LUCA
Un par de golpes en la puerta de mi habitación me hicieron despertar. Unos segundos después, la voz de mi madre acompañada del sonido de sus tacones en el piso de madera, resonó en la habitación.
- Luca! Despierta cariño, es tarde.
Con los ojos aún entrecerrados la vi cruzar la habitación y abrir las cortinas. La luz del sol de la mañana me dio directamente en la cara y me hizo soltar un gruñido. Tomé la almohada a mi lado y la puse en mi cabeza para bloquear la luz del sol de mi cara.
- Luca, vamos. Tu padre tiene una reunión al almuerzo y quiere que estemos presentes -. La oí decir. Le respondí con otro gruñido y me di la vuelta en la cama para darle la espalda a la ventana con intenciones de seguir durmiendo.
- ¡Luca! ¡Arriba! – me dijo mientras arrancaba la almohada de mis manos para descubrirme la cara.
- No tengo ninguna intención de ir a una aburrida reunión a esta hora de la mañana – le dije de mala gana, tomando la almohada de sus manos y poniéndola en mi cara de nuevo.
- Pero ¿qué te pasó? – me preguntó. Había olvidado completamente cómo debía lucir mi rostro en ese momento. Mi madre tartamudeó algo incomprensible y se tapó la boca con la mano.
- No te preocupes, él sólo tiene la culpa de la mejilla, el resto me lo hice yo solito – le respondí refiriéndome a mi padre.
- Cariño, lo siento tanto – dijo mi madre con voz afectada y sentándose a mi lado en la cama. Esta era la parte que odiaba de discutir con mi padre. Mi madre siempre se culpaba por no poder hacer algo para evitarlo. Yo sabía que lo había intentado antes, pero eso había acabado peor para ella. Además, yo ya era un hombre, podía soportar que mi padre se desquitara todo lo que quisiera conmigo. Pero que le tocara un pelo a ella, eso no. No otra vez.
- Estoy bien, sólo déjame dormir un poco más – le respondí obsequiándole una sonrisa somnolienta.
- ¿Quieres que te envíe algo de comer?
- No, estaré en la cama unos minutos más y bajaré a almorzar al restaurante más tarde.
- Está bien -. La sentí levantarse de la cama y un minuto después escuché la puerta de mi habitación cerrarse.
Me descubrí la cara y me quedé mirando al techo por lo que sentí una eternidad. Mi cabeza era un huracán de pensamientos revueltos y al mismo tiempo un espacio hueco y oscuro. Empezaba a sentir la neblina apoderarse de mí. Hacía semanas que no me pasaba. En días así lo único que quería era quedarme en mi habitación, escuchar música a todo volumen con los ojos cerrados, la mente en cualquier otro lugar que no fuera ese lugar, ese momento.
Estaba seguro de que mi situación no era tan tétrica como la de muchas otras personas en el mundo, sabía que mis días negros no tendrían por qué significar nada al lado de los de personas que en realidad sufrían cosas terribles. Eso era lo que más me asustaba, si mis problemas no eran tan grandes como para causarme este tipo de sentimientos, entonces es que había algo realmente malo conmigo, ¿no?
Me gustaba pensar que muchas personas sentían lo mismo que yo de vez en cuando. Que ese sentimiento de vacío y despojo no me pasaba sólo a mí. Que no se debía a mi genética. Que yo era diferente. Pero era tan difícil no pensar en lo absurdo de la situación. Que una persona que lo tenía todo, pudiera sentirse así.
Habría querido enrollarme en mi cobija y volver a dormir, pero al parecer iba a ser imposible. Además, no podía dejar que el sentimiento me controlara. No podía dejar que mi madre se diera cuenta. Insistiría en llevarme con su doctor una vez más, insistiría en hacerme pruebas, insistiría en que hablara. Y luego se empezaría a sentir culpable, y entonces ella caería. Como siempre lo hacía.
No. Yo tendría que estar bien, para mí, para ella. No podíamos ser dos los enfermos.
Cuando mi cuerpo empezaba a sentirse ansioso de estar en la misma posición por tanto tiempo, me levanté de la cama y me di una ducha. Veinte minutos después estaba dirigiéndome al restaurante del hotel. La máscara de indiferencia y superioridad que había perfeccionado durante los últimos años, perfectamente situada en mi rostro.
No me encontré a mis padres en todo el camino al restaurante por lo que supuse estarían aun en reunión fuera del hotel. A mi padre pocas veces le gustaba hacer sus reuniones de almuerzo allí, decía que se fijaba mucho en la forma en que los empleados funcionaban y perdía la concentración en lo que estaba discutiendo. Un perfeccionista empedernido.
En la entrada del restante me encontré a Jonas, por lo que alcancé a notar reprendiendo a dos camareros en voz baja.