Me paso el día dando vueltas en mi apartamento, tratando de entender mi rollito con Daniel.
Al final, me harto de pensar tanto en lo mismo. Miro por la ventana, el día está precioso y soleado, de manera que decido salir a disfrutarlo.
Tomo el metro y me voy a ver a Molly al trabajo, pero antes, hago una parada rápida.
Llego a la cafetería, miro a través de la puerta de cristal; y antes de entrar veo al tirano de Henry detrás de la caja registradora, por lo que prefiero no hacerlo.
Toco el vidrio para llamar la atención de mi amiga. Molly levanta la vista de su libreta, y al verme, tuerce el gesto. No está contenta, pero eso ya me lo imaginaba.
Veo cómo le hace seña con un gesto de la mano a su jefe. Me alejo unos pasos y me recuesto en la primera pared que encuentro. Cinco minutos más tarde, Molly sale del local, a mi encuentro. Tiene los cachetes colorados, toda pinta de estar cabreada.
—Al parecer, mi deseo de que el tipo ese te matara a polvos no se me concedió. —Me dice al llegar donde estoy.
—Piensa, si eso hubiera pasado, te hubieras quedado sin mejor amiga —digo, haciendo un mohín.
—Una amiga traidora, que me dejó tirada para tirarse a su vecino de ojos bonitos y de pene depiladito.
Sonrío.
—Además, si me hubieran matado a polvos, ¿quién te hubiera traído esto? —continúo, mostrándole lo que llevo en la mano.
Sus ojos se iluminan al ver la bolsa de OddFellows, su heladería preferida, pero de inmediato se recompone, y vuelve a estar seria.
Al parecer, el helado no será suficiente. Está verdaderamente molesta.
—Lo siento, ¿de acuerdo? Sé que fui una mala amiga, y no debí dejarte plantada por un buen polvo. Te prometo que es la primera y última vez que eso pasa.
—Espero, de verdad, que haya valido la pena, porque estás a un out de que no te hable nunca más —añade, antes de tomar la bolsa de mi mano.
Sonrío, victoriosa. Seguirá molesta uno o dos días, pero luego se le pasará.
—¿Y dónde está el culpable de que haya perdido veinte dólares? —demanda, mirando a su alrededor.
—¡Molly! —La reprendo—. ¿Cuántas veces te he dicho que no andes apostando?
—No me digas nada, estaba aburrida, y aposte con un idiota que no tuvo ninguna contemplación a la hora de cobrarme.
—¿Cómo que sola?, ¿y Justin?
—No vino, no sé qué le sucede. Últimamente anda medio raro. —Me informa, encogiéndose de hombros con aire abatida. Luce triste. No me gusta verla tan desanimada.
—Anda, quita esa cara. Seguro que estaba haciéndole algún recado a la pesada de tu suegra. Todavía no entiendo cómo una mujer tan amargada pudo traer al mundo a un hijo con un corazón tan grande.
Ella gira medio cuerpo en dirección a la cafetería, yo la sigo con la mirada, y ambas descubrimos a Henry, parado en la puerta con cara de malas pulgas, dando ligeros golpes sobre su reloj de mano.
—Hablando de amargados —dice Molly, en medio de un suspiro—, debo regresar.
La observo, sigue seria, pero creo que ya no es por mí, más bien es por lo que sea que sucede con Justin.
—¡Ey! Esta noche vengo a buscarte, nos vamos a mi casa y tenemos una noche de chicas, solo tú y yo, ¿qué te parece?
—Está bien, pero solo porque quiero que me cuentes con lujos de detalles lo que pasó con el señor pene depiladito. Y quiero saber por qué no vino contigo.
Asiento.
Ella sonríe al fin, antes de marcharse.
—¡Ah, por cierto! —grita, una vez que llega a la puerta de la cafetería—, me debes veinte billetes.
—Molly, en serio, te pasas.
—Tú fuiste quien me dio plantón.
Esboza una sonrisa malévola antes de entrar, y yo me quedo ahí, parada, sonriendo.
Ay, Molly, ¿qué haría yo sin ti?
Días después, casi no he visto a Daniel, nos escribimos por WhatsApp, pero está tan ocupado, entre audiciones y audiciones, más su rutina diaria en el gimnasio, que cuando llega, en las noches, está tan agotado que no saca tiempo para nada más.
Este trabajo le exige que esté tan perfecto, que ayer me descubrí mirándome en el espejo, y encontré algunas que otras celulitis. Creo que yo también debería empezar a cuidarme un poco más.
El equipo de Molly ganó el miércoles, por lo que se enfrentará a Estados Unidos en la final, que se jugará la semana próxima. Después del último plantón, tengo intención de no perdérmelo, si es que quiero conservar nuestra amistad.
—¿Las tienes? —Le pregunto a Molly, en una nota de voz, mientras subo por el ascensor.
—¿Qué cosa? —inquiere Paige, a mi lado.
Voy a responderle, cuando escucho el pitillo del WhatsApp, anunciando un nuevo mensaje. Le doy a reproducir a la nota.
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amor y amistad, elegir entre dos amores, superar una enfermandad
Editado: 26.06.2020