Herederos

Blue Hawaii

JULES

 

Mientras manejaba pensaba en por qué carajos había dejado a Guido convencerme de salir esa noche.

Aparcamos en una zona un poco alejada pues los lugares frente al bar ya estaban ocupados. Mientras empezábamos a salir del auto, nos dimos cuenta de que el sitio era bastante oscuro y desolado. Habíamos decidido ir hacia el sur de la isla, cerca al aeropuerto, pues las zonas que frecuentábamos eran seguramente, donde estarían Ada y sus amigas en esos momentos, y ya era suficiente tener que lidiar con Guido esa noche.

 

El sitio estaba a reventar de extranjeros y locales, había chicas con trajes hula sirviendo Blue Hawái, un centenar de personas bailando en el centro de la pista y un Dj ubicado en una tarima alta mezclando canciones locales con sonidos electrónicos.

 

La música era fuerte y las luces mareaban un poco y si no fuera porque era un sitio totalmente abierto frente a la playa, el calor y el sonido me habrían hecho dar la vuelta hacia el apartamento en ese mismo instante.

 

En cuanto entramos, Guido se dirigió a la barra conmigo siguiéndolo de cerca. Mientras intentábamos pasar por entre las personas una chica morena me haló de una mano hacia la pista de baile y comenzó a bailar muy pegada a mí. Guido observó esto con una sonrisa dibujándose en sus labios. Me hizo un guiño, y se dirigió a la barra a buscar algo de beber.

 

Después de unos minutos vi cómo se acercaba con un Blue Hawái en la mano y una soda en la otra. Logró divisarme y dejó salir una carcajada al ver que la chica morena de antes me tenía preso contra una pared, bailándome descaradamente y dándome besos en el cuello. En otras circunstancias ya me la habría llevado a un sitio más privado pero esa noche no estaba de ánimos para chicas. Estaba consciente de la expresión de aburrimiento en mi rostro, y estaba tratando de zafarme sin éxito; le hice entonces una señal a Guido para que se acercara.

 

–  Este es Guido –. Lo empujé entre nosotros, tomé la soda de las manos de Guido y me dirigí a la playa dejando a los chicos tras de mí.

 

Afuera, la brisa proveniente del mar se sentía refrescante, caminé hacia la playa y de ahí por toda la orilla, dándole pequeños sorbos a mi soda de vez en cuando.

 

Cuando accedí a salir esa noche pensé que podría darme una oportunidad para divertirme, o tan solo para distraer mis pensamientos del sentimiento de amargura que me embargaba desde la noche anterior; además de haberme quedado en el apartamento, no habría podido conciliar el sueño. Pero a decir verdad me sentía tan miserable como hace unas horas, de lo contrario no habría rechazado a esa chica. Siempre me sucedía lo mismo cuando mi madre volvía a desaparecer, no soportaba tener a una mujer cerca por días, prefería quedarme solo y beber hasta quedarme sin conciencia. Pero ya se me pasaría, en unos días estaría tan normal como antes. Y seguiría esperando por nuevas noticias acerca de ella, para perderlas de nuevo y volver a sentirme como la mierda. Un ciclo vicioso de esperanza y amargura.

 

Mi experiencia con las mujeres había sido infortunada desde el principio. Una madre, que se había largado sin siquiera darse la oportunidad de ser mamá; una novia, caprichosa que me estaba empezando a asfixiar; una zorra interesada que hacía el papel de madrastra perfecta y que pretendía que la llamara “madre” sólo porque había hecho lo que mi verdadera mamá no había querido; y todas las demás chicas, que no entendían que nunca podría confiar suficientemente en ellas como para dejarlas ser parte de mi vida por más de una semana.

 

Estaba hasta el tope de todas ellas, chicas frívolas que después de una semana perdían la gracia. Sólo querían poder contar a sus otras amigas que se habían metido en la cama de Jules Mescoff. ¡Vaya estupidez más grande! ¡Cómo si eso fuera muy difícil! Sólo tenía que ser simpática y encontrarme un poco ebrio, y esto último era lo más sencillo.

 

No estaba muy seguro de cuándo había empezado a beber. Tal vez fue la primera vez que tuve noticias de ella. La primera vez que Cole después de haberla estado buscando por tan solo dos meses, la había encontrado en un pueblo cerca de Indianápolis. Recuerdo mi emoción al oírlo decir aquellas palabras… “la encontramos”. No podía creer mi suerte, tan sólo sesenta días habían pasado desde que la había empezado a buscar, y ya la teníamos. Y entonces, la decepción, dos días después Cole me escribió de nuevo para decirme que se le había desaparecido.

 

Y así había sucedido otras mil veces después de eso.

 

Ella era como un puñado de arena, un momento la tenías, completamente asegurada entre tus manos y después de un segundo se desaparecía entre tus dedos, dejándote únicamente la sensación de haberla perdido… de nuevo.

 

Y ahí seguía yo, rodeado de todo ese embrollo de mujeres; no sólo persiguiendo a mi madre por todo el país, sino incapaz de dejar a Ada, teniendo que verle la cara a diario a la mujerzuela de mi padre, y enrollándome con cualquier chica bonita que conociera en una fiesta.




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