Inefable pasado

Capítulo 7

Capítulo 7

Renault sonrió de forma majadera al ver cómo la mujer sentada junto a él hacía un esfuerzo supremo por sostener un poco de espagueti en el tenedor. La risa brotó de sus labios cuando este cayó en medio de sus pechos y ella, con la cara enrojecida, se apresuraba a retirarlo de allí sin ninguna ceremonia.

Amalia lo miró con furia luego de soltar el utensilio sobre la mesa, que emitió un sonoro clic, y se cruzó de brazos al tiempo que levantaba la barbilla con orgullo.

—Lo has hecho apropósito —Lo acusó—. Te imaginaste lo difícil que sería para mí comer esto y por esa razón lo recomendaste.

Renault se recostó en la silla y entrelazó las manos sobre el pecho, la observó con una ceja enarcada hasta que no pudo contener más la risa y rio sin ningún tipo de consideración.

—Ahora te ríes de mí —se quejó Amalia con una mueca—. No es nada amable de tu parte hacerlo, la gente nos ve y pensará que soy una tonta.

Conteniendo la risa a duras penas, él estiró la mano para posarla encima de la de ella, le dio unos pequeños toques.

—Me disculpo si te he avergonzado —dijo, aunque no se veía para nada arrepentido—. Pero no me reía porque pensara que eres tonta, me reía porque te ves adorable en extremo con el rostro tan concentrado, parecías una niña a la que han obligado terminar su tarea si quiere salir a jugar con sus amigos.

—Tampoco es halagador que me veas como una niña cuando no lo soy —replicó ella, sin rastro de humor—. Soy una mujer adulta, no olvides.

—Oh, te aseguro que no lo he olvidado —murmuró con voz aterciopelada y un brillo de reconocimiento en los ojos. Recuperó el tenedor de donde ella lo había tirado y se dispuso a girarlo en el espagueti—. Observa, te enseñaré cómo se hace, tienes que hacerlo girar ayudándote con la cuchara, cuando esté bien enrollado lo llevas a tu boca. Vamos, abre —ofreció con el bocado en su dirección.

Amalia se achicó en la silla.

—Todos no miran —susurró.

La expresión de Renault se tornó seria.

—Querida Amalia, debes aprender a no prestar atención a tu alrededor, la gente siempre estará presta para entrometerse en la vida de los demás, el truco consiste en no dejar que eso te moleste, tenlo en cuenta en todo momento y te irá bien. Anda, come un poco, no seas tímida —añadió, acercando el tenedor a su boca.

Ella lo pensó un poco y finalmente abrió la boca. Saboreó el espagueti y soltó un suspiró de placer que no pasó inadvertido para Renault. Este se apresuró a brindarle un poco más.

—¿Ves? No estuvo nada mal —sonrió con arrogancia—. ¿Qué te ha gustado más, el espagueti o que yo te haya dado de comer?

Amalia se envaró.

—Ya estás otras vez con esos aires de suficiencia —lo amonestó.

Renault alzó las manos en actitud sumisa.

—Eh, soy inocente de todo lo que se me emputa, no vayas a saltar sobre mí como una gata arisca —fingió estar asustado y agregó en voz baja—. Mejor pide el postre, el mesero viene para acá.

Ambos pidieron mouse de chocolate, el cual se comieron en un santiamén. Fue entonces que Renault dejó el dinero sobre la mesa y se puso de pie, instándola a hacer lo mismo. Acto seguido, salieron al sofocante calor de las calles de Florida, donde caminaron por espacio de treinta minutos antes de que ella preguntara por el auto.

—Se lo llevó mi chófer, le dejé un mensaje para que lo hiciera.

—Pues eres rápido porque no me percaté en qué momento enviaste el mensaje.

El arrumó los labios con diversión.

—Tal vez estabas perdida en mis ojos —Emitió un sonido para que callara cuando vio que ella iba a defenderse—. Es una broma, sé que el único perdido en tus ojos soy yo. Tengo la costumbre de guardar una plantilla para mis empleados, cuando quiero algo, busco el mensaje adecuado y se los envío, así de simple —explicó con calma.

Pero Amalia ya no pensaba en el mensaje, sino en su afirmación de que se perdía en sus ojos.

—Sí, aunque te cueste creerlo, me pierdo en tus ojos. Y antes de que preguntes como lo supe, tu sonrojo es más que evidente —Se detuvo y puso las manos a ambos lados de su rostro—. Es tan evidente y seductor que me insta a besarte...

—Renault...

—Pero no lo haré —prosiguió—. No hasta que seas tú quién me lo pida. Entonces te besaré, y no querré parar por un largo tiempo, te lo seguro.

Renault mantuvo su promesa por supuesto, luego de pasear un poco más, la llevó a su hotel. Allí se despidieron con un simple apretón de manos y una nueva invitación por parte de él, esta vez a cenar. La ansiedad la mantuvo despierta durante toda la noche hasta bien entrada la mañana, por eso no pudo ver las noticias en las que se hablaba de Renault, el dueño de una empresa de publicidad en ascenso, y no supo que se estaba relacionando con alguien muy por encima de ella y de su mundo habitual. Quizás si lo hubiese sabido a tiempo, no habría cometido tantos errores...




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