—Carol no está, salió. Estoy sola ¿Qué haré? Todo está arreglado y limpio. Me siento inútil -habla Tatiana en voz alta para sí misma.
Ella aún no se ha acostumbrado al apartamento. Extrañaba su hogar, aunque al mismo tiempo no.
No importa a donde se mudara con su esposo, ella siempre se quedaba en casa, sólo a esperar a que él llegara.
—Ahora que no está Rolando ¿Qué haré con mi vida? Deje todo por él, mis amigos, mis metas, todo.
Recordaba a la Tatiana de la universidad, esa mujer en la que era extraño no verla con una sonrisa en los labios y proyectando un positivismo para todo. No importa la situación, ella conseguía una solución.
—Me siento como una mujer vacía. Que idiota fui al dejar todo por una persona. Ahora que no está no me queda nada, sólo Carol y me sorprende porque a ella también la dejé de lado, a pesar de que en la universidad éramos inseparables.
Abrió la alacena y sacó una bolsa de doritos. La ansiedad le provocaba comer.
—Tuve que tocar fondo para ver lo infeliz que era mi vida, pero ya no sufriré ni lloraré. Volveré a ser esa Tatiana que se esforzaba por lo que quería.
Esa conversación consigo misma la estaba animando. Se sentía más fuerte y decidida.
—Debo seguir mis metas. En mi vieja agenda tenía anotado todos mis planes para mi futuro, que nunca cumplí.
Tatiana prosiguió a buscar en su cartera, sus maletas, sus bolsos y nada.
—No está. La dejé en la casa. En ese momento mi futuro era lo que menos pensaba. La necesito, tengo que planificar mi vida. No me voy a quedar sin hacer nada y pensar en cosas que me lastiman. Mi mente debe estar ocupada.
Se terminó la bolsa de doritos y la tiró al bote de basura de la cocina.
—Carol y Román salieron. Sólo iré a mi casa, tomaré la agenda y algunas cosas y volveré enseguida. No debe haber ningún problema. Llegaré mucho antes que ellos.
Tatiana tomó un baño con agua caliente para relajar las tensiones.
Se vistió con una blusa y una minifalda, que ya ni recordaba cuando fue la última vez que se la puso.
Al estar lista bajó hasta la entrada.
—Hola, Tatiana ¿Cómo estás? -la saludó Bruno, el portero del edificio Oblivion.
—Hola, Bruno. Estoy bien. Saldré a hacer una diligencia.
—Que le vaya bien.
—¡Gracias!
《Es muy amable. Según Román, Bruno puede cambiar de forma. Ahora que los conozco, todo me parece tan impresionante, ya no siento tanto miedo como antes. Carol tenía razón, son agradables los vecinos, aunque algunos no sean humanos》
Esperó un rato hasta que llegó el taxi que había pedido.
Llegaron rápido y entró a la casa. Las luces estaban encendidas y se topó con alguien que no esperaba.
—Tatiana.
—Rolando ¿Qué haces aquí?
Rolando se encontraba vestido de manera informal, una franela verde y unos pantalones oscuros. En una esquina de la sala se encontraban sus maletas.
—¿Qué hago aquí? ¡ES MI CASA! ¿Por qué todo está tan sucio? Has estado de vaga. Ni siquiera has limpiado.
—Ya no vivo aquí -responde Tatiana con voz firme.
—¿CÓMO? DEBES QUEDARTE AQUÍ A ENCARGARTE DE LA CASA ¡ERES MI MUJER!
—Tú me abandonaste después de lo que pasó...
—Estabas con otro hombre -replica Rolando con tono severo.
—Un hombre que era idéntico a ti y se transformó en un pájaro.
—Eso debió ser sólo la imaginación. Eso ya no importa. Quiero que empieces a limpiar todo y a hacer la comida. Llegué esta mañana y no he comido nada.
Rolando se sienta en el sillón esperando que Tatiana cumpla sus órdenes.
—Tú te fuiste. Me dejaste cuando más te necesitaba. Tuve semanas en depresión y ni te importó -contesta Tatiana sin moverse un milímetro de donde estaba.
—No vengas ahora a dar lástima, es lo que siempre haces. Ya estoy aquí así que debes comportarte como mi esposa.
—Tú eres el que debió comportarse como mi esposo y no dejarme por su amante.
—Ella me daba lo que tú no -responde Rolando muy cínico.