Falsa dulzura

[08] Celine: Parte I

Antoine me había mentido de gran manera: siempre me ha dicho que el karma no existe, que solo era una excusa para los problemas, así que ahora me dijera como llamaría la vuelta de tuerca que me hizo Maximiliano. Porque para mí era karma, y del grande: así fue como de la chantajista pasé a la chantajeada, o amenazada mejor dicho, aunque sus diferencias eran minúsculas.

Dios, nunca me había sentido tan violentada. Me consideraba una persona pacifista, amaba la forma de pensar de mi padre un hombre de la naturaleza innato, siempre incitando al amor y no la guerra, un hombre que muy pocas veces había visto molesto, y si llegaba a estarlo solo se notaba porque no te miraba a la cara, nada más; mi expectativas eran alcanzar a ser como él, aunque con más energías como mi madre, motivo por el cual la palabra enojo —ira, frustración, venganza, bronca— no estaba en mi diccionario, sensaciones que le prohibía a mi cuerpo sentir. Pero…

Pero…

¡Pero es que con ese chico era imposible mantener la cordura! Con menos de media hora junto a él conseguía que mis nervios dispararan, que sintiera mi puso palpitar en el oído y que mi pensamientos se nublaran. No exageraba, de verdad, la primera vez que sentí algo apoderarse de mi cuerpo y mis acciones fue cuando terminé arrojándole un vaso de agua encima…

Confieso que cuando volví a inclinar el vaso para que la última gota cayera sí estaba consiente de mis actos, pero él se creyó con el poder de amenazarme con meterme a su baño; sentí la necesidad de desafiarle, cómo nunca había hecho. Claro, ese desafío no me fue tan bien como hubiera querido, ahora me encontraba con en la encrucijada de rebajarme a sus caprichos o arriesgarme que Adrien se enterara de lo perra que había sido.

Estaba atrapada en un callejón sin salida.

—… Cel, ¿me estas escuchando?

Me sobresalté por un momento, teniendo que disimular importancia por la arruga imaginaria que tenía mi vestido de jean. Froté mis manos sobre mi regazo, preparándome para alzar la mirada y hacer un esfuerzo para que Gassy no se diera cuenta de la angustia que llevaba dentro.

—Lo siento, he estado algo… distraída —confesé en voz baja. Me obligué alzar mis comisuras, una acción que fue como calmante para su ceño fruncido—. Dime, ¿A dónde vamos? —Entonces con un abanico alejé todo lo malo y me concentré en la cita que íbamos a tener por nuestro aniversario, intentando con todas mis fuerzas emocionarme como veía que él lo estaba—. ¿A la montaña? No, no, ¿al parque de diversiones del pueblo vecino? Recuerdo que ambos teníamos ganas de ir… ¿o vamos a pasear por el centro? Hoy la noche esta agradable.

Agradable si no supiera que mis piernas se congelarían apenas diera un paso fuera del refugio de su coche, aunque debía alegrarme que nuestro aniversario no fuera en invierno. Usar vestido en esas fechas sería susidio, y sabía de antemano que de igual manera tendría que usar uno porque a Gassy le encantaba. Muy pocas veces le daba el gusto —más de lo que me gustara—, él le encantaba verme con polleras pero era algo que yo no podía soportar, me parecían incomodas y si no tenías cuidado podría verse hasta tu alma ahí abajo. No gracias, mejor pantalones deportivos o short, además que eran perfectos para patinar sin ningún miedo de mostrar cosas que no quería.

Suponía que de eso se trataba a veces la relaciones, hacer cosas que no nos gustaran por la estabilidad de la relación.

—Lo siento, muñeca, pero le has errado en todas, aunque un día de esto cuando consiga tiempo podemos hacernos una escapada al parque —prometió, y ambos sabíamos que era mentira. Desde hace dos años había hablado de querer ir—. En verdad es una sorpresa, así que solo sonríe y tómame la mano, porque hoy cumplimos siete años juntos… siete años desde que soy feliz de verdad, desde que amo a una persona de verdad —habló con la voz cargada de emociones, haciéndome remover en el asiento.

Buscó mi mano a tientas, y sin ánimos de tener un accidente, se la entregué para que entrelazara sus dedos y dejara nuestras manos sobre mi muslo. Miré a través de la ventana, contemplando el cielo nocturno que nos regalaba un trozo de su belleza, y esa vez se podían percibir la salpicadura de estrellas que centellaban susurrándome que agarrara mis pinceles y las transportara al papel. Ese pensamiento alivianó un poco la tensión en mis hombros y esa sensación extraña de no sentir nada, absolutamente nada que había vivido años atrás cuando nos tomábamos de la mano.

Minutos después detuvo el coche, se quitó el cinturón y con una inclinación quedó mirándome directamente.

—Te amo, Celine

Tragué saliva.

«Incomodo».

Esas dos palabras hicieron detonar el sistema de alertas. No sabía qué hacer, qué pensar, ¿debía responder con lo mismo aunque no lo sintiera…? Tampoco era que no lo sintiera, pero no estaba segura de mis sentimientos en esos momentos. ¿Debía decirle la verdad? No, eso rompería su corazón. ¿Hacerse la idiota? Mm… ese plan sonaba tentador.




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