Capítulo dos: «Habría muchas maneras de definirme, pero usemos la que más te gusta a ti, una persona que te interesa y te va a hacer falta.»
Escuché atentamente las indicaciones de ese soldado, como si fueran lo más interesante que me había pasado en la vida.
—Se os entregará un arma cargada para practicar la puntería y técnica—comenzó a andar a nuestro alrededor—. Antes de comenzar voy a hacer una demostración de lo que hay que hacer.
Agarró una de las armas que había preparadas, la cargó y disparó a una de las dianas encajando un círculo más alejado del centro rojo.
Rodé los ojos. Yo podía hacerlo mucho mejor.
—Sé perfectamente con quién trato, todos los aquí presentes sabéis perfectamente usar un arma, por lo que esto es un adiestramiento, no una clase, en cualquier momento puede ocurrir una emergencia y los que van a acudir seréis vosotros, ¿Está claro?—Dijo con voz firme.
Nos miró a todos, y después se fijó unos segundos en mí.
—¿Hay algún voluntario para empezar? —cuando hizo la tan ansiada, pude sentir como mis ojos brillaban de emoción.
Avancé hasta estar frente a él.
—Me gustaría empezar, profe—dije con un tono de mofa en mi voz. Lo que hizo reír discretamente a algunos.
El hombre me analizó lentamente y después señaló con la cabeza las demás armas. Con prisa, avancé y cogí una.
—Bien, primero: carga el arma, después apunta...—le corté en medio de la frase, cargando hábilmente el arma y disparando a cada una de las dianas, acertando Justo en el centro casi sin esfuerzo.
Después de realizar esos disparos observé el arma como si fuera lo más bonito de mundo.
—Parece que manejas esta arma—dijo firmemente—. Ten cuidado con lo que haces, novata.
Di una breve e insonora risa antes de volver hacia la gente. Fueron pasando y disparando cada uno. Fueron nombrando los números de menor a mayor, incluyéndome.
Se saltó el número que faltaba. Parecía que no fuera nada raro como si nunca estuviera ahí.
Así entrenamos bastante tiempo. Durante toda la maña.
—¡Quince! —Una chica que segundos antes se había colocado a mi lado, y que no había acertado ninguna bala se tensó—. ¿Se puede saber que te pasa? —El soldado se acercó a ella hasta colocarse en frente de ella—. Dispara, acierta dos de tres y podrás almorzar.
La chica se encogió, yo fruncí mi ceño mirándolo con mala cara. No respondía, con miedo.
La chica acertó dos veces de milagro y el hombre se alejó haciendo que recuperara la respiración.
Me sorprendió la poca habilidad que tenía, teniendo en cuenta de las personas que estábamos rodeadas.
Cuando entramos a ese edificio tan sombrío de nuevo, todo estaba más revuelto, con mucha más gente, más como nosotros. Nos dirigieron a un gran comedor donde las mesas abundaban.
Me senté en una al azar, la gente hablaba, en unos grupos improvisados, alegremente, las risas retumbaban. No sé cómo se podía ser feliz en una cárcel. Una cárcel donde te preparan para la guerra, para posiblemente morir en ella.
No comí. No tenía hambre. Salí de aquella sala, deambulando por las partes que me dejaban, hasta llegar a un pequeño lugar en el exterior rodeado por vallas metálicas muy altas, imposibles de saltar. Me senté en el pequeño escalón que se encontraba en la puerta.
Observé la contaminación del cielo, que era visible y heterogénea.
En ese momento me di cuenta de que ya no era yo, la yo que se había creado ahí afuera, que ahora ni siquiera tenía nombre, sino un número.
Me sorprendía que la gente aquí, no se sorprendiera por mí, nadie se sorprendía por nadie, eso es lo que pasaba cuando no se creaban lazos emocionales, y este mundo ya no era para eso, al menos no para mí.
Nuestro mundo era uno dividido, las razas nos separaban a cada uno como castas. El mundo actual era cenizas restantes de las guerras que nos hicieron así, que nos dejaron quemados.
Me gustaba hablar con la gente mayor, aquella gente que tenía mucha más experiencia vital, aquellos cuyos padres habían sobrevivido a la tercera guerra mundial, y que pensaban que esta que acababa de empezar nos eliminaría.
La última guerra nos destruyó. Literalmente un dos por ciento de la población mundial fue lo único que permaneció. No sé lo que pasó, nadie me lo explicó. Y sinceramente al ver las caras de dolor al recordar, no me daban ganas de saberlo.