ANDREA
«El fuego quema, pero yo destruyo». Sus palabras aún hacen eco en mi mente. Lo más probable es que no me las hubiera tomado en serio si hubiesen salido de la boca de otra persona, pero viniendo de él, parecían de lo más sinceras.
He intentado descansar, pero teniendo en cuenta la situación no he podido pegar ojo. Mi plan no ha funcionado y dudo que lo haga. El moreno no es el punto débil del trío, por lo que me será sumamente complicado sacar algo de él. Debo ser más inteligente, más...
—Levanta —ordena tirando de la sábana que cubría mi cuerpo, interrumpiendo mi diálogo interno.
Ruedo los ojos algo cansada con la situación. Odio seguir encerrada en esta horrible habitación, no obstante, he de admitir que no todo es tan malo como parece. En estas veinticuatro horas he descubierto varias cosas, la primera es que el moreno de ojos oscuros está al mando de todo. La segunda, todos son asesinos potenciales, aunque he podido distinguir tres roles dentro del trío calavera: el bueno, el malo y el peor. Por último, están demasiado tranquilos, no temen que la policía venga a por ellos y eso me inquieta porque por mucho que Mel y Kevin estén de viaje de negocios, deberían haber notado mi ausencia y, por ende, avisado a la policía de mi desaparición.
Hay algo que se me escapa y no logro saber qué.
—Te levantas o te quedas aquí con una bala en la cabeza, tú decides.
Giro para mirarlo, necesito ver su expresión para saber si habla en serio y, efectivamente lo hace. Al menos ahora sé que quiere asegurarse de ser él quien me mate y no el azar, el frío, el hambre o la sed. Podría decirse que es un paso en nuestra no-relación basada en un escaso y muy sutil sentimiento de tolerancia mutua.
—Dan, Lorenzo. —Dirige su mirada a ellos—. A la furgoneta.
El rubio cruza una mirada conmigo antes de salir de la habitación y, por increíble que parezca, logra calmarme en cierta medida. Dan es el único que ha mostrado cierta empatía conmigo y parece no estar del todo de acuerdo con cómo están sucediendo las cosas. Aún estoy intentando decidir si eso es bueno.
—Vamos.
Tira de mi brazo hasta pararnos frente a un flamante Audi R8 V10 Decennium. Abro los ojos asombrada.
Este coche es una maravilla, pasa de 0 a 100 km/h en 3.1 segundos y alcanza una velocidad punta de 331 km/h, conducirlo es como tener un orgasmo automovilístico. Lo sé, porque hace un par de meses mi padre me regaló uno por mi cumpleaños, es lo único que he sabido de él en años. Claro que si piensa que un coche con una nota felicitándome bastará para perdonar todo el daño que me ha hecho, es que no me conoce.
Una sonrisa muy bien disimulada aparece en su rostro cuando lo miro de reojo. Por mucho que se esfuerce en reprimirla puedo ver cómo los músculos de su rostro tiran del extremo de sus labios hacia arriba.
—¿Por qué llevas a una persona, que retienes en contra de su voluntad, en un coche que todo el mundo se voltea a ver?
No solo no tiene miedo de que lo pillen, sino que sabe que no me están buscando, por eso se permite correr estos riesgos.
—Psicología inversa, avellana.
—Avellaneda.
—¿De verdad crees que me importa una mierda cómo sea tu puto apellido?
—Gilipollas —murmuro entrando en el coche bajo su atenta mirada. Ya se me ocurrirá un apodo de mierda para él también.
Una oleada de sentimientos me coge por sorpresa cuando finalmente me siento en el asiento del copiloto. Aún recuerdo la primera vez que vi mi coche, estaba tan emocionada que prácticamente vivía dentro de él. Por cortesía de papá, lo habían personalizado y tenía mis iniciales grabadas con la tipografía de mamá en el centro del volante: AA. Inconscientemente mi mirada busca esa marca distintiva y, sorprendentemente, la encuentra.
¿Pero qué...?
—¿AA? —pregunto sin pensar con la vista clavada en las letras marcadas en el revestimiento de cuero negro.
—Es una edición limitada, se lo gané a un niño pijo en una carrera, hace un mes —dice sin apartar la mirada de la carretera.
Adam, juro que cuando salga de aquí voy a matarte. ¿Cómo puedes pedir prestado un coche para apostarlo en una carrera? Su versión fue que lo atracaron, estaba borracho y no supo defenderse. Admito que su actuación fue magistral, las lágrimas que rodaban por sus mejillas mientras me contaba la historia que se había inventado eran tan creíbles como la montaña de cenizas y piezas de carrocería y motor que identificaron como mi coche.
Mis manos se aferran a la elegante tapicería de los asientos, si pudiera lo mataría ahora mismo.
Me encantaría decirle que su coche en realidad es mío y que no es una versión limitada, es una personalización que no hace más que acentuar el hecho de que no-es-su-coche. En su lugar, guardo silencio, decirle eso sería darle información de más sobre el nivel económico que podría llegar a manejar y mi secuestro podría llegar a convertirse en algo más turbio y duradero.
Pasamos lo que calculo como una hora en coche, supongo que la intención era alejarnos aún más de la ciudad, de modo que mi rastro desaparezca o suficiente como para no ser encontrado, pero que esté tan cerca que ni les pase por la cabeza que podría estar aquí.
Las casas variopintas que veíamos cada varios kilómetros, dejaron de aparecer, ahora grandes árboles se erguían a ambos lados de la carretera solitaria por la que pasábamos. Hace un rato que me obligó a ponerme un trapo en los ojos para que no fuera consciente de la ubicación exacta en la que se encontraba el nuevo sitio donde me iban a retener.
Tras un par de minutos más, y ya habiéndome permitido liberar mi visión, el coche para frente a una gran casa con fachada de madera, la típica de veraneo junto al lago. Grande, elegante y perfecta para hacer fiestas, con la pequeña diferencia de que está en medio de la nada, perfecta para secuestrar o matar a alguien. Genial.
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Editado: 29.10.2024