Por la mañana, de camino a la consulta, pasó por la tienda de ropa y vio que el sastre estaba abriendo en ese momento.
-Buenas tarde, Jamal- dijo sonriendo Júlia, fijándose en la figura completa del hombre. En el bar no se había dado cuenta de lo ancho y robusto que era. Sin embargo, en su cuerpo no se apreciaba una musculatura marcada con formas angulosas, sino que una cierta redondez asomaba claramente tanto en vientre como en las piernas. Al llevar el cuello tan alto, no se le distinguía papada.
-Si ves algo de tu interés puedes pasar adentro.
Júlia maldijo por lo bajo y levantó la mirada. Ahí estaba él, luciendo su sonrisa completa.
-Ehh. Tengo que ir abrir la consulta. Tengo tres citas esta tarde, ¿a qué hora cierras la tienda?- dijo rápidamente Júlia, mientras su cerebro no paraba de ofrecer preguntas y respuestas alternativas- Porque el consultorio se supone que es hasta las nueve. Pero no estamos cumpliendo el horario estrictamente, debido a la falta de personal. Aunque supongo que eso ya lo sabes.
-¿Quizás otro día en el que dispongas de más tiempo?- preguntó educadamente, mientras abría la puerta del negocio y colocaba el cartel en la posición “Abierto”- Aunque creo que el mejor día, sería este jueves… Creo que si pudieras pasarte a las nueve y media, encontraremos algo que será de tu gusto. Eso sí, sé puntual. Ni antes, ni después.
Su cuerpo estaba tenso, y por un momento pareció que estaba a punto de realizar algún movimiento brusco. Júlia miró a su alrededor, en algunos portales se veía alguna persona, pero la calle se encontraba bastante vacía.
-Muy bien- respondió Júlia, notando como el hombre se relajaba instantáneamente- Entiendo que mañana nos vemos para comer.
El hombre asintió sonriendo.
-Veo que nos entendemos perfectamente. Y ahora, si me disculpas, soy un hombre de negocios, y tú tienes una consulta que abrir. Hasta mañana.
Cuando llegó el jueves Júlia estuvo todo el día pensando en su visita a la tienda de Jamal. Todavía no había entrado en ella, y tenía curiosidad por saber cómo sería el espacio.
Conforme avanzó la mañana, sintió que su mente no conseguía estar centrada. Una serie de sentimientos enfrentados, curiosidad, miedo, vergüenza, culpa, atracción se mezclaban en tu tumulto informe que solo conseguía incrementar su confusión.
Mientras seguía pensando en Jamal y trataba de ignorar los sentimientos que el hombre le evocaba, escuchó gritos en la consulta. La doctora abrió la puerta de su despacho y se encontró con una mujer desorientada que no recordaba dónde estaba o a dónde iba.
-¿Qué ha pasado?- preguntó Júlia cogiendo unos guantes, analizando las pupilas y la cara.
-La he encontrado tirada en el suelo- dijo el hombre nervioso- No recordaba a dónde iba, y estaba llorando.
La mujer movía la cabeza y empezó a sollozar de nuevo.
Júlia examinó el craneo mientras le iba haciendo preguntas, cómo se llamaba, dónde vivía, quién era su familia. La mujer respondió y se fue tranquilizando.
La contusión no parecía grave y Júlia le indicó que debía descansar unos días. También le indicó que si seguía perdiendo memoria, se mareaba, o empezaba a ver borroso tenía que ponerse en contacto de inmediato con el consultorio.
El hombre y la mujer se fueron juntos, y Júlia se sintió de nuevo más calmada. El trabajo siempre le ayudaba a estar centrada y a pesar de estar luchando contra la enfermedad y la muerte, siempre sonreía ante las victorias que conseguía.
Cerró a mediodía, y le dejó una nota a Rosa por si la mujer se presentaba de nuevo en la consulta por la tarde.
Se dirigió a su piso, ya que quedaban muchas horas hasta la cita con Jamal y tras lo ocurrido la noche anterior no tenía ganas de volver a tomar nada en Espacio Profundo.
Cuando estaba entrando en el portal, Ciriano la llamó.
Sorprendida se giró y vio que el hombre cargaba con unas bolsas de la compra y llevaba una pesada mochila a la espalda.
Estirando el brazo separó dos y se las dio. Sorprendida Júlia las miró y vio varios productos de primera necesidad en una, y comida preparada en la otra.
-Es un recado. Ya está pagado- dijo Ciriano, mientras se cambiaba de mano el peso de las otras bolsas que llevaba.
-Pero yo no he encargado nada y…
El hombre la interrumpió y suspirando levantó la vista hacia el cielo.
- Esas bolsas son para ti. Si no las quieres las tiras. Tengo muchas otras cosas que hacer-indicó interrumpiendo a la doctora que había empezado a protestar, y rápidamente se alejó calle abajo.
Júlia todavía estupefacta entró al piso.
La comida preparada era sencilla, pero rica. Un plato de lentejas con trozos de carne.
El resto de cosas las colocó en la cocina y el cuarto de baño.
Sabía de varias casas que vendían alimentos y todo tipo de objetos, desde radios hasta papel higiénico. Pero desde que había llegado, evitaba en lo posible acercarse a esos lugares.
Supuso que las bolsas provenían de ahí… No entendía cómo la gente que vivía en el barrio podía ser tan simple y a la vez tan complicada. Todo parecía realizarse de manera diferente y se sentía como una estudiante de universidad viviendo por primera vez fuera de casa. La situación era ridícula pero, a la vez, le resultaba emocionante. Había llegado a La Cubierta buscando respuestas sobre su marido, pero también deseaba un cambio de rumbo en su vida. El año desde su desaparición había sido largo y penoso. Quizás el hecho de que Marcos estuviera vinculado con este lugar, provocaba que ella también se sintiera íntimamente unida al barrio y a sus gentes.
No podía negar, que se encontraba en mitad de un puente en mitad de dos orillas opuestas. Por un lado, la incertidumbre y la tensión que notaba palpables a su alrededor en el barrio.
Y quizás como respuesta a ello, su mente se mantenía más lúcida que nunca. Se sentía valiente y capaz de hacer frente a todo en la Cubierta.
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Editado: 04.07.2021