Herederos

Teléfono Roto

JULES

 

Un calor sofocante acompañado de una jaqueca y una boca seca me hicieron despertar. La sabana enredada entre las piernas, y la almohada que puse en mi cabeza para evitar el ruido, me empapaban de un sudor caliente y pegajoso. Me desenredé la sabana con los pies, pero no quité la almohada porque sabía que la más mínima luz me cegaría y provocaría un estallido en mi cabeza que probablemente me haría vomitar.

Sin embargo, al escuchar un ronquido a mi lado apreté los ojos y tragué algo de una saliva espesa que no me dejaba despegar los labios, con una mano me quité la almohada y con la otra sobé un poco mis ojos para liberar algo de tensión antes de parpadear y darme cuenta quién estaba en mi cama; pues recordaba haber bebido solo la noche anterior.

Un suspiro de alivio salió de mis labios al darme cuenta que era sólo Guido, abierto de manos y piernas y roncando con la boca abierta.

Con movimientos lentos, más para evitar empeorar la jaqueca que por consideración a mi amigo, me senté en el borde de la cama mirando hacia la ventana con ojos entrecerrados para acostumbrarme a la luz. La noche anterior había olvidado encender el aire acondicionado y a causa de ello la habitación estaba impregnada con un olor a sudor y alcohol que me marearon y me hicieron respirar dificultosamente.

Me puse de pie y rodé las cortinas dejando que la luz del sol bañara toda la habitación, abrí la ventana y la brisa que me dio en la cara acompañada del olor a agua salada me despertaron completamente.

 

Cómo amaba esa isla.

 

– ¡Oh, vamos! Jules, cierra la ventana –. Escuché quejar a mi amigo.

 

Sin hacer caso a lo que decía crucé la habitación y entré al cuarto de baño. Busqué en los cajones y en las repisas hasta encontrar un paquete de aspirinas, me tomé dos y me metí a la ducha. El agua fría alivió el calor, pero no ayudó con la jaqueca.

 

– ¿Qué pasó anoche? – pregunté entrando a la habitación envuelto en una toalla.

 

Guido se desperezó y sentó en la cama dando un bostezo antes de responder.

 

–  No lo sé, cuando volví te encontré dormido.

 

– ¿Y por qué dormiste en mi habitación?

 

–  Quería asegurarme de que no te ahogaras con tu propio vómito– respondió Guido bostezando.

 

–  Voy a desayunar, ¿vienes? – le ofrecí a Guido que con un asentimiento demasiado energético para estar recién levantado se puso de pie y salió de mi habitación. Me puse una ropa cómoda y lo seguí.

 

Una vez fuera de la casa, una pequeña brisa proveniente del mar alborotó mi cabello y me refrescó el cuerpo aún húmedo por la ducha, un sabor a sal marina me hizo relamer los labios y respirar hondo tratando de absorber un poco de la paz que se respiraba en el ambiente, paz que me faltaba. Era un bonito día, por qué tenía que sentirme tan mierda.

 

De camino al restaurante pequeños recuerdos de la noche anterior se filtraron en mi cabeza, un mensaje de texto, una llamada, un teléfono estrellado contra el piso, vodka.

 

Eso es, el detective Cole me había escrito para decirme que había perdido la pista de nuevo, era la tercera vez este año que la habían tenido cerca y de nuevo desaparecía, estaba empezando a cansarme. Mi padre me había dicho que parara, que no tenía sentido buscar a alguien que no quería ser encontrado, pero cada vez que quería rendirme, algo me decía que no, que lo intentara una vez más.

 

Estaba demasiado frustrado con Cole y mi padre, y encima Ada llegaba ese día con sus amigas. Me había llamado la noche anterior justo después de que recibí el mensaje de Cole, y entonces habíamos discutido porque yo, todo quería, menos tener a la chica alrededor todas las vacaciones. Suficiente ya era tener que verla a diario en la escuela.

 

No entendía en qué momento había pasado de ser una de mis mejores amigas a una novia celosa y caprichosa. Habíamos sido mejores amigos desde el jardín de infantes y cuando crecimos y los planes cambiaron de jugar en el parque a irnos de fiesta, las noches de ebriedad hicieron estragos con nuestras hormonas de adolescentes causando que más de una vez termináramos en la cama. Para mí, fue perfecto experimentar mi primera vez con Ada, mi mejor amiga, el problema fue que la chica no quiso dejarlo ahí, y yo incapaz de decirle que no, permanecí a su lado, con el común acuerdo de que no éramos exclusivos.

 

Sin embargo, la gota que rebosó el vaso fue que nuestros padres dieran por sentada la relación, y por ende la unión de las familias y sus empresas, la compañía Mes off con todas sus acciones y propiedades y la mejor firma de abogados del país, los Hart; por ahora no tenía escapatoria. Y tan sólo teníamos diecisiete años.

 

El sonido de un teléfono me distrajo de mis pensamientos y me obligó a centrarme en la calle poco transitada por la que caminaba.




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