«Mi egoísmo ya no te deja ir. Soy demasiada tonta. Sé que borrarte no podré.»
Adam al ver que Minerva aún estaba callada. Inmersa en un sepulcral silencio. Decidió romper ese intenso e incómodo silencio acercándose un poco más hacia esa ninfa que había llamado su atención desde que la vio entrar al salón, moviéndose con unos movimientos sensuales que fueron su perdición.
No podía discernir el porque de su comportamiento. ¡Estaba comprometido! Tal vez no amaba su prometida pero desde que se había prometido con ella había dejado su amante —una viuda que había compartido su lecho hace dos años—, porque le tenía mucho aprecio. Fabiola era la dama perfecta para convertirse en la duquesa de Somerset. Tenía una buena personalidad. Era dulce y demasiada risueña. Además su madre –quién solían ser muy exigente con el tema de encontrar a la pretendiente ideal—, quería a Fabiola como su propia hija. Al principio intentó amarla, sin embargo, no pudo a forzar su corazón para corresponder su amor porque sabía con toda la certeza de mundo que su futura esposa lo amaba con tanta pasión.
Ahora debería estar en casa, disfrutando de un buen sabor whiskey ruso, no aquí. No obstante no podía dejar a su mejor amigo, Nicolás —un príncipe italiano que acababa de llegar a Londres con la misión de encontrar alguna dama para convertirla en su princesa. Para ello, tomó la decisión de camuflarse como un simple burgués entre la sociedad inglesa. Según él, la mujer ideal debería ser educada, con una gran carisma y tenga la capacidad de agitar su corazón—, solo.
—Jamás he conocido una dama tan bella como tú. Eres como una rosa. Especial y única.
Minerva se sonrojó mientras bajaba la vista por instantes, mordiéndose el labios algo culpable. Estaba dejándose de llevar por la coquetería del prometido de su hermana. ¿Acaso Fabiola se merecía algo así? No, claro que no.
Tenía que alejarse de él lo más posible pero antes quería entablar algunas palabras con él. ¿Estaría mal que quisiera hablar con él? Tal vez si lo conociera más, pudiera dejar de amarlo.
—Pero son demasiadas peligrosas. Cuánto más te acercas de una rosa, sus espinas filosas te herirán. Como una bella rosa, te aconsejo que te alejes de mí antes que termines siendo mi víctima —contestó luego de haberse la decisión correcta.
Los labios de Adam se curvaron, formando una amplia sonrisa. Y con picardía continuó con esa amena charla que cada vez era más interesante.
—Creo que no me importaría poner mi vida en peligro —susurró con voz ronca. Minerva tragó la saliva mirándolo fijamente.
Era más interesante que había esperado. ¿Por qué la vida era tan injusta? Tenía la fe de que pudiera tener una mala personalidad o algo que le desilusione para no amarlo más. Pero todo al contrario. Cada lapso de tiempo que pasaba, se enamoraba más de él. ¿Era eso normal? Tenía tantas dilemas sin respuestas.
—Tu esencia me hipnotizo tanto que ya no puedo pensar más que pedirte un bailarte. Estoy anhelando con locura sentir tu delicado cuerpo contra el mío —murmuró con voz seductora mirándola fijamente con los ojos oscurecidos, interrumpiendo el hilo de sus preocupaciones.
¿Bailar con él estaría mal? Solo será un insignificante baile, nada más. No hará daño a nadie, ¿verdad?
Asintió ligeramente con la cabeza. Quería bailar con el amor de su vida al menos unos momentos.
Tal vez no tendrá su amor pero al menos tendrá momentos significantes e imborrables que estarán en su memoria para toda su eternidad.
Adam la tomó de la mano después de recibir el permiso de Minerva. La guio hasta la sala —llena con demasiadas parejas danzando—, y con un rápido movimiento, la atrajo hacia él tomándola sutilmente de la cintura. Las mejillas de Minerva se tornaron rojizas cuando percibió una oleada de calor recorrerla por todo su cuerpo.
—O sole mio —pronunció con un impecable acento italiano al tenerla donde quería. En sus brazos mientras danzaban al son de la melodía.
Minerva se sentía como si estuviera en otro mundo. Estaba tan feliz de sentir los tranquilizantes latidos de Adam. Tanto que cerró los ojos, disfrutando las emociones que le estaba provocando Adam con su aroma y con su vital masculinidad.
Al levantar de nuevo la mirada, todo en su alrededor dejó el existir. Solo estaba ella con él y la conexión que nació entre las cenizas de un nuevo amor. Y en ese momento, fue donde decidió dejar de pensar en nada más que disfrutar ese momento tan especial para ella.
Cuanto más palabras intercambiaban, más unidos se sentían con el uno al otro. Además de poseer una hechizante belleza, era encantador que la hizo sentir especial por primera vez en su vida especial.
Esa desconocida tenía una risa tan bonita que por un momento fugaz deseó hacerle reír para siempre. No eran risas normales, eran melodía para su oído.