—¡Demonios! —grito al apagar un ruido estridente de un manotazo, antes de volver a deslizar las manos debajo de mi almohada y caer rendida otra vez.
Mmmm..., pero qué gustito, podría quedarme todo el día en cama.
¡¿En cama?! ¡Un momento! ¿Eso no es…?
Abro los ojos de repente, giro la cabeza y miro el despertador sobre la mesita de noche.
¡Mierda! ¡Mierda! Se me hace tarde.
De un salto salgo de la cama, corro al cuarto de baño y me ducho en: uno, dos, tres, top crono. Por suerte elegí mi atuendo la noche anterior, por lo que ponerme un pantalón de vestir, negro, y una blusa verde satinado, me toma solo unos minutos.
La ansiedad por este nuevo empleo me mantuvo despierta hasta las tantas, ¿y todo para qué? Para terminar durmiendo ya entrada la madrugada y no escuchar el despertador.
Después de durar cuatro meses en paro y haber gastado hasta el último centavo de mi cuenta de ahorros, aunque no sé si se puede llamar cuenta de ahorros a una que solamente poseía cinco mil dólares, con los que tuve que pagar el alquiler, las facturas y la comida. Vamos, cosas básicas para mi supervivencia. Por fin encuentro trabajo como agente de servicio al cliente, en una oficina de tours operadores, y me quedo dormida.
Recojo mi cabellera castaña en una cola alta. Me pongo un poco de rímel para resaltar mis ojos marrones, todo sin prestar realmente atención al resultado.
«Bueno, Eve, no es digno de una modelo de pasarela, pero no hay tiempo para más».
Agarro mi bolso y salgo disparada por la puerta, corro escaleras abajo, cuando de pronto: ¡Zas!
—¡Auch! —grito, en el momento que me pego tremendo estrellón.
Joder, ¿se puede ser más patosa?
Sin embargo, ya debería saberlo: escaleras, tacones y carrera no hacen buena mezcla.
—Permíteme ayudarte. —Se ofrece un joven, ya cerca de mí.
¡Perfecto! No solo me he partido el culo, sino que alguien ha sido testigo de mi bochorno.
Una vez de pie, con la ayuda del buen samaritano, hago una mueca de dolor. Quisiera poder sobarme el lugar de mi molestia, pero me niego a que un desconocido no solo haya presenciado mi patética caída, sino también que me vea frotándome el trasero.
¡Oye, el glamour ante todo!
—¿Te encuentras bien? —inquiere el desconocido.
¡No me jodas! ¡¿De verdad acaba de hacerme esa pregunta?! ¿Qué parte de que me he partido el culo se ha perdido?
Estoy a punto de soltarle una de mis perlas, pero al levantar la cabeza, me muerdo la lengua para frenar mis palabras impertinentes.
Pero ¿por qué me pasan esas cosas a mí? ¡Mira, que venir a caerme delante de semejante semental!
Trago en seco y respondo, suavizando el tono.
—Sí, muchas gracias.
Él me dedica una sonrisa encantadora, de esas que te dejan idiotizada. Yo le devuelvo el gesto, pero a diferencia de la suya, estoy segura de que la mía, más que una sonrisa, debe parecer una mueca extraña.
Nos mantenemos la mirada durante un rato largo, y yo suspiro, encantada.
¡Qué ojitos!
Podría quedarme aquí todo el día, admirando el azul grisoso de sus ojos, pero lastimosamente recuerdo que voy tarde; así que con seguridad y tratando de mantener un poco de elegancia, le doy nuevamente las gracias y me voy.
Llego al edificio de mi nuevo trabajo, atravieso las puertas corriendo y tomo el ascensor para subir al tercer piso.
—Vamos, date prisa. —Le digo al aparato mientras continúo presionando el botón, una y otra vez.
«Eve, cálmate, que eso no lo hará llegar más rápido».
