El canto de las aves parecía ser más hermosos estando rodeado de toda esa naturaleza, se volvía una bella melodía que podía escuchar con gusto esa mañana.
Al despertar lo primero que pudo ver fue a ella a su lado, y eso le generaba una gran felicidad creciente, saber que se encontraba ahí, que estaban juntos.
Los rayos del sol se reflejaron en su joven rostro iluminando sus facciones, su hermoso cabello castaño, sus largas pestañas y, el ligero color rosado que habían adquirido sus mejillas. Su respiración era tranquila, su rostro pacifico, su agarre débil. Únicamente durmiendo. Lucia tan tranquila que no se atrevía a despertarla.
De pronto todos los recuerdos de la noche anterior llegaron a su cabeza de golpe, como es que había accedido entrar a una habitación y estar a solas con su padre, tener que hablar con él así lo quiera o no, ya no podía retractarse. No tenía escapatoria por más que la buscara.
Ciertamente no le entusiasmaba en lo absoluto tener que estar con él y sentirse obligado a mantener un tono amable y profesional, no quería hacerlo, no podía ocultarlo, todos pudieron notarlo, lo sabía.
Esa pequeña espina incrustada en sus recuerdos se volvía más profunda cada vez, impidiéndole poder olvidarlo y simplemente continuar con su vida, no podía hacerlo tan fácilmente teniendo todas esas malas experiencias tatuadas en su piel, no podía evitar aborrecer a su padre.
Si bien sabía que podía intentar retractarse y lidiar con su madre después, no podía simplemente ignorar la desesperación que se reflejaba en los ojos de su padre, parecía estar dispuesto a hacer lo que fuera por un buen abogado, él mejor que nadie sabía que no podía pagarlo, al menos no uno de renombre como lo era su hijo, si su situación económica no era terrible tampoco estaba entre las mejores. No lo estaría si seguía complaciendo los caprichos de su hija Esperanza.
Él tan solo quería mantenerla feliz, sin saber que esa era la peor manera de hacerlo.
Iba a ayudarlo porque no podía negar que le causaba cierta intriga saber por qué estaba tan desesperado, el porqué parecía haber evitado dar más información cuando Doris le preguntó al respecto, simplemente despistando con algo tan pequeño que podría resolver en un segundo. Corregir un contrato no era cosa difícil para él, y no recuerda haber visto esa misma desesperación en alguno de sus clientes por algún caso similar al suyo. Sencillamente podía deducir que no le estaba diciendo todo.
Nicole se movió un poco captando su atención, regresando su mente de nuevo a la Tierra. Ella se despertó poco a poco encontrándose con el pelinegro quien solo le sonrió tiernamente tomando con delicadeza un mechón de cabello que caía por su rostro pasándolo detrás de su oreja.
— Buenos días. — dijo ella con su voz adormilada.
— Hola. — contestó con voz suave y una pequeña sonrisa que le fue correspondida de inmediato.
— ¿En qué piensas? — preguntó levantando su mirada hacia él. — Has estado muy… distraído.
— No es nada importante.
— Ah. — no sonaba muy convencida, sus ojos miel lo inspeccionaron y por un momento podía creer que ella estaba leyendo su mente. — ¿Es por tu padre, quizá?
— No quiero hacerlo. — confesó. — Pero tengo que.
— Deberías aprovecharlo y hablar con él sobre ustedes.
— Suenas como mi madre. — dijo sin pensar mientras un bufido escapaba de su labios, ella no contestó, sólo entonces se dió cuenta. — No quise decir eso, lo siento.
— Ella tiene razón, además, ya es hora de que lo hagas, eres un adulto.
— ¿Sí lo intentó dejaras de regañarme?
— Tendrás que averiguarlo.
Él la miró con una pequeña sonrisa que pronto le correspondió, no dijo nada más, solo la tomó suavemente del mentón para después acercarse uniendo sus labios en un suave beso moviéndose con ternura.
Ayudaría a su padre con sus problemas legales, e intentaría hablar con él respecto al pasado tan solo si conseguía sentirse un poco cómodo en su compañía.
Sabía que todos tenían razón respecto a que las cosas eran diferentes, que habían pasado bastantes años desde aquel tiempo que alguna vez fue su mayor terror. Él ya era un adulto capaz de razonar y solucionar sus diferencias.
Ellos no habían vivido las cosas desde su perspectiva, esa era la diferencia. Era fácil decir que un niño pequeño debió sufrir mucho con ello, pero era muy distinto saber cómo era aquel sentimiento, el impacto que tuvo en él, cómo y cuánto lo afectó, no lo sabían, no podrían entenderlo a profundidad porque eran sensaciones que desconocían.
Nicole no quería obligarlo a hacer algo que no quería, mucho menos que sintiera que lo estaba haciendo de alguna manera, ella únicamente quería que él se diera cuenta de que ya no era ese niño indefenso, que era más valiente de lo que creía.
Podía levantarse y seguir con su vida, o podía quedarse en el suelo sin poder tomar la decisión de ponerse de pie o no.
Lo sabía. Ella quería que volviera a levantarse, que volviera a creer en su padre, la familia tenía fecha de caducidad, en algún momento ya no estarían, no quería que él tuviera la misma sensación de que el tiempo no fue suficiente, que pudo aprovecharlo mejor pero no lo hizo, no quería que tuviera arrepentimientos.
[...]
En la sala ya se encontraban los mayores con tazas de té mientras charlaban, podían escucharse risas y tonos amigables. Todos parecían ser buenos amigos, era algo que Andrew no siempre comprendía.
Estaba su madre charlando amigablemente con su cuñada, la mujer que la dejaba por debajo en el mercado, quién había arrasado con los primeros lugares en todo, quién le había quitado su título como la mejor empresaria del país, al mismo tiempo que se encontraba su esposo y su exesposo en la misma habitación hablando como si fueran grandes amigos, sus hijas comportándose como si fueran un Kensley, y su tío Harrison quién hablaba contento con los demás como si jamás hubiera amenazado a uno de los presentes con molerlo a golpes, en compañía de su mejor amigo Christopher con quién tenía una enorme rivalidad profesional.