¿Han estado antes en ese limbo de reflexión luego de haber hecho algo estúpido o que simplemente no creían que serían capaces de hacer y se han sorprendido a sí mismos? Bueno, si no les ha pasado, colóquense detrás de mí y hagan la cola, porque justo ahora es mi turno.
Y ahí estaba yo, analizando los últimos cinco minutos de mi vida mientras contemplaba a un pájaro cagar sobre la rama de un árbol frente a mí, preguntándome: «¿Qué diablos hice? ¿Qué acaba de pasar?»
Personas van y vienen frente a mí. Varias se detienen a hablar con los chicos y cuando veo a algunas chicas coquetearles descaradamente, doy por hecho que cada uno tiene al menos cuatro números de teléfono a su disposición. Incluso a mí se me acercan otras con la misma intención, pero sólo ganan de mi parte una sonrisa y termino alejándome de ellas. Necesito con carácter de urgencia mi espacio personal. Aun así, una tiene la desvergüenza y audacia de introducir con aires seductores un trozo de papel son su número en un bolsillo trasero de mis pantalones.
Mis ojos casi brincan al suelo desde mi rostro, que se acalora al instante. La rubia se aparta y me guiña un ojo, gesticulando con sus manos que quiere que la llame.
De ninguna manera.
—¿Viste su reacción cuando comenzaste a cantar, hermano? ¡Te adoraron! Ya puedes darme las gracias —alardea Jake, sorprendiéndome y palmea mi espalda. No noté cuando se alejó también del tumulto de personas y se plantó a mi lado.
—No tengo nada que agradecer, prácticamente me obligaste —lo acuso. Abre su boca, indignado.
—Claro que no —defiende.
—Claro que sí, lo hiciste por medio de algo llamado “presión social” —replico—. ¡¿Cómo se te ocurrió hacer tal estupidez?! Si no fueras mi mejor amigo, te estaría golpeando ahora mismo. Tienes suerte.
—Ya cálmate amigo, todo salió bien. Mejor que bien —intenta tranquilizarme—. Como sigas así, te harás famoso pronto y estarás en las portadas de las revistas, comiendo en los restaurantes más caros de Nueva York, rodeado de las más hermosas chicas —asegura desde la quinta nube más alta en el cielo con una sonrisa soñadora. Está loco—. ¿No te gusta la idea?
Bufo.
—Sí, ¿cómo no? De hecho, iba a preguntarle a Kim Kardashian si quería ir mañana conmigo por una cerveza también. —Giro mis ojos y él enarca una ceja—. Mira, lo único que sé, es que si mientras más me empeñe en subirme a las nubes, más descomunal será el dolor de la caída. Deja de hacerte ideas que no serán, Jake, hay que crecer. —Su mirada de pronto se torna dura. Él detesta que le diga esto. No es la primera vez—. Sí, es cierto, la sensación de hace un momento fue increíble, pero lo que acaba de pasar fue sólo eso: un momento.
Tomo mi patineta, que olvidé a un lado del banco de los instrumentos y estoy a punto de subirme a ella cuando la voz del rubio me detiene.
—¿Cuándo te volviste tan amargado? —pregunta con tono de reproche y me giro para verlo a los ojos. Su ceño se frunce y me señala—. En serio, Thiago. ¿Desde cuándo eres tan obstinado? Quiero que me expliques porque no lo entiendo, hermano. No recuerdo que fueras así.
Chasqueo mis dedos y le doy mi sonrisa más cínica.
—Tuve que madurar pronto, algo de lo que tú no tienes la más remota idea.
—Ah, ¿sí? —Comienza a contar con sus dedos mientras enumera—: No hacer lo que te gusta, aislarte del resto del mundo, andar como alma en pena de aquí para allá y trabajar como un mediocre dejando que la vida te atropelle cuantas veces quiera. ¿Ese es tu concepto de madurar? —La ira que comienza a hervir dentro de mí quiere apoderarse de cada una de mis venas. Me acerco hasta tenerlo a un paso de distancia.
—Tú no tienes ni idea de lo que es despertar todos los días y sentir que eres nada. Que estás vacío —digo entre dientes al colocar un dedo en su pecho—. Llevo un hueco por dentro y no puedes verlo ni entenderlo porque simplemente no eres yo —le recrimino—, y porque tú estás encaminado hacia alguna parte. Entonces, lo que toca es aceptarlo.
El ambiente está tenso entre los dos, pero no puede juzgarme si no se pone en mis zapatos.
—No dudo que para ti no sea fácil. —Lleva sus manos a su cabello con frustración—. Sólo digo que tienes potencial y no lo explotas, cuando hay millones de personas en el mundo deseando tener el talento que tienes y aunque no lo poseen, se ponen sus mejores pantalones y aceptan los retos que el mundo les propone. —Respiro hondo.
—No quiero seguir con esta conversación Jake. —Me dedico a salir del lugar mientras aún lo escucho.
—No me sorprende —espeta—. Evadir todo es tu especialidad últimamente.
Es un idiota. Aunque quizás, en realidad, más idiota sea yo al ignorar que él tiene razón.
Emprendo mi rumbo a casa. Para cuando ya he recorrido más de una cuadra, un bicho enorme revolotea alrededor de mi rostro sin dejarme tranquilo, provocando que en un intento de alejarlo con mis manos pierda el equilibrio y el enfoque. Entonces, no me percato de un arbusto más o menos grande frente a mí y me doy de lleno contra el. Es así como me caigo por segunda vez hoy.
Me lo tengo merecido.
Al levantarme y tomar mi patineta, veo que una de sus ruedas ya no está donde debería. Camino por la acera en su búsqueda y no la consigo por ningún lado. Es que este día ya no podría ir peor. Entonces: veinte minutos, la ausencia de una rueda y el recital de todo un espectro de vocablos «salido del diccionario de malas palabras y maldiciones» después, me resigno a irme.
Llegando hacia el cafetín donde había visto a Savanna por televisión anteriormente, observo a Kate. Se encuentra un poco ajetreada atendiendo a los clientes.
Ella es como una hermana para mí. Nos conocemos desde el jardín de niños, pero nos hicimos mejores amigos finalizando la primaria. Siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Trabajaba en ese cafetín aun estando en la escuela. Sus padres fallecieron en un accidente cuando era muy pequeña y está ahorrando para cumplir su sueño de viajar a otros países, ya que sus abuelos no pueden permitirse pagarle un boleto de avión. Ella tampoco se los permitiría.