Al cabo de unos minutos las puertas por fin se abren, salgo a toda prisa y choco de bruces contra un cuerpo duro.
—¡Auch! —grito al caer penosamente al piso, dentro de la cabina del elevador.
¡Otra vez! ¡¿En serio?! Esto ya roza la crueldad.
—¡Pero serás bestia! —exclamo molesta, contra el responsable de mi caída—. ¿Por qué no te fijas por dónde vas?
—Hasta donde tengo entendido, se necesitan dos para poder tropezarse, por lo que deduzco que no era el único que iba distraído —replica en un tono tosco.
¡Genial! No solo es despistado, encima es borde.
—¿Entonces qué?, ¿te vas a quedar ahí sentada, haciéndole compañía al piso?, ¿o te ayudo a levantarte?
Me tiende la mano, y al levantar la vista, me doy cuenta de que no pude haber escogido mejor nombre: «bestia». Porque tengo delante de mí a una bestia peluda. El tipo lleva el pelo al nivel del hombro, y una barba de antaño.
¡Qué barbaridad!
Es increíble que en pleno siglo XXI todavía haya personas que anden por ahí con esas fachas.
—No, gracias, ya has hecho bastante. Además, ¿Por qué iba a querer levantarme? —Le suelto, sarcástica—. ¿No ves que me lo estoy pasando en grande con mi amigo el suelo?
Me mira con el rostro serio y retira su mano.
—Pues te aconsejo que te des prisa y termines tu fiestecita. —Me dice, mientras se incorpora—. Algunos tenemos que trabajar, y yo necesito el ascensor para bajar.
Tiene suerte de que voy retrasada, si no, se enteraría el pesado este.
Con la ayuda del pasamano me levanto, no sin antes quejarme por el dolor.
Joder, creo que no podré sentarme bien durante una semana.
Salgo de la cabina con toda la dignidad que me es posible, sin tomarme la molestia de mirar si quiera al indeseable.
Llego hasta la oficina de Recursos Humanos, me disculpo con Hope, la encargada, por mi llegada tardía. Por suerte, es una señora muy agradable y no me lo toma en cuenta. Después de verificar y confirmar algunos datos en mi expediente, salimos a hacer el recorrido de la empresa.
—En esta planta se encuentra el departamento de mercadotecnia, el de informática, las oficinas de los supervisores y la del director. —Hope me presenta con todos los equipos y con mi jefa, quien me parece una mujer muy inteligente. Estoy segura de que me encantará trabajar bajo su mando.
Una vez terminadas las presentaciones en ese piso, bajamos al segundo. En este se encuentran los departamentos de venta, servicio al cliente y boletería.
Juntas visitamos uno a uno los diferentes departamentos, y en cada caso, todos me recibieron con una sonrisa amable y un: «bienvenida a la empresa». En el de ventas el ambiente es muy movido, los teléfonos no paran de sonar. Mis ojos se encuentran con el impertinente del ascensor, quien se encuentra hablando por teléfono.
Mientras Hope hace las presentaciones, rápidamente, este ni siquiera se digna a levantar la cabeza. Salimos de ahí y me lleva hasta mi lugar de trabajo, donde me presenta a mis tres compañeras.
Una vez se ha marchado, ocupo mi cubículo, y la pelirroja, Paige, creo que se llama, se acerca con una gran sonrisa.
—Bienvenida de nuevo. Hope me ha dicho que seré la encargada de ponerte al día y mostrarte el funcionamiento de todo.
Es muy mona.
—Muchas gracias. —Le contesto, contagiándome de su buen humor.
—Ahora vendrá un muchacho de informática para habilitarte la computadora, para que puedas empezar a trabajar, pero mientras, puedes ir viendo cómo lo hago.
