Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 8

Es miércoles y estoy concentrada en mi trabajo. De pronto, recibo el mismo correo que la semana pasada, pero esta vez de un hotel diferente. Al igual que la otra vez, llamo al hotel para verificar la razón, y de igual forma me explican que mandaron un reporte para dejar de vender.

Sigo al pie de la letra todo lo que me enseñó Paige la semana pasada, y me cercioro de que toda la información sea correcta.

Al entrar a la carpeta del cliente, veo quién es el culpable, de nuevo.

—¡La madre que lo parió! —exclamo, molesta, mirando mi computadora; ganándome las miradas curiosas de mis compañeras.

—¿Qué ocurre? —Me pregunta Paige, con las cejas levantadas.

—El muy cabrón me la ha vuelto a hacer.

—No entiendo. ¿De qué hablas?

—Peter ha vuelto a vender una habitación que no estaba disponible.

Paige se levanta y viene a mi encuentro. Se inclina un poco y chequea la información que está en la pantalla.

—¡Qué bolas! De verdad, no me lo puedo creer. Con lo difícil que fue conseguir arreglar las cosas la última vez. Y ahora, ¿qué vamos a hacer? Porque dudo mucho que volvamos a tener tanta suerte.

Me jode, me jode mucho que las personas sean tan desconsideradas.

¿Qué se ha llegado a creer este tipo?, ¿que voy a estar aquí, resolviendo sus mierdas?

Pues qué mal me conoce.

Ahora mismo va a ver de qué pie calzo.

Me levanto de la silla, poseída por los mil demonios, y paso por el lado de Paige. Ella, al ver la cara de malas pulgas que llevo, me agarra por un brazo.

—¿Y tú a dónde vas? —Me pregunta, deteniendo mis pasos.

—A resolver este asunto. Así que te pido, por favor, que estés pendiente de mi puesto, por si entra una llamada.

—Pero ¿a dónde vas? —repite.

—A ponerle los puntos sobre las íes al tal Peter ese.

—Ay, Eve, por favor. No montes un escándalo.

Voy a tratar, pero es que tanto descaro puede conmigo. De manera que no le hago caso y salgo disparada hacia el departamento de ventas.

Cuando llego, es el mismo alboroto de siempre. Cada quién pegado a su teléfono, ofreciendo nuestras mejores ofertas. Parecen corredores de bolsas.

Para mi suerte, David no está en su escritorio. Peter acaba de colgar una llamada y se pone a hacer anotaciones en un papel. Con pasos firmes, y tratando de mantener la profesional que llevo dentro, me acerco al tipo de piel morena.

—Me acaban de rebotar otra reserva.

Él levanta la cabeza con la frente arrugada.

—¿Y? —replica con un tono chulesco.

Respiro hondo y cuento hasta diez para calmar mi mal carácter. Su actitud de chulito me saca de quicio.

—Pues que al igual que la otra vez, el hotel no quiere confirmar, y hay que avisar al cliente para encontrar una solución.

—Me imagino que, si lo resolviste la otra vez, de igual forma lo puedes hacer ahora. —Me suelta, con una sonrisa petulante.

Le voy a dar, juro que, si sigue así, le voy a dar un guantazo.

El tipo, en definitivo, es más borde de lo que pensé. No obstante, recordando que soy nueva, y el consejo que me dio Paige, de no montar un escándalo, aprieto las manos para controlar mi cabreo.

—Peter, la otra vez fue casi un milagro resolverlo, pero esta vez el hotel ha sido claro, no la va a confirmar.

—Mira, bonita, eso no es asunto mío, después de todo, ustedes están ahí para resolverlo.

Su respuesta me desespera, y muy a mi pesar, saca a la superficie ese mal carácter latino que llevo dentro.

—Oye, bonito, que somos servicio al cliente y estamos para ayudarlos... —digo, de lo más chulesca, haciendo énfasis en la palabra «ayudar»—, no para resolver tus meteduras de pata. El otro día te salvé el culo, pero no voy a seguir arreglando tu mierda, así que te aconsejo que llames al cliente y arregles tu lio.

En cuanto termino mis palabras, soy consciente de que me he pasado. Pero es que, con tipos como este, es imposible ser diplomática.

—Señorita, Montés. —Escucho detrás de mí, y un aire frío recorre mi espina dorsal, al mismo tiempo que se me corta la respiración—. ¿Se puede saber cuál es el alboroto que está usted formando en mi departamento?

Me quedo fría, no me muevo.

Observo cómo Peter muestra una sonrisa de satisfacción, y mi cabreo contra él aumenta. Quisiera poder darle una bofetada que le borre la risita ridícula de la cara.

Respiro hondo, llenándome de valor, me giro y enfrento a David.

Le hago un rápido resumen de lo sucedido, pero él no muestra ninguna reacción. Por un momento creo que todo lo que he dicho ha sido en vano, hasta que, con un tono firme, que no deja lugar a dudas de quién es el jefe, mira por encima de mi hombro y le dice a su empleado:

—Peter, vas a llamar al hotel y tratarás por todos los medios que le asignen la habitación que el cliente reservó. Si se niegan, llama al cliente y le explicas la situación. ¿Cómo?, no lo sé y no me interesa. Le vas a proponer una habitación similar en el mismo hotel o en algún otro, y si para tu mala suerte el cliente no acepta, le ofreces un up grade en el hotel inicial; y la diferencia será reducida de tu comisión.




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