La mato, ¡juro por Dios que la mato! Aunque para ello, primero debo esperar a que se le pase la borrachera.
Es que solo a mí me pasan estas cosas.
—¡¿Se puede saber a qué viene tanto alboroto?! —grita David, desde la ventana del segundo piso, en un tono ronco y autoritario.
Yo me quedo muda, rígida.
—¿Ha dicho, David? —inquiere Molly, con la frente arrugada, ignorando la pregunta de él—. ¿David, el rarito?
—Sí —respondo con los dientes apretados, deseando que la tierra me trague.
—¡¿Paige, eres tú?! —demanda él, reconociendo a la mata de pelo rojo que llevo en brazos—. Pero ¿se puede saber qué diablos le han hecho?
Yo siento cómo mis palpitaciones se vuelven irregulares al tiempo que una bola de ansiedad se instala en mi estómago.
No sé si es su aspecto o su semblante serio y duro, no sé qué es, lo único de lo que estoy segura es que su presencia me perturba. Me aterroriza.
—¡No se muevan! —ladra él—. Ya bajo.
Mierda, mierda ¿Qué voy a hacer ahora?
Mi amiga empieza a dar marcha atrás, con el susto plasmado en la cara.
—¿Qué haces? —susurro.
De pronto, se me han quitado las ganas de reír o gritar, y solo tengo deseos de salir corriendo.
—Me voy. —Me anuncia, muy pancha.
—¡Qué! —grito, pero luego recuerdo el lugar donde estoy, y bajo la voz—. ¡No te puedes ir! Te recuerdo que todo esto fue idea tuya.
—Lo sé, pero ¿lo has visto? El tipo tiene pinta de asesino en serie, y es mejor que digan: aquí corrió, que aquí murió. Así que yo mejor me voy.
—Molly, ni se te ocurra. —La amenazo.
Pero que va, mi amiga, ni corta ni perezosa, la muy gallina, se marcha y me deja sola.
No la culpo, la verdad es que, si no fuera porque tengo a Paige, medio en un estado de coma etílico, yo también me hubiera echado a correr.
Escucho a mi amiga murmurar un: «Brad, eres el hombre más sexi que conozco».
Claro, en su estado, la palabra «sexi», fue remplazada por «chechi».
Es un mal chiste, pienso, una y otra vez. Cierro los ojos y los aprieto con fuerza, como si de esa forma podría escapar de esta realidad, o mejor aún, salir de esta pesadilla y, quizá, si me concentro lo suficiente, podré despertarme en mi cama y darme cuenta de que todo ha sido un mal sueño.
Pero como el sueño de los pobres es la burla de los dioses, cuando los abro, me encuentro a David frente a mí, con una caraaa, que, hasta el más grande de los hombres se encogería de puro susto.
—¿Qué le pasó? —inquiere, brusco, al mismo tiempo que me la quita de los brazos.
Por un lado, se lo agradezco porque ya no me quedaban fuerzas, pero por otro, siento que me he quedado desprotegida, expuesta. De alguna manera, Paige era mi escudo contra él.
Una vez que sin ningún esfuerzo aparente la carga entre sus brazos me lanza una mirada de repulsión. En un inicio, pienso que es porque le desagrada mi presencia, hasta que caigo en cuenta de que tengo toda la camiseta llena de vómito, y el olor es nauseabundo.
—¿Qué fue lo que tomó? —Vuelve a preguntar, ya con un pie en el primer escalón.
—Unas cuántas cervezas —respondo, cauta.
—¿Unas cuántas? —dice, con ironía—. Por el estado en que se encuentra, más bien parece que se tomó todo el bar de la esquina.
«Exagerado».
—Me imagino que la idea de ir de copas fue tuya —prosigue en un tono acusatorio.
—Solo salimos a divertirnos un poco.
—No puedo creer que la hayas hecho tomar así, ¿se puede saber en qué estabas pensando?
—En divertirnos. Aunque puede que tal vez algunas personas no sepan lo que eso significa.
Bien pude haberle dicho: «tú no sabes lo que eso significa», pero no debo olvidar que es el mejor amigo de Paige, y mi superior en la empresa.
—No sabía que para divertirse había que beber hasta caer en estado de coma.
Entorno los ojos. Me desespera su actitud.
—Disculpe usted, no sabía que divertirse era un crimen.
—Ella no está acostumbrada a tomar, no debiste permitir que bebiera de esa forma.
Lo sé, pero primero muerta antes de admitir que él tiene razón.
—¡Puf!, tampoco es para tanto. Te recuerdo que es una persona adulta.
Él resopla, creo que dándome por imposible.
Yo me quedo en el mismo sitio, esperando que termine de entrar para poder salir a toda prisa de aquí, llegar a mi casa, tomarme un baño, y con un poco de suerte, dormirme y despertarme mañana con amnesia.
Ya en el último escalón, justo antes de entrar, se detiene.
—¿Te vas a quedar ahí parada? —Me pregunta por encima de su hombro al ver que no lo sigo— .¿No piensas entrar? Creí que a lo mejor querías cambiarte esa blusa.
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Editado: 26.06.2020