Haciendo caso a su propuesta, me acomodo junto a ella. Paige es un sol de persona, se pasa toda la mañana explicándome el funcionamiento de la empresa, todo con mucha paciencia, al mismo tiempo que va respondiendo las llamadas de los clientes. Gracias a ella, el nudo que tenía en el estómago por la ansiedad de ser nueva se ha disipado. Me siento tranquila y cómoda con su presencia.
—Creo que es suficiente por hoy, además, muero de hambre. —Me anuncia, acomodando sus lentes para la vista.
Miro el reloj y abro los ojos, por la sorpresa de ver que son casi la una.
—Paige, de verdad te agradezco el tiempo que te has tomado...
—Qué va, eso no es nada, mujer. —Me corta—, es mucha información, pero una vez que le cojas el piso, resulta facilísimo.
Le dedico una sonrisa. Es una chica muy agradable, tiene un rostro angelical, con unos ojazos verdes, preciosos; estoy segura de que nos haremos buenas amigas.
—De todos modos, muchas gracias.
—Venga, ya, que lo hago encantada.
Ella empieza a recoger su lugar de trabajo, al mismo tiempo que yo ocupo el asiento en el mío.
—Mira, dentro de unos treinta minutos regresarán las chicas, y será nuestro turno para irnos a almorzar. Si te apetece, podemos comer juntas.
—Claro, te confieso que esta mañana me desperté tarde y no tuve tiempo para desayunar. Estoy que me gruñen las tripas.
—Pues que no se hable más, ahora mismo llamo a David y le digo que te nos unes.
La miro, extrañada; no sabía que seríamos tres, y no quiero ser entrometida. Puede que el tal David sea su novio.
—¿Segura? Mira que no quiero molestar.
—Qué vas a molestar, te vienes con nosotros y no se diga más.
Le sonrío, feliz, porque de verdad odio comer sola, y le agradezco mucho su oferta. Mientras estamos conociéndonos un poco mejor, entre risas y confidencias me cuenta un poco sobre el cotilleo de la empresa. Veinte minutos más tarde, sé de quién me puedo fiar, cerca de quién no debo dejar mis pertenencias sin vigilancia, las resbalosas, los amantes clandestinos, en fin, un sin números de cosas. ¡Es increíble la cantidad de chismes que conoce esta mujer!
—¿Y qué tal te ha parecido la empresa hasta ahora?
—Sin contar el infortunio de esta mañana, hasta ahora me gusta.
Mi compañera se sienta frente a mí y me observa con sus enormes ojos verdes llenos de curiosidad.
—A ver, mujer, cuenta, ¿qué te ha pasado?
Le hago un rápido resumen de mi encuentro en el ascensor.
—¡¿Bestia peluda?! —repite, carcajeándose.
—Sí, es un Tarzán maleducado, ni siquiera se disculpó por haberme hecho caer.
Paige sigue riéndose.
—Pues debe ser alguien nuevo, porque no conozco a nadie con esa descripción —añade cuando está un poco más calmada.
—No lo sé, pero cuando estuve haciendo el recorrido de presentación lo vi en el departamento de ventas.
—¡Un momento! —dice, de pronto, frenando su risa y poniéndose seria—. ¿Estás hablando de un tipo con ojos color miel, de más o menos un metro noventa, y una barba que le llega hasta... —dice, alejando exageradamente la mano de su barbilla—, ¿aquí?
—Bueno —replico, de pronto, insegura—, estaba demasiado molesta como para fijarme en el color de sus ojos, pero creo que sí, es él.
Ella vuelve a carcajearse, más fuerte esta vez.
—No me lo puedo creer —dice, doblándose sobre sí misma.
—Ni yo, no entiendo cómo un hombre puede andar con esa barba tan larga y esas greñas. ¿A quién le está haciendo competencia?, ¿a Santa Claus o a Osama Bin Laden?
Ella sigue partida de la risa, y yo la miro extrañada. No entiendo qué le causa tanta gracia, pero sin cortarme un poco, prosigo.
—En fin, si es nuevo, espero que su jefe no le llame la atención por presentarse con esa pinta.
