Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 18

Al abrir los ojos en la mañana, sonrío al ver el hermoso rostro de Daniel. Aún soñolienta, apoyo la cabeza en mi mano y me quedo contemplándolo. Bien dicen que lo mejor de las peleas son las reconciliaciones. Y aunque lo nuestro no fue realmente una pelea, sino más bien, un desacuerdo, debo admitir que me encantó su forma de hacerse perdonar. Anoche me hizo el amor con tal fervor, que por un momento pensé que me partiría en dos.

«Oh, sí. Sexo duro y salvaje, como me gusta».

Ahora que sé lo que Daniel siente por mí, y cómo se siente con respecto a nosotros, ha hecho que me llene de esperanza y me planteé algunas cosas. Hace mucho tiempo que no tenía una relación seria. Primero, con lo de mi padre no tenía tiempo para nada, me la pasaba corriendo de aquí para allá entre la casa, el hospital y el trabajo.

Y luego, cuando murió mi mamá, no tenía cabeza para centrarme en nada que no fuera mi propio dolor. Sin embargo, mientras más tiempo paso con Daniel, me doy de cuánto extrañaba tener esa conexión con otra persona, que me llenen de mimos, despertar en las mañanas arropada por el calor de un hombre.

«No tengo idea de cómo funcionará esta relación, pero lo que sí es seguro es que voy a hacer lo imposible para que funcione», pienso al tiempo que paso mis dedos entre su alborotado pelo castaño claro.

—Buenos días, preciosa. —Me dice al abrir sus bellos ojos con voz soñolienta.

—Buenos días.

Él bosteza, y yo sonrío.

—¿Qué hora es?

—Ya casi es tiempo de levantarse. —Le informo, después de mirar hacia el despertador que está encima de la mesa de noche, detrás de él.

—Te has despertado temprano.

—Sí. No sé muy bien porqué, pero anoche dormí como un tronco —replico con una sonrisa traviesa, antes de intentar incorporarme para salir de la cama, pero él tira de mí, y me hace un placaje contra el colchón.

—¿Ah, no? —inquiere con voz ronca—, pues déjame recordártelo, o más bien, refrescarte las razones, dado que fueron varios los polvos que te eché.

Me olisquea el cuello, raspándome con su barba incipiente. Yo me rio por las cosquillas que me provoca, mientras me remuevo debajo de él y lo empujo con las manos, para tratar de alejarlo de mí.

—Daniel, para, por favor —pido, entre risas—, tengo que ir a trabajar.

—Prometo que seré rápido. —Me dice con una sonrisa media pícara, y un brillo de depredador en los ojos.

—Pero ¿tú no te cansas nunca?

—De ti, jamás —continúa, introduciendo una pierna entre las mías, para separarlas y poder rozar su pene ya erecto contra mi sexo—. Cada vez que estoy contigo, solo quiero más y más —sigue, antes de besarme y bajar su mano hasta mi entrada, y tocar levemente mi clítoris, quemándome, haciendo que mi piel se despierte y arda de deseos por él—. Y cuando no estoy contigo, solo pienso en el momento que te volveré a ver, para poder perderme aquí, entre tus piernas —dice al abandonar mis labios y llevar los suyos a mi cuello. La sensación de su lengua húmeda y cálida provoca que una corriente eléctrica de puro deseo me atraviese entera y baje hasta mi vagina—. Y al parecer, yo no soy el único; mírate, estás húmeda y temblado por mis caricias.

Y es cierto, ¿cómo no estarlo, si sus palabras me ponen? Me gustan los hombres decididos, que sepan tomar a una mujer a la hora del sexo. Una mezcla de ternura y dominación que me pone loca.

Cierro los ojos y disfruto de lo que sus dedos me hacen sentir a la vez que su boca va bajando, recorriendo mi piel, dejando un reguero de besos, encendiéndome, enloqueciéndome a su paso, hasta llegar a mi pecho. Su lengua húmeda roza la aureola, y ese ligero roce hace que me pierda en un mar de sensaciones.

Sus dedos siguen enloqueciéndome, mandando ramalazos de placer por todo mi cuerpo. Llevándome lejos, muy lejos.

Daniel retira su mano, y mi sexo se queja, arde, quiere más de sus caricias. Siento cómo se acomoda entre mis piernas y, sin dejar de jugar con mi pezón, se agarra el pene y lo lleva hasta mi entrada. Abro los ojos de golpe.

—¿Qué haces? —pregunto con la respiración errática por el deseo de volver a sentir sus dedos.

—Lo siento, preciosa, pero no aguanto más, necesito penetrarte con urgencia —responde, después de abandonar mi pecho.

—No te has puesto preservativo.

—Lo sé, pero me imagino que estás planificada —sigue, antes de volver a besarme el cuello.

—No.

—¿No?

Niego con la cabeza.

—¿Y eso por qué? —inquiere al levantar la cabeza y mirarme directamente a los ojos.

—Bueno, mi vida sexual en los últimos meses no ha sido muy activa que digamos.

—Pues te puedo asegurar que estoy totalmente limpio. La agencia hace exámenes cada tanto, y se asegura que estemos en perfecta salud. Y tú me acabas de decir que tienes mucho que no estás con nadie, por lo que doy por hecho que también estás limpia —añade, y después busca mis labios para volver a besarme, pero nuevamente me alejo.

—Te agradezco la confianza, pero, aun así, ponte un condón.




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