Años atrás...
Casa de Anne y Robert.
Los días eran hermosos cuando podías disfrutarlos en compañía de la persona que tanto amas.
Sintiéndose perdido dentro de esos hermosos ojos claros completamente ajeno del mundo fuera de ellos. Y es que, no podía existir mayor belleza que la de esas esferas azules tan brillantes como el mismo cielo.
En más de una ocasión pudo escuchar aquello de "el amor es ciego" y vaya que lograba cargarte, una oscura venda cubría sus ojos de la realidad.
En la sala de esa gran casa se encontraba Andrew en compañía de una hermosa mujer de cabello rubio tan fino como los rayos del mismísimo sol, con un rostro angelical y una mente perversa.
Estaban visitando a la madre del pelinegro, quien parecía estar evitando a toda costa incluir a la rubia en la conversación, Robert (su esposo) no podía hacer más que darle la razón.
Las discusiones llegaban, las discusiones se iban, unas más importantes, otras más hirientes. Pero el resultado siempre era el mismo, un hijo que no quería darse cuenta del tipo de mujer a la que amaba.
Su madre daba indirectas demasiado directas acerca de la rubia que lo acompañaba, sonriendo satisfecha cada vez que esta parecía entenderlo molestándote de inmediato.
Rosa, una empleada del servicio se acercó disculpándose por interrumpir, ganándose una mala mirada de la rubia.
— ¿Qué sucede, Rosa? — Le preguntó Robert.
— Estaba organizando las cajas que me pidió, pero las últimas son muy pesadas y no puedo levantarlas.
— Andrew, cariño. — habló su madre. — ¿Podrías ayudarla? Robert se lastimó en la hacienda.
— Ya voy.
La mujer le agradeció alejándose, cuando estaba por ponerse de pie la mujer a su lado lo tomó de la muñeca impidiéndole que lo hiciera. Él solo la miraba uniendo el entrecejo.
— Deja que lo haga ella. — espetó molesta.
— Necesita ayuda.
— Es su trabajo, para eso le están pagando, deja que lo haga ella. — parecía más molesta con cada palabra que decías.
— Tranquilízate, ¿Quieres?
Se soltó de su agarre poniéndose de pie para ir a ayudarla a pesar de las protestas de la rubia.
En cuestión de segundos el pelinegro ya estaba en camino a la cocina con aquella mujer desapareciendo de su visión, dejando a su pareja más molesta que antes.
— Deberías entenderlo. — Hablo Anne. — Andrew es un buen hombre, no puede negarle su ayuda a nadie, si te tomaras el tiempo de pensar en alguien más que tú lo sabría.
— ¿Insinuas que no me importa? — preguntó Belinda. — Tú no sabes nada de nosotros, se fue de aquí para escapar de ustedes, no puedo culpar, eres una bruja.
— ¡No te permito que le hables de esa manera! — habló Robert poniéndose de pie.
— En lugar de preocuparse por mí debería hacerlo por ella que no entiende que no debería rebajar a Andrew con la servidumbre, pero qué puedo esperar si Anne y su hermano fueron uno de ellos, ¿No es así? — Anne la miraba sin poder creer que estuviera diciendo aquello. — ¡No me sorprendería que le hubieran robado a alguien como los delincuentes salvajes que ella y su hermano son!
Anne no pudo más, se puso de pie dejando caer su mano contra su mejilla estrellándose con fuerza sin piedad alguna de piel.
— ¡Mamá! — se escuchó a Andrew, quien se acercó de inmediato, Belinda fue hacia él dejándose abrazar, nuevamente entrando en su papel de víctima. — ¡¿Qué demonios te sucede?!
— No quiero volver a ver a esta mujer en mi casa. — advirtió con su pesada mirada sobre la rubia, con la ira reflejada en sus ojos verdes a punto de explotar en llamas. — Será mejor que te la lleves antes de que el "delincuente" le enseñe quién manda aquí.
— ¿Delincuente? — preguntó confundido, su mirada se dirijo a la rubia en busca de respuestas, ella solo lo veía con sus ojos de cachorrito en apuros.
— Tu madre y su esposo me estaban insultando. — mintió, lágrimas falsas comenzaron a correr por sus mejillas. — Dijeron que soy una bruja e insinúan que no me interesas en lo absoluto.
Andrew dirijo su mirada a ambos que no podían creer lo que estaba saliendo de su boca, pero lo peor, le estaba creyendo.
Tomó su saco y el bolso de su pareja entregándose.
— Entonces vámonos.
— Andrew, eso no fue lo que sucedió. — aclaró Robert.
— ¿Qué sucedió entonces? — preguntó con molestia en su voz.
— Sucede que esta mujer es una arpía cruel y mentirosa. — espetó su madre. — Si quieres irte con ella, de acuerdo, hazlo, pero no quiero volver a verla en mi casa o ten por seguro que terminaré lo que empecé. — se acercó amenazante a la mujer quien retrocedió de inmediato aferrándose al pelinegro, su esposo la detuvo antes de que pudiera intentar cualquier cosa. — Así somos los delincuentes.
Actualidad.
El sonido del agua corriendo por el río, el majestuoso canto de las aves por el cielo, entre los árboles, el sonido de la naturaleza y ese hermoso paisaje.
Sus labios unidos danzando al compás de una melodía imaginaria, con la misma ternura con la que se tomaban de las manos, con la misma dulzura en la que se miraban y sonreían.
Esa famosa sensación en el estómago estaba presente, pero pequeñas mariposas aleteando eran muy poco a lo que estaban sintiendo, se trataba de un zoológico entero bailando break dance dentro de ambos.
Una sonrisa se dibujó sobre sus labios interrumpiendo el beso tan solo de pensar en ello, volvieron a unirlos encajando a la perfección como si estuvieran destinados a estar juntos por el resto de la eternidad, y si es que habían otras, en cada una de las vidas.
De manera inconsciente se inclinó hacia ella delicadamente hasta que su espalda estuvo sobre el verde césped, sus delgados brazos se cruzaron detrás de su cuello, un beso lleno de dulzura, ambos con sus ojos cerrados experimentando cada una de las emociones que aquello les estaba trayendo.