—Menudo día me espera —gruñó Adam al ver como la luz solar penetraba por todo el cristal de su ventana quitándole por completo las pocas ganas que tenía de dormir.
Al levantarse, Adam no dejó de moverse inquieto y malhumorado por toda su habitación. Después de esa pequeña siesta en su despacho, regresó a su aposento con tal de seguir durmiendo en su cómoda cama. Él había esperado que un buen sueño le hará olvidarla al menos por unos momentos de su mente y de su corazón pero no había sido así. Aún siendo víctima del alcohol, se quedó deambulando por cada rincón de su cuarto esperando que le entrara esas enormes ganas de dormir. Aunque estuvo a punto de lograrlo, cada vez que cerraba los ojos decidido a viajar al mundo de los sueños aparecía el rostro de ella cubierto por la máscara sonriéndole con inocencia y picardía.
¡Maldita sea! Blasfemó Adam despeinando su pelo. Él tenía haber quitado su máscara al momento que le había robado su virtud pero estaba tan borracho de un candor deseo que no pudo hacer nada más que ser un hombre pasivo.
Ahora no podía hacer nada más que olvidarla aunque sabía que eso sería más imposible. La dama de los ojos grises se había impregnado por completo de su corazón, de su alma.
Fabiola se quedó asombrada viendo un joven hombre bailar con su hermana mayor mientras ellos dos estaban inmersos en ese baile sonrientes disfrutando de la velada, ajenos de la multitud que había en la pista del baile.
Fabiola estaba feliz por su hermana, por encontrar que un hombre la valorara como era debido. Nunca había comprendido porque Minerva no era la flor nata de la sociedad inglesa cuando lo tenía todo. Talento, belleza y una impecable personalidad aunque a veces era demasiada cursi y algo torpe cuando se emocionaba. Y si quitabas esas dos cosas imperfectas, Minerva era más perfecta que ella.
Pero no sabía porque pero no soportable a ese joven con esa sonrisa de superioridad. Ella tenía el presentimiento que era de esos hombres donde todo lo tenían todo en la vida. Riqueza, poder y muchas mujeres a quién romper el corazón. Como Adam hizo con ella, prometiéndola felicidad para luego dejarla hundida en la misería mierda engañándola con otra aunque sonará loco nunca había odiado esa dama. ¿Por qué? Porque ella entendía la tentación y el encanto que representaba su ex prometido.
Apretó los labios furiosa, decidida no pensar más en ese tema. Ya había llorado demasiado. Ya había sufrido demasiado por él. Si no fuera porque se quería, aún estaría sufriendo.
Fabiola acudió ligeramente la cabeza. Ya no iba a pensar sobre el engaño de Adam. Ahora solo deseaba a vivir su juventud sola sin la necesidad de un hombre, sin importarle ser señalada por la sociedad como una solterona que su prometido dejó abandonada.
—Por cada pensamiento, por cada suspiro, un poema —anunció el rey sonriente mirándola fijamente mientras ella se encontraba perdida en el mundo de sus pensamientos.
Desde que esa joven pisó el palacio, él sintió el mismo sentimiento que solía percibir cuando su adorable hija estaba con él, recorriéndole por todo el cuerpo. Mientras su mujer profesaba amor materno por el futuro hereditario del trono, él estaba demasiado conectado con su pequeña niña. Ambos eran tan cercanos que cuando murió en ese accidente, una parte de él murió consigo.
La hermana menor de la mujer de su hijo le recordaba bastante a su pequeña Ángel. Minerva junto con su aristocrática físico, su amigable sonrisa y una bondadosa personalidad logró curar la herida profunda de su corazón.
Fabiola al oír la voz del rey, se giró hacia él sonriéndole.
—Perdón, alteza —se disculpó haciendo una leve inclinación.
El rey comprobó rápidamente que la reina estaba ocupada charlando con su nuera. No quisiera causar problemas a esta joven por intentar tener esa relación paternal, la misma como tuvo con su hija.
—Tranquila. Ahora que somos familia, no hay necesidad de tratarme con tanto respeto —indicó él. Al ver la cara incrédula de Minerva, decidió confesarle lo que había sentido desde que la vio bajando del carruaje—. Te sonará demasiado extraño esta confesión pero me recuerdas a mi hija. Aunque casi no te conozco pero ya te considero como mi propia hija.
Fabiola parpadeó sin poder creerlo. Y en cuanto salió de su ensoñación, curvó sus labios formando una amplia sonrisa. Ahora que estaba lejos de sus progenitores, tener un padre amable como el rey sería demasiado bueno.
Pero dejó de sonreír al recordar sobre la hija del majestad. Según lo que ella sabía, los reyes solo tuvieron un hijo. ¿Acaso había fallecido rompiendo el corazón de sus padres? Eso era toda una tragedia suspiró triste.
Ahora que el rey quería su cercanía, le regalará alegría y bondad. Quería curarlo porque cuando una persona era buena, solo le pasarán cosas buenas.
¿Sería un pensamiento egoísta no querer sufrir más? Solo quería que su alma no volviera a sentir esa insoportable agonía de nuevo.
—Será todo un placer ser tu hija, majestad —declaró finalmente volviendo a sonreír como antes.
El rey asintió, correspondiendo la sonrisa en silencio.
Al instante, empezó a mirar a su hermano menor bailando con la otra hermana de la mujer de su hijo quedándose pensativo. ¿Y si Alec se casaba con Fabiola? murmuró para él al darse cuenta que esos dos serían buena pareja. Además la tendrá siempre con él, alegrándolo con su presencia como hacía antes su pequeña Ángel.