El típico cliché

Capítulo 3

El colegio algo tan ansiado por los que vienen a cursar octavo y tan odiado por los que estamos en primero de Instituto.

Nos hallamos en el culo del diablo.

Literalmente.

Nuestros tres salones están debajo de todo, es oscuro y estamos rodeados de rejas cual cárcel, y esas cortinas que usan a diario no ayudan a que mi mente esté bien. Me dan tantas ganas de escribir, pero el profesor de física, bajo y con unos lentes gigantes que cubren la mayoría de su cara me dicen a gritos que no lo haga, así que me controlo toqueteando la banca.

James tiene su pelo negro lacio largo que ha logrado un modo de ponerse los auriculares abajo del abrigo, logrando poder escuchar a sus esposos todo el tiempo. Lo peor de esto es que nadie se da cuenta por lo que está de manera diagonal del cuadrado, no obstante, yo estoy al frente y todos los profesores me miran.

—James—susurro en voz baja, ganándome un primer llamado de atención del profesor. Aguantando las ganas de gritar para que me escuche le lanzo un resorte a la cara, esta se va para atrás y vuelve a su sitio como si no hubiera pasado nada.

—Maldito chino—maldije entre dientes.

—¿Qué dijo señorita Torres? —las miradas de mis compañeros me irritaron y más esa sonrisa de autosuficiencia trazada en la cara del rubio/castaño.

—Que los chinos comen ramen—mi amigo carraspea, alzando la mano. Le sonrío, mostrando todos mis dientes.

—Eso te pasa por puto—articulo sin hablar, notando sus mejillas enrojecerse.

—¿Qué desea señorito Salazar? —resoplo. ¿Señorito él? Mejor tráeme al diablo y dime que le gustan las pollas.

—Yo quería remarcar que el ramen es originario de Japón y por lo cual solo los japoneses lo ingieren—todo el mundo roda los ojos, hastiados de la actitud adquirida del asiático el último año cuando un profesor le dijo "chino" lo ofendió a tal punto que lanzó todos nuestros exámenes al cielo y los piso fuertemente, ganándose una detención, pero en vez de ponerse a llorar como cualquier persona decente, se burló de nosotros y nos llamó americanos sin clase.

—Ya, ya, ya—se burló Jake, un chico con gran liderazgo y a veces tan torpe que no se daba cuenta del nivel de hermosura que llevaba—. Entendimos que tú eres coreano y no chino.

A James las orejas se le encendieron como fósforo. Era una bomba a punto de explotar. No mejor, una camareta con el fuego en la punta.

—¡Que no es coreano! ¡imbécil! —en el otro extremo encontramos a un verdadero gorila llamado Henry, capaz de vencerte con un solo dedo y por supuesto es guapo y capitán del equipo de fútbol de primero.

—¿Entonces qué es? —se rascó el cabello y James se abalanzo hacia él, el profesor se había virado, haciendo oídos sordos a la revuelta que se estaba formando. Yo corrí hasta ellos y sostuve al pelinegro por la cintura.

—¡Natalia déjame golpearlo! ¡solo un puñetazo! —se quiso escurrir por mis brazos, pero yo lo apreté más contra mi cuerpo.

—No, James, tú debes mostrarles lo fuerte que eres. Déjalos solo quieren llamarse la atención y luego tener sexo en el armario. —todo el salón repentinamente se calló y fijo su mirada de mí a James, de Henry a Jake, yo quería reírme, pero mejor aguante en silencio.

—Yo...—sus mejillas se colorearon—¡Yo no quiero nada con él! —mascullo encendido Jake, tratando de ocultarlo con su habitual chaqueta negra. Cosa que seguía sin entender porque todos debíamos llevar el uniforme, a mí me retaban por tener una vincha de diferente color y él podía usar su chaqueta de chico malo y nadie le decía nada. Maldito genio.

—¡Yo tampoco! ¡No puedo perder mi prospera carrera en un tipo como él! —lo señalo y pude observar el deje de tristeza en los ojos oscuros de Jake. ¡Diablos! ¿cómo la gente tenía la osadía de decirme que no podía triunfar escribiendo? ¿a dónde estás papel? ¡necesito esta escena publicar! Los dos siguieron lazándose insultos mientras James, ahora puesto como salvador, intentaba frenarlos.

Cogí un papel y empecé a escribir a gusto en mi asiento, viré la cara para ayudar a James con los tipos que parecían que querían matarse y luego besarse desfrenadamente. Pero lo vi. Vi al estúpido ese escribiendo cual desquiciado en su celular.

—Maldito—con mis manos destruí el papel—. Te odio—dije en mi voz baja para que no me escuchará.

Fruncí el ceño y volví a la carga con mi escrito. No podía querer parar porque el otro me llevaba la delantera.

—¡Es perfecto! ¡perfecto! —chillaba emocionado, alimentándose de la tristeza y furia de Jake y Henry. Me pare elegante, queriendo separarlos y arruinar su inspiración, pero para mí mala suerte tropecé encima de los dos haciéndose que sus labios rozaron. Los dos eran una bola de bermellón y yo me preguntaba: ¿Dónde está Halsey cuando la necesito? Si fuera por ella estuviera dando saltitos emocionada por la escena y me haría más fácil desconcentrar al Diablo.



#45490 en Novela romántica
#29952 en Otros
#4420 en Humor

En el texto hay: amor, internet, escritores

Editado: 04.04.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.