Entre acordes de guitarra

Capítulo 8

Viernes.

Ya es viernes y se supone que el lapso para que me respondan —si es que he clasificado a las audiciones en vivo del concurso— es hasta el domingo. Estoy hecho un manojo de nervios, tanto que podría recorrer dos cuadras enteras dando saltos para drenar mi ansiedad.

Viernes.

Viernes.

Viernes… ¡Y no he recibido ninguna respuesta!

Si no me tranquilizo, acabaré con mis uñas y me arrancaré las pestañas. ¡Sí! Definitivamente arrancarme una a una las pestañas no suena como una mala idea justo ahora.

¿Y si no les gustó? A lo mejor mi video fue tan horrible que ni siquiera decidieron tomarme en cuenta para enviar un mensaje que negara mi solicitud.

A lo mejor fue tan horrible que les hizo escupirle a la pantalla.

A lo mejor fue tan horrible que asumieron que habría más aspirantes como yo en la ciudad, haciendo que la descartaran por completo.

Eso debe ser, ya lo sabía. ¿Saben qué? No importa, ni quería entrar a ese dichoso concurso.

«Pobre diablo. Ni tú mismo te lo crees».

¡Aaaaaaaaaaaaaaaaah!

Revuelvo mi cabello con frustración y resoplo. Todo pasa por algo. Tal vez esta es la señal divina que necesitaba para darme cuenta de que no debería concursar porque seguramente haré el ridículo más grande de mi vida. No podría vivir con eso.

Estoy en el centro comercial. La tienda de discos en la que trabajo, ha estado hasta reventar hoy. Caleb terminó su turno a medio día, mientras que Sam y yo debemos estar aquí durante la tarde.

Veo a Sam ligando con dos chicas a lo lejos. Hay un niño detrás de él intentando decirle algo pero no logra llamar su atención. Respiro hondo. Condenado Sam.

Me acerco entonces al niño, pero cuando lo hago, él ya se ha dado vuelta y camina hacia la estantería para regresar un CD que no había visto segundos antes en su mano.

—Eh —lo llamo y voltea—. ¿Necesitas algo, amiguito?

—Necesito ayuda para conseguir un disco de una banda: los Bestri Boys —dice y me permito soltar una carcajada.

—Okey, primero, repite conmigo. Vamos: Back... street.

—Back... street —repite con algo de dificultad.

—Boys —vocalizo.

—Boys —termina.

—Niño, si recuerdas eso, tu búsqueda será un poco más sencilla en esta tienda y en cualquier otra parte del mundo. Ven, sígueme. —Empiezo a caminar hacia el estante donde están los CD'S de los Backstreet Boys, pero me detengo al percatarme de que el infante no me sigue—. Oye, ¿por qué no vienes?

—Mamá dice que nunca siga a un extraño.

—Pero yo trabajo aquí y te voy a ayudar a conseguir tu disco, puedes estar tranquilo conmigo —Le aseguro. ¿Tanto miedo doy? Debo parecer un monstruo, intentando convencer al niño casi diciendo: “Ven pequeño, no muerdo”.

Él muestra su desconfianza y confusión por un momento, hasta que vuelve a hablar.

—Bien.

Nos dirigimos, ahora sí, al estante que tiene los CD'S de los Backstreet Boys. Veo uno del montón a lo alto y lo tomo con facilidad para entregárselo. Bendito sea mi metro ochenta y cuatro de estatura.

—Aquí tienes.

—Gracias. ¿Cuál de estas canciones me recomiendas?

Y es ahí cuando algo hace clic en mi cabeza. ¿Qué se supone que hace un niño de no más de diez años, solo, en una tienda y buscando un CD de Backstreet Boys?

—Ya te digo, pero primero... ¿Cuántos años tienes?

—Ocho y medio. ¿Por qué?

—¿Por qué quieres un disco de los Backstreet Boys?

El niño miró hacia los lados y se da cuenta de que aquí sólo estamos él y yo. Entonces, vuelve a hablar como si me estuviera contando un secreto.

—Es para mi mamá. Ella tiene una enfermedad y los doctores dicen que se puede ir en cualquier momento —explica en voz baja y algo en mi interior se revuelve—. Pero yo no lo creo, mi mami es fuerte. A ella le gusta esta banda mucho, pero en casa no he visto que tenga ningún CD de ellos.

¿Escucharon ese ruido? ¿No? Pues, déjenme decirles qué fue eso: mi corazón que se acaba de romper en mil pedazos. Ahora solo quisiera abrazar consoladoramente a este niño y asegurarle —aunque no tenga certeza alguna de ello— que todo estará bien. Que su mamá seguirá viendo todos los días la luz de un nuevo amanecer junto a él.

Sin embargo, y por experiencia propia,  no puedo hacer eso.

—Oh, bueno —resuelvo pesaroso con la bilis en la garganta—, ojalá tu mami mejore. Espero que con ese disco se le curen todos sus males, pequeñín.

De nuevo, un malestar se instala en mi organismo cuando sin siquiera haberlo pensado, he soltado esa palabra. Pequeñín.

—Mañana es su cumpleaños, y yo le cantaré una canción de esta banda. Por eso quiero que me recomiendes una.

De pronto, un ápice de curiosidad despierta en mí.

—¿Cantas?

—Aja. Y mi papá me enseña piano desde los seis. —Lo observo con asombro.

—¡Eso es increíble! Te recomiendo As Long as You Love Me, la canción número... —Tomo otro CD, me acerco la carátula y entrecierro mis ojos mientras trato de ubicar el número de la canción—: Dos. Seguro le va a encantar mucho más viniendo de ti. —Le sonrío.

—¡Gracias! —dice animado—. Y tú, ¿cantas o tocas algo? —Suspiro.

Entonces, es ahí cuando comienzo a relatarle mi vida a un niño de ocho años. Convenientemente, la marea de clientes desciende casi por completo e incluso, cuando vuelvo a mirar la hora en mi teléfono, noto que ha pasado una hora y mi turno ha terminado. Ni siquiera vi llegar al chico que trabaja por la noche ni a Sam irse de aquí. Aun así, el padre del menor sigue sin aparecer, pero sinceramente disfruto de su compañía. Terminé teniendo cosas en común con este pequeño —que por cierto, descubrí que se llamaba Marco— y por un momento me vi reflejado en él.

Aunque papá no me hubiera olvidado por más de una hora, por supuesto. Fui afortunado.

A las seis, apareció su padre disculpándose conmigo por si Marco había dicho o hecho algo que no debía. Le aseguré que no y que no fue ninguna molestia pasar un tiempo con él. Finalmente nos despedimos e inicié mi viaje a casa.



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En el texto hay: humor, musica, amor

Editado: 11.02.2022

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