Los funerales eran más deprimentes que mi vida social.
¿Alguna vez les pasó de recibir una noticia de muerte mientras estás pasándola de perlas en un club donde el alcohol se bebe como agua? Pues a mí tampoco, lo mío se resumía en la llegada de un individuo a mi entrenamiento.
Enderecé mi espalda, deteniéndome por un segundo al sentir una fuerte punzada en la parte baja. No le tomé importancia, era más importante calmar los acelerados latidos de mi corazón que percutía en mis odios y mi desastrosa respiración peor que un principiante que saltaba la cuerda por primera vez. Un fuerte silbido taladró mis oídos señal para acercarme a mi entrenador, quien le estaba diciendo algo a mi novia lo suficiente bueno para que aplaudiera con sutileza. Al llegar Tess me extendió un botellín de agua, al tiempo que el entrenador me dejaba ver un par de números en el cronometro.
Mis comisuras temblaron.
—¡Sonríe un poco más, Max, que has conseguido superar tu meta!
—Por un minuto —puntualicé sin molestarme en ocultar mi mal estar, aun así una pequeña fracción de mi cuerpo se suavizó.
Me sequé el sudor de las manos contra mi short para poder destapar la botella, asegurando que nunca se había abierto antes.
—Entonces… ¿el minuto de menos es bueno o malo? —indagó Tess, mientras tanto le lanzaba una mirada a su reloj de muñeca. No respondí, en cambio hice el amago de abrazarla a sabiendas que se echaría hacia atrás—. ¡No! Estás todo sudado, amor, ¡por favor! Cuando te des una buena dueña hablamos, además me tengo que ir a mi sesión de fotos.
Alcé los hombros.
—Necesito mi beso de despedida.
Cosa que hizo solo por el hecho que teníamos la misma altura y no era necesario que me tocara ni un minúsculo cabello para llegar, quise abrazarla solo por el placer de verla enojar un poco pero salió disparada lejos de nosotros, no sin antes prometerme que mañana me llamaría.
Entonces el hombre a mi izquierda comenzó a liberar un cumulo de palabras que ignoré. Me dispuse a beber escuchando su voz de fondo, la misma que murmuraba las palabras con ese tono suyo que hace poco me entere que solo usaba conmigo.
Sabía que era difícil de tratar, pero jamás lo confesaría en voz alta. Preferí a dar por culo a todos.
—Maximiliano, escucha bien lo que voy a decirte —pronunció con lentitud, antes de quitarme de las manos el botellín. Curvé las cejas—; sé que quieres ganar contra los Buitres, toda la escuela está ansiosa por ver eso, y con el tiempo que estas logrando lo vas a alcanzar, entonces por lo que más quieras; ¡deja de exigirte tanto!
—Pero…
—¡Déjame acabar! —Aplané los labios, tragándome las ganas de soltar algún comentario desagradable que lo sentía picar en la punta de la lengua—. Si sigues entrenando y entrenando sin dormir tus ocho horas, y sin permitirle a tu cuerpo descansar lo necesario, vas a sufrir una herida por la cual ni siquiera puedas competir, en lo mejor de los casos, ¿es eso lo que quieres?
Tragué duro.
«Solo tiene envidia por tu talento y últimos triunfos, mientras que tu corres en grandes competiciones él se limita a ser profesor de educación física, en un colegio privado con un sueldo mediocre. No lo escuches»
—De mi cuerpo me preocupo yo, tu limítate a apretar el botón del cronometro cuando corra —respondí con más brusquedad de la deseada, provocando que las arrugas en su frente se pronunciaran mientras sus cejas ridículamente pobladas se unían. Entreabrió la boca pero el cerro al segundo, tantas veces que su bigote de barbero temblaba.
Antes que pudiera pensar ‘’Debería de venderle una afeitadora’’ mi nombre había resonado por todo el campus, por si quedaba algún estudiante que no me conociera. No vayan a hacerse una idea errónea y estúpida sobre mi popularidad, no tienen ni una idea lo mucho que odio que todos me miren mientras camino por los pasillos, ni siquiera la capucha de mi sudadera evitaba recibir esos ‘’discretos’’ comentarios sobre la poca fe que me tienen. El entrenador pensaba que era idiota, o se olvidaba que tenía un hermano cotilla que le encantaba contaminar mi silencio espectacular con sus incontables rumores sobre aquello y lo otro; en especial le encantaba decirme los que se trataban de mí, decía que lo peor que un ser humano podía hacer era vivir en la ignorancia por cuenta propia, por lo que enfrentar las estúpidas palabras de los demás era algo que supuestamente tenía que soportar.
Consecuencias de no ser el único viviente en este mundo.
—¡Max!¡¡Max!! —Desde lo lejos divise la pequeña figura de Marcel, mi querido hermano, el único amigo que tenía aunque sonara deprimente. Era irónico que gritara con urgencia mientras que caminaba como si estuviera dando un paseo en el parque, así que tome mi tiempo para guardar algunas cosas en mi bolso de deportes mientras me colocaba una sudadera encima—. ¡Max!
—Gracias, no recordaba cómo me había puesto mi madre al nacer —dije cuando se posicionó enfrente de mí, colocando sus manos sobre mis hombros. Cualquiera se preguntaría porque tenía aquella sonrisa a pesar de la noticia que iba a darme, pero si llevas un tiempo a su lado te darás cuenta que muy pocas veces se puede quebrar esa curvatura perfecta.
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venganza y mentiras, amigos de infancia, novela juvenil que contiene romance
Editado: 05.05.2019