Entre acordes de guitarra

Capítulo 5

09 de Marzo, 2019:

Salgo del estado de inconsciencia en el que me tenían atrapadas las garras del sueño gracias al delicioso aroma del café que entra por mis fosas nasales. Doy vueltas en la cama intentando dormirme de nuevo, pero se me hace imposible, lo que es triste porque hoy es sábado y no hay mejor día para sumergirme en la holgazanería. Alzo mi cabeza, que reposaba de lado sobre la almohada y miro el reloj que está sobre la pequeña mesa al lado de la cama. Uso todas las fuerzas de mi interior para terminar de desperezarme al ver que son las nueve de la mañana y poder levantarme de una vez e ir a la cocina a ver qué prepara mamá de comer.

Luego de asearme debidamente como todas las mañanas, me visto con mi —nada extravagante— ropa de siempre; es decir: jeans, alguna franelilla y una de mis camisas de mangas largas que suelo llevar abierta. De mi amplia selección de zapatos, que básicamente se resume a cuatro pares de los cuales uno es para salir de gala, lo que jamás ocurre, elijo mis leales Converse negras. Antes de salir de mi habitación, me echo un vistazo en el espejo. Delante de mí tengo a un chico desgarbado, ojeroso y con una piel tan pálida que podría ser translúcida, aunque por las clases de biología que daban en la escuela, los libros y Wikipedia, sé que eso no es posible. Suspiro. Veo a un chico cansado, descuidado y… decepcionado, sin saber si se siente así de la vida que lleva o de sí mismo.

—Thiago Chase —murmuro a mi reflejo. Entonces, finalmente, bajo a la cocina.

El olor a café que había percibido antes unido al de lo que reconozco como huevos revueltos con salchichas y tostadas me hipnotiza al instante en que pongo un pie en el lugar. Mamá, quien se mueve con agilidad sobre los sartenes, da un pequeño brinco cuando paso mis brazos a su alrededor para darle un cálido abrazo, que enseguida me devuelve.

—Cariño, me asustaste —anuncia antes de sacudirme un trapo de cocina en la cara y me río mientras me separo de ella—. No te oí entrar a la cocina. En un segundo estará listo el desayuno.

—Que delicioso huele todo. Mamá, definitivamente eres un ángel —objeto y me siento en uno de los taburetes frente a la encimera.

—No exageres hijo, tampoco es para tanto.

—No exagero nada, por Dios mamá. ¡Tu comida es la mejor de la ciudad y todos lo saben! Deja la modestia conmigo. —Ella bufa—. Podrías participar en la próxima edición de MasterChef.

Mamá sonríe de la manera en que lo hace cuando cree que mis palabras son absurdas y apaga la estufa bajo el sartén. Sirve en un plato la comida, para luego llenar una taza con café y colocar todo en la mesa, frente a mí.

—¿Vas a salir? Los chicos te están esperando en la plaza. Jake dijo que te dijera que si no ibas, vendría en la tarde a... ¿Cómo dicen ustedes? Esta expresión...

—¿A patearme el trasero?

—Eso, a patearte el trasero —afirma y ambos reímos.

Cuando tu mejor amigo es además tu vecino desde tiempos inmemorables, el resultado no es más que una relación como la que tenemos. Sobre todo cuando el señor Landom y la señora Sofía, además, fueron testigos de los primeros años de mis progenitores como pareja; del dolor que experimentamos mi madre y yo con la partida de papá cuando tenía dieciséis…

Para mamá, valerse para pagar deudas con un único ingreso proveniente de lo que gana como cocinera de turno en un restaurante y cargar con un puberto fue como un golpe en los genitales para un hombre. Entonces, decidí que eso debía cambiar. Decidí que era hora de hacer algo al respecto, en lugar de verla a ella desgastarse día tras día. Porque cuando todo lo que tienes es una persona, prefieres morir antes que ser espectador de lo que le pesa la cruz en su espalda y más si parte de esa cruz también recae en la tuya.

Luego de tragar mi comida, y digo tragar porque vacío el plato y la taza en menos de cinco minutos, llevo ambos al fregadero para lavarlos.

—Thiago, tu tía Susan ha llamado temprano, dice que la oferta sigue en pie —habla mamá de pronto.

Me quedo callado mientras termino de lavar todo y giro para verla a los ojos mientras inhalo profundamente. El silencio permanece un momento hasta que asumo que es mejor decir lo que he venido pensando desde hace algún tiempo cuando el teléfono de casa, luego de años sin sonar, lo hizo para ser intermediario de palabras que no han hecho más que traerme un dulce amargo.

—La tía Susan tiene muy buenas intenciones y en verdad se lo agradezco muchísimo, pero no me voy a ir y dejarte sola cuando sé que solamente nos tenemos el uno al otro. Además, no contamos con el dinero suficiente para financiar mis estudios y me niego a que otra vez te vuelvas una adicta al trabajo. Estoy bien. Estamos bien. Eso tiene que ser suficiente.

—No estoy de acuerdo, cariño. Sólo piénsalo, es la oportunidad que mereces. Hace poco más de un año terminaste la escuela y querías estudiar en Los Ángeles, lo recuerdo. —Mis manos van a mi cabeza y juegan con mi cabello por el nerviosismo que de pronto me embarga—. Lo deseabas más que a nada, a mí no me puedes engañar. Sé que la música aún es tu pasión. —Se sienta frente a mí y esboza una sonrisa melancólica—. Era algo que siempre habías planeado con tu padre.

—También sabes que no toco un instrumento desde que él murió. —Su sonrisa cae, sus facciones relajadas se encogen un poco y cuando desvía su atención hacia alguna mancha inexistente en la mesa, sé que ahora está tratando de ocultar su dolor. «Alguien venga ya con la corona del rey de los idiotas y póngala en mi cabeza». Suspiro y tomo sus manos entre las mías antes de decir—: No quiero irme y que estés sin nadie, en esta casa vacía. Mucho menos se me antoja gastar dinero en algo tan ridículamente caro.

Pese a que alguna vez sí quise pagar eso tan ridículamente caro.

—¡Ugh! ¿Por qué no puedes ser uno de esos adolescentes egoístas que se arriesga por estupideces y hace lo que quiere? —Me río y le respondo:



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En el texto hay: humor, musica, amor

Editado: 11.02.2022

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