Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 5

Tocan a la puerta, recorro la estancia con los ojos, una última vez, tomo un hondo respiro para calmar la adrenalina, y abro.

—Hola, preciosa.

—Hola. —Lo saludo de vuelta.

Ahí está Daniel, vestido con ropa deportiva, pelo mojado; y aún así, va genial.

¿Con quién habrá pactado para verse siempre así de bien?, ¿con el de arriba o con el de abajo?

Sus ojos me recorren entera, y por un momento desearía no haberle abierto, porque mientras él se ve fenomenal, yo, con una jornada laboral encima y las prisas con la que recogí el salón, debo parecer una loca.

—¿Cómo has estado? —Me pregunta.

—Bien.

—Siento no haberte llamado, pero he tenido un montón de cosas que hacer, no es fácil integrarse en la gran manzana. —Me avisa, un poco decaído, con sus ojitos apagados.

Como tonta, asiento. Si antes estaba un poco molesta con él, por no haberme llamado, se me acaba de pasar en un abrir y cerrar de ojos. Lo entiendo muy bien, para mí, la semana ha sido complicada, imagino lo que ha de haber sido para él, que además de acostumbrarse al nuevo trabajo, lo hace de la gran ciudad.

—¿Quieres pasar?

Daniel afirma con la cabeza, y yo me muevo, para cederle el paso. Cuando pasa por mi lado, el olor de su after shave y de su cuerpo recién duchado me azota.

¡Huele divino!

Cierro la puerta y me apoyo en ella con las manos detrás de la espalda, me refresco la vista, viendo tan perfecto semental en medio de mi espacio lleno de imperfecciones.

Él entra y se queda parado en medio de la sala, mirando el entorno. No hay mucho que descubrir, es un apartamento de cuarenta metros cuadrados, digno de una chica de veintitrés años, decorado con muebles tradicionales. No soy una obsesa de la decoración, por lo que solo le he puesto unas cortinas rosadas, para darle un toque más femenino y personal.

Cuando termina de contemplar mi humilde morada, él se gira y me mira de arriba abajo, sus ojos se iluminan durante el recorrido; yo me acaloro, y las mariposas vuelven a hacer estragos en mi estómago.

—Lo siento, estoy hecha un desastre, pero acabo de llegar del trabajo y no he...

—Para mí estás perfecta. —Me interrumpe con ese acento sexi que me pone a mil.

Sonrío, encantada.

Daniel se acerca hasta estar a tan solo diez centímetros de distancia de mi rostro. Sus penetrantes ojos me traspasan, dejándome clavada en el sitio, mientras siento cómo el salón se va cargando de una energía llena de deseo, a la vez que mi corazón se acelera.

Él se humedece los labios, se inclina un poco más, apoyando una mano contra la puerta, por encima de mi hombro; y mis ojos viajan a esa parte de su cuerpo. Se me seca la boca, su cercanía me tiene cardíaca.

Estoy pensando en que si él no le pone fin a mi agonía, lo haré yo. Por suerte, él no tarda en susurrar:

—Llevo toda la semana queriendo hacer algo, ¿me permites?

Por la mirada que me ha lanzado antes, ya me imagino de qué se trata, y como es algo que también quiero, asiento.

Él toma mi rostro entre sus manos, cubre los últimos centímetros que nos separan y posa sus labios sobre los míos.

Al principio es un beso sin prisas, inocente, como si estuviera tanteando el terreno; luego se separa de mí. Sorprendida de que se haya detenido, abro los ojos y lo encuentro observándome. Él, al ver que ha conseguido su objetivo, o sea, descolocarme, sonríe, se humedece los labios y vuelve a besarme con mucho más ímpetu esta vez. Su gesto pícaro me vuelve loca, y feliz le abro la boca, concediéndole el espacio. Nuestras lenguas se encuentran y el beso se vuelve más húmedo, más íntimo.

Mi respiración se acelera.

Me muero. ¡Cómo besa este hombre!

El beso es tan arrebatador que me deja sin sentido, pronto las mariposas han dado lugar al deseo, un deseo que me recorre las venas.

Por lo general, suelo tener aunque sea tres citas con un hombre antes de dar el siguiente paso. Sin embargo, las exigencias del beso hacen que quiera más, por lo que mando las reglas al carajo y me aprieto contra él, buscando más fricción, más calor.

Daniel, que no es nada tonto, entiende mi necesidad y profundiza más el beso. Me levanta en volandas y me conduce hasta el mueble, sin dejar de poseer mi boca.

En un quita y pon, nuestras ropas salen volando, y cuando vengo a abrir los ojos, ya estoy desnuda, debajo de él.

Si me hubiera imaginado que el día terminaría así, me hubiera pasado la rasuradora esta mañana, pero ya ni modo, no puedo echarme para atrás.

Segura de lo que quiero y dispuesta a disfrutar un buen rato, me lanzo sobre él y le como la boca. Nos besamos, disfrutamos; y terminó por pasar lo que ambos queríamos.

Al cabo de un rato, aún jadeando, después del segundo asalto, estamos tirados en mi cama, con la vista clavada en el techo. 

Estoy feliz, pletórica.




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