Juanchi hurgó en unas cajas que había en el saloncito. Por la velocidad a la que había bajado del auto y entraba a la casa, Agustín pensó que su hijo tenía urgencia de ir al baño. El chico buscaba entre las cajas, donde sabía que había fotografías de toda la familia, de todos los años vividos, de recuerdos imborrables. Tenía una mínima, pero mínima, chance de que encontrara su pepita de oro e igual iba a intentarlo. Solo así iba a confirmar definitivamente “el gran secreto familiar” que le ocultaban su padre y sus tíos.
Los perritos le hicieron fiesta hasta que vieron que el chico había tirado la mochila por ahí. Ellos empezaron a olfatear lo que eran algunas galletas y unas gomitas. El hombre se apresuró a levantar aquello.
—Esto no, chicos. Ya les voy a dar sus propias golosinas, las que dejó la mami para ustedes —comentó Tin y fue a la cocina a por las barritas masticables que doña Cata había comprado cuando los llevó a la veterinaria.
Juanchi encontró una foto en específico. Eran un grupo de jóvenes, todos vestidos en una onda muy ochentera. En el medio identificó su padre, rodeado de señoritas encimosas. En un costado, a su tía Mile con otros jóvenes, entre ellos, la doctora Roberta. Y del otro extremo, otros jóvenes y, especialmente, a dos en el que el chico rodeaba con un brazo a la chica y ella bien apoyada en su hombro. Él era Nacho y ella…
—¡Tati! —volvió a exclamar Juanchi, a media voz, tomando la foto con ambas manos y alzándola. Quedó mirándola unos minutos.
Agustín, que regresaba a por los perritos, encontró a su hijo petrificado. A veces esas rarezas de su hijo le preocupaban un poco, pensando seriamente si el chico necesitaba terapia, un retiro espiritual o mejor, un exorcismo. La llegada de sus hermanos lo distrajo de sus pensamientos.
—¡Buenas, buenas! Llegamos con la compra. ¡Había un mundo de gente! —comentó Nacho, entrando con un batallón de bolsas, al igual que su hermana.
—Encima tuvimos que hacer una parada en la estación de servicio, que también había mucha gente. ¿Todo bien por aquí?
—Sí, creo que sí —dudó Agustín. Los hermanos Martínez miraron a Juanchi, extrañados. Tin se excusó—. Demasiada azúcar, seguro. Volvimos juntos porque por la tarde fue con sus amigos a tomar un helado y vayan a saber qué otras porquerías.
—Ah, ya me imagino —contestó Mile y sacó su voz de señorita maestra que hizo “aterrizar” a su sobrino—. Juan Cruz, ¿por qué no te sacas el uniforme y lo pones para lavar?
—Sí, sí, tía —dijo el chico. Guardó todo y, luego de agarrar su mochila, subió hacia su habitación.
En la casa temporaria de los Montero, luego de cenar algo liviano, Tatiana probó las delicias que su sobrina había preparado para ella. Víctor dispuso agua caliente y los tres se sentaron a preparar té con los dulces. Aprovechando ese momento, Tatiana fue a buscar una valija, que aclaró que era para su sobrina, para que lo estrenara en su próximo viaje escolar. Dentro estaba lleno de regalos.
—No es para tanto, tía. No tendrías que haberte molestado.
—Claro que lo es. ¡Has cumplido quince años, nena, no es cualquier cosa! Quiero que primero veas la ropa y me comentes si te gusta o si quieres que te lo cambie. Las zapatillas también, quiero ver si le pegué al número…
La chica fue viendo la ropa, embelesada, como si no creyera ver tantas cosas para ella. Víctor la observaba y, de repente, se dio de cuenta un detalle que antes no había notado en su hija. Tomó un sorbo de su café y se guardó el comentario, limitándose solo a observarla. Adela se sorprendía por la calidad de las prendas y porque algunas eran de marcas de moda como 47Street o Muaa, que eran la locura de las adolescentes.
—Es… increíble —sonrió la chica, emocionada por todo lo que había en la valija y todavía no estaba viendo al detalle lo que eran—. De verdad, no era necesario tía.
—Vos sos una niña increíble, Adela —dijo su tía mientras la abrazaba y se sentaba a su lado a revisar la ropa—. Sos tan buena, tan aplicada en el colegio… Te mereces esto y más.
—Gracias —dijo Adela, esta vez, dedicado a su padre.
—Lamento no habértelo dado yo el día de tu cumpleaños, pasa que mi hermana quería llevarse todo el crédito.
—Mentiroso. La verdad es que como tienes pésimo gusto ibas a hacer cualquier macana con lo que yo tenía en mente para Adela.
Adela lanzó una pequeña carcajada pues le daba gracia que ambos, a pesar de ser adultos, a veces solían pelearse como los hermanos que eran, tal como ella lo hacía con Verónica. Miró las prendas y decidió que alguna iba a cedérsela también a su hermana menor, que seguro iba a enloquecer al verlas.
Una vez terminada la parte de la ropa, pasaron a algunas cosas más “superficiales” como solía catalogar Víctor, pero que entendía que a una adolescente le iba a encantar, como algunos maquillajes, perfumes y una modeladora de cabello.
Cuando Adela pensó que había acabado todo, Tatiana le acercó unas bolsitas más pequeñas, con el sello de una importante joyería de Córdoba.
—Éstas son nuestras —aclaró ante la leve tensión de Víctor. Le guiñó el ojo, para dejarlo más calmado—. Primero el mío y el de tus primos.
Adela abrió la bolsita y era una pequeña cajita con unos aritos preciosos de plata. Los miró, comentaron algo y pasó a abrir la siguiente, que era un presente de su abuela.