Helsinki

Capítulo uno

 

 

 

Capítulo uno: «Ocho»

 

 

 

 

24 de noviembre, 2142

 

Mi mano temblaba en vilo por el movimiento del camión. El movimiento del vehículo era tan brusco, que no me permitía concentrarme en el suelo de metal con algunas abolladuras de Balas que no habían conseguido atravesarlo.

Choqué mi hombro contra el pecho de uno de los blindados que había a mí al rededor. Había diez u once hombres vestidos con estampado militar y chalecos antibalas, acompañando a los que había allí, incluyéndome a mí. Todos los que no llevábamos una arma en las manos teníamos una similitud, y si tuviera que escoger lo que más ha representado estos 18 años de vida que he vivido sería esa semejanza: las esposas que me sujetan las muñecas.

El cañón del arma de mi acompañante estaba justo a la altura de mi cara, lo observé con curiosidad. Nunca se me había dado bien reconocer armas, y tenía gracia, ya que seguramente sabría usarla mejor que cualquiera que esté sobre sobre estas ruedas.

Una pequeña sonrisa sarcástica se extendió en mis labios, imaginando como sería dispararla. Rocé la punta de mi lengua con mi labio inferior, humedeciéndolo, pero mi atención fue captada por algo más, unos ojos se fijaron completamente en los míos; uno de los chicos esposados me miraba con una sonrisa ácida, una de estas que ves de una persona antes de que te pegue, una sonrisa peligrosa que reflejaba una promesa, una que ni yo ni él sabíamos, pero que estaba segura de que sucedería.

Opté por devolverle una sonrisa juguetona, de la que quizás me arrepentiría luego. Después desvié mi mirada hacia el hombre de la derecha.

—Oye, machote, ¿Cómo va esa? —inquirí y señalé con la barbilla el arma que tenía en la mano—. Seguro que va como la seda, no sabes la envidia que te tengo. Me dejarás probarla algún día, ¿no, compañero?

Giró su cabeza en mi dirección y en silencio me observó unos segundos. no podía ver sus ojos debido a esas gafas protectoras que llevaba.

—Cállese, no tiene derecho de hablar—su voz era grave y demandaba autoridad, pero yo no iba a cedérsela.

—Tengo derecho a hablar por eso el señor que está allí arriba me creó una lengua para moverla—dije con una sonrisa.

—Cállate, si quieres conservarla—uno de los blindados que había enfrente de mi irrumpió en la conversación.

Le sonreí a este nuevo participante en la discusión y me callé, no debía subestimar lo que unos soldados de guerra son capaces de hacer. Podía ser rebelde pero no tonta.

El camino continuó aburrido, alguna que otra pregunta de otro de los chicos esposados que nunca eran respondidas era lo único que llenaban este silencio.

El camión se detuvo bruscamente, no había ventanas, no sabía dónde estábamos. Las puertas fueron abiertas por dos policías vestidos bastante parecidos a los que nos habían estado acompañando todo el viaje. Dos de ellos me agarraron cada uno de un brazo escoltándome hasta un edificio gris, rodeado por varios más, todos con algo de la fachada derruida, y marcas de disparos.

Había más policías aún en la puerta que daba el acceso al edificio principal. Logramos atravesar los miles de barreras hasta llegar dentro. Una mujer me cacheó y me quitó las esposas, dándome una gran sensación de libertad.

Pegó una pegatina con un número: «008» en mi pecho y me hizo caminar hasta donde todos los que ya habían pasado el proceso se reunían.

Pronto, una mujer vestida de negro, con un fusil apoyado en el hombro, entró a la sala con dos de los soldados siguiéndola de cerca.

—Jóvenes—gritó en una voz un poco grave, que te demostraba toda la confianza y el poder que tenía sobre ti.

Los chicos de mi alrededor seguían gritando y hablando entre ellos. Yo solo miraba esa presencia que me intimidaba.

—¡Silencio! —un grito de una voz masculina hizo que el silencio reinara automáticamente, de uno de los soldados que la acompañaban

No se le veía la cara, al igual que casi todos los militares, llevaba unas gafas protectoras con los cristales tintados; cubriendo su rostro también lucían unos pañuelos negros que tapaban la boca y la nariz; por el resto de cuerpo vestían uniforme militar completo, chaleco antibalas, y por supuesto una hermosa arma que no sabía reconocer, pero que me estaba llamando a gritos.

Observé por supuesto a esa mujer que estaba a su lado, a la cuál superaba por bastante en altura. Llevaba una camiseta color caqui que se le ceñía a su figura con unos pantalones de camuflaje anchos, además de la gloriosa arma que tenía apoyada en el hombro y que a la misma vez tenía agarrada con la mano. Tenía unas facciones finas pero fuertes, su expresión era completamente firme y autoritaria, no parecía tener muchos años, pero se veía mas mayor que todos los mocosos que estábamos dentro de esta sala.



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En el texto hay: amor, poderes, amor accion

Editado: 14.08.2019

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