—No creo que a su jefe le moleste. —Me avisa, ya más calmada, a la vez que levanta sus gafas para secarse algunas lágrimas de los ojos.
—¿Ah, no?
—No, porque resulta que él es el jefe.
¡Qué! ¡Nooooo!
Me muero, me muero. ¡No puede ser posible!
—O sea, no es el jefe de la empresa —aclara—, pero es el supervisor del departamento de ventas.
Mierda, mierda, mierda. Que no sea el dueño de la empresa me deja más tranquila, pero aun así, es un supervisor... ¡Y lo he tratado de bestia!
—¡¿Me estás diciendo que le he faltado el respeto a un supervisor?!
—Ajá —confirma, aún divertida—. A parte de que también es mi mejor amigo.
¡No! ¡Tierra trágame! Pero no te quedes conmigo, escúpeme en algún lugar bonito, algo así como en: Bora Bora.
Diosito, pero qué mala suerte la mía. Llevo más de quince minutos despotricando contra el mejor amigo de mi compañera, quién resulta también ser un jefe. No es que sea el jefazo, pero aun así, tiene un cargo.
Me agobio. No puede ser.
«Eve, es definitivo, calladita te ves más bonita».
¡Claro, ahora te vas a callar! Después de haberte cargado al pobre muchacho.
No sé cómo mirar a mi nueva, y puede que, excompañera, después de esto. Por lo que clavo los ojos en la pantalla de mi pc y me encorvo de forma que parezca lo más chiquita posible. ¡Qué vergüenza!
—Oye, tranquila, que no pasa nada. —Me aconseja, más calmada.
Me giro totalmente agobiada hasta estar frente a ella.
—Lo siento, no quise ser mezquina. Es que soy así, hablo y hablo sin parar, y digo lo primero que me llega a la mente.
—Despreocúpate, estoy segura de que no lo dijiste con maldad. Yo misma le he dicho un millón de veces lo mal que se ve con esa barba, y créeme, bastantes bromas le he hecho sobre ella.
Empiezo a sentirme más tranquila de que se haya tomado mi metedura de patas tan bien. Desafortunadamente, mi calma dura poco, ya que en ese preciso momento entra «la bestia pelu...», digo, el supervisor de ventas a nuestra área; y yo quisiera poseer el poder de encogerme, o por la misma ocasión, desaparecer.
—¿Ya estás lista? —Le pregunta a Paige.
—Sí, ya estamos listas.
Mis ojos se abren como platos, de golpe, y la miro primero a ella, y luego a él, quien se ha quedado igual de desconcertado que yo ante esa noticia.
Joder, no puede ser. ¿No me digas que es con quién vamos a ir a comer?
Ay, Eve, vamos a ver cómo sales de esta.
—Eh... —Empiezo a balbucear—, te agradezco mucho la invitación, pero acabo de recordar que tengo algo que hacer.
Mi nueva compañera me mira con el ceño fruncido.
—Pero ¿no me dijiste que te morías de hambre? —demanda, algo confundida.
—Sí, pero es que esto es importante, y no lo puedo posponer.
Estoy segura de que no me cree nada, normal, es la excusa más patética que he escuchado.
—¿Segura?
—Sí, sí, ya comeré algo rápido.
—De acuerdo, nos vemos más tarde.
Ella toma su bolso, rodea su cubículo y empieza a caminar.
Siento cómo el recién llegado tiene la vista clavada en mí, y me pongo rígida. Se queda en esa misma posición durante un instante, mientras yo finjo estar interesada en algo en la computadora; hasta que al cabo de unos segundos oigo la voz de Paige.
—Ey, nos vamos.
Escucho unos pasos alejarse, y respiro, al fin.
«¿En qué lío me he metido?» —pienso al enterrar la cabeza entre mis manos.
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amor y amistad, elegir entre dos amores, superar una enfermandad
Editado: 26.06.2020