James estaba bastante callado mientras los demás hablaban, su mirada estaba perdida en el vaso de agua entre su manos.
Viajando en sus pensamientos, perdiéndose en ellos, volviéndose ajeno a la conversación en la mesa. Los demás pudieron notarlo.
— ¿James? — preguntó Rubén sacándolo de su trance. — ¿Todo bien?
— ¿Eh? Lo siento, you were saying?
— Te decía que justamente estoy trabajando en la construcción de un hotel aquí en México. — hablo Julieta. — Creí que te gustaría venir conmigo, puedo explicarte todo lo que quieras, ¿Que dices?
El propósito de su visita en la ciudad era deshacerse de todo aquello que lo atormentaba, poder relajarse un momento, poder ser quien él quisiera y no quien su padre lo obligaba a convertirse. Quería transformar a su hijo, no importaba si eso significara el sufrimiento del mismo, la perfección jamás ha sido tan bella como la pintan. Incluso lo deslumbrante tiene un lado oscuro.
Ellos no sabían la razón por la que se encontraba allí, ninguno de ellos en esa mesa tenía idea de las constantes peleas que tenía consigo mismo, de el odio que sentía cada vez que miraba a un espejo, la repulsión que sentía por la persona que se reflejaba en el objeto, no era nadie más que él, su peor enemigo. Su mayor lucha era consigo mismo, y no parecía estar ganando, no conseguía hacerlo.
Podían imaginarlo, si algo tenían claro era que su padre no era exactamente una persona amorosa con él, más que su figura paterna era su jefe, y él no era tratado más que como otro empleado al que hay que moldear con mano dura de ser necesario, una pieza en un rompecabezas, tan importante, pero a la vez tan insignificante a los ojos de su progenitor. Necesitaba esto, por un momento poder olvidar aquello que lo tenía atado, asfixiandolo lentamente.
La miro intentando saber si estaba bromeando, hablaba muy en serio, por supuesto que quería, era una oportunidad que no podía perder, trabajar al lado de Julieta, incluso ser simplemente un acompañante en su área laboral era un gran privilegio, no por nada era una arquitecta reconocida y su constructora una de las mejores, una sonrisa se dibujo en su rostro demostrando su emoción.
— Sí, me encantaría. — estaba emocionado, miro a Andrew. — es decir, ¿Puedo?
— Por supuesto. — contestó Andrew. — Yo tendré que ir al bufete, solo será medio tiempo.
— Por cierto. — habló Miguel. — Andrew te estaba buscando.
— ¿Donde te metiste? — preguntó Nicole.
El mismo mesero que los había atendido y con quién el pelinegro lo había encontrado se acercó a la mesa con un carrito para llevarse los platos, su mirada y la del menor se encontraron, los demás no veían nada fuera de lo común, Andrew miraba aquello, sabía algo que los demás no, y quería averiguar si fue un simple impulso, o si era la razón de aquellas terapias a las que su padre lo enviaba sin importarle el daño que le hacían.
Le entrego una pequeña nota acompañada de una sonrisa, retirándose de la misma manera en la que había llegado, en completo silencio.
Espero me llames...
Es él.
Acompañado de su número de celular, Andrew lo miraba curioso por saber que decía la nota. James pudo notarlo, tomo su celular comenzando a teclear con rapidez.
— ¿Qué es eso? — preguntó Rubén refiriéndose a la nota.
— A number. — contestó James con una sonrisa, encogiéndose de hombros así restándole importancia. — estaba en los vestidores.
Presionó enviar, pocos segundos después el celular de Andrew sonó anunciando una notificación de mensaje, lo abrió confundido al ver el nombre del menor en la pantalla.
James: La tía Anne dice que eres muy curioso, ¿Te diviertes detrás de los casilleros? (Enviado a la 01:10 p.m)
Sus ojos se abrieron de sobremanera, ganándose la atención de todos, estando a punto de ahogarse con su café.
El menor se dejo caer contra el respaldo de la silla mirándolo divertido, permitiéndose reír en silencio.
— ¡No, no! — exclamó apresurado dirigiendose al menor intentando justificarse. — fue un accidente, creeme.
— Están muy extraños. — dijo Nicole. — ¿Que sucede?
— Maybe everything, maybe nothing. — se encogió de hombros.
Los miraban interrogantes, a ambos, James no parecía estar dispuesto a hablar al respecto, y Andrew no lo haría si él no lo quería así. La discreción sería su mejor aliado para poder ayudarlo un poco a mejorar y encontrarse a sí mismo.
Eso era solo una pequeña parte de lo que necesitaba, saber quién era. Desde que tiene memoria ha sido moldeado como su padre ha querido, educado de una manera estricta, dura, aplicando a la perfección aquella popular frase, la letra con sangre entra.
Oponerse a las órdenes de su padre era un boleto directo a ser corregido como solía llamarle, era algo que ocurría muy seguido, no importaba cuántas veces intentaba silenciarlo utilizando la violencia, él seguía defendiéndose aún así creyera los insultos de su progenitor. Desde su perspectiva, James había llegado a su vida únicamente para atrasar sus proyectos, sus propósitos de vida en pareja a lado de Elizabeth. Sintiendo como el tiempo se había detenido para mal, llegando en un momento inesperado e inoportuno, él no quería un hijo, se había encargado de hacérselo saber cada vez que tenía la oportunidad, siempre recalcando el desprecio que sentía hacia él y su persona. Era educado con mano dura, literal y metafóricamente, si James era su hijo lo convertiría en el hombre que algún día sería, no alguien amable, no alguien bondadoso, no un líder, su hijo sería alguien inteligente, con un carácter tan fuerte como para negociar con el mismísimo diablo, James era un Kensley, destinado a ser un jefe en su trabajo, a tener tanto éxito como él quisiera, pero había un costo, su felicidad, la cual comenzaba a ser reprimida para que en un futuro esos sentimientos que nublan la razón no obstruyeran su camino.