habitación, donde un sirviente regaba una docena de diminutos cactus en flor. El semblante de ella se puso serio, y por unos segundos, se quedó parada en el mismo lugar, en la misma posición, con la mirada fija en un punto perdido, quizás en un pensamiento, mientras el joven sirviente se alejaba hacia el patio de la cocina.
***
TRES HORAS más tarde, y en la intimidad de mi habitación, tuve tiempo para pensar en mi primer día bajo el techo de los Yogananda. Intenso. Productivo… y nada perfecto. No es que tuviera nada en contra de eso, todo lo contrario, no creo en la Familia Perfecta, más bien en que todas tienen su oveja negra, sus debilidades, recelos, inseguridades y secretos. Secretos que lloran por querer salir a la superficie y ser rescatados. Así, fue como me sentí rodeada con la familia que viviría durante los próximos seis meses.
Sin embargo, la entrada de Sashi Yogananda, el primogénito, fue interesante, nunca había conocido a un hombre tan seguro y arrogante de sí mismo, no es que me molestase, pero me dio la impresión de que su presencia molestaba a algunos de los comensales, entre ellas estaba Priya Patel, quien de vez en cuando le dirigía una que otra mirada de desprecio vagamente fingida, aunque era obvio que también la ignoraban, parecía que nada de lo que ella dijera alteraba el día a día.
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Editado: 25.08.2024