SARAH
Mis pensamientos aún daban vueltas por todo lo que había escuchado, y mi corazón se sentía agitado, pero extrañamente liviano al mismo tiempo. Las palabras de Mikhail sobre la esperanza seguían conmigo, pero también había un dolor persistente, de esos que no se alivian solo con palabras.
Al girar hacia mi calle, sonó mi teléfono, sacándome de mis pensamientos. Al mirar la pantalla, vi el nombre de Matthew. El estómago se me apretó.
—Hola —contesté, tratando de sonar normal, pero su silencio al otro lado de la línea me inquietó—. ¿Matthew? ¿Está todo bien?
—Tenemos que hablar —dijo, y el tono en su voz me inquietó de inmediato.
Mi padre se estacionaba frente a la casa y al verme hablar solo se bajó y me dio el espacio para poder hablar con tranquilidad. Mis manos se aferraron al cinturón de seguridad.
—Me estás asustando. ¿Qué pasa? —Soltó un largo suspiro antes de hablar de nuevo.
—Sarah, tengo que volver a Estados Unidos. —Sus palabras fueron como un golpe directo a mi pecho.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Es complicado —empezó, pero pude oír la frustración en su voz—. No puedo hacer nada aquí en Rusia porque no soy ciudadano. He estado hablando con funcionarios, tratando de ver si hay alguna forma de competir, pero las reglas son estrictas. Incluso si solicitara la ciudadanía, tendría que vivir aquí cinco años consecutivos antes de ser elegible para representarlos. Es imposible.
El dolor en mi pecho se expandió como fuego, sentía que no podía respirar.
—Entonces… ¿qué significa eso para ti, para el patinaje?
—Significa que tengo que volver —dijo, ahora con voz más firme—. Necesito regresar y tratar de asegurar mi lugar en el Campeonato Nacional. Mis clasificaciones anteriores y un premio en una competencia internacional que gané hace unos meses podrían salvarme, pero tendré que hablar directamente con los organizadores y defender mi caso. Si no puedo competir allí, no tengo ninguna posibilidad en los Olímpicos este año.
Las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos.
—Matthew, yo no sé ni qué decir. Has trabajado tan duro, y ahora esto.
—Lo sé —dijo suavemente—. No es lo que planeaba, pero es mi única opción si quiero seguir adelante con nuestra promesa. —El dolor en su voz era palpable, y me rompió por dentro.
—¿Cuándo regresas?
—Pronto —respondió—. Probablemente en una semana. Estoy terminando algunas cosas aquí y haciendo los arreglos para regresar. —Me mordí el labio, intentando contener las lágrimas que ya comenzaba a salir.
—Entonces, ¿qué pasará ahora?
—Lo que pasará es que vuelvo contigo —dijo con firmeza—. Con mi familia.
—Matthew…
—Lo digo en serio, Sarah —me interrumpió—. Esto no es abandonar mi sueño. Esto es descubrir cómo hacer que todo funcione. Te prometí que lucharía por nosotros, y no voy a romper esa promesa, voy a volver.
—Pero ya has sacrificado tanto —dije, con las manos temblorosas—. Sé que todo saldrá como debe. Eres un gran patinador, y el mundo necesita saberlo.
—Tú eres mi razón —dijo con énfasis—. Si algo tengo claro es que, tú eres la razón por la que sigo luchando con esos patines. No puedes culparte por esto.
Los sollozos que había estado conteniendo finalmente atravesaron mi garganta.
—Matthew, esto no es justo. Nada de esto lo es.
—Lo sé, pero la vida no es justa, Sarah. Solo tenemos que seguir adelante. Seguir luchando y te juro que todo saldrá bien. Voy a volver con mi chica.
Hubo una larga pausa. La belleza de sus palabras era tan abrumadora que era imposible no dudar después de escucharlas.
—Prométemelo —susurré. Limpiando mis lagrimas con la manga de mi sudadera.
—Lo prometo —dijo sin dudar—. Arreglaré todo y estaré de vuelta antes de que te des cuenta.
Cerré los ojos, dejando que sus palabras calaran en mí.
—Está bien.
—Oye —dijo con dulzura—. No llores. Odio oírte llorar.
—No puedo evitarlo —admití—. Siento demasiada impotencia.
—Lo sé —dijo—. Pero lo superaremos y estaré cerca para que podamos hacerlo juntos.
Por un momento, ninguno de los dos habló. El silencio era reconfortante, un recordatorio de que, incluso separados por la distancia, seguíamos conectados.
—Te amo —dijo de pronto agitando todo en mi interior.
—Yo también te amo. —Cuando terminó la llamada, me quedé sentada en el auto mucho tiempo, mirando la calle frente a mí. El amor de Matthew me daban valor, pero aún había tanta incertidumbre, tanto miedo, y tanto por lo que luchar.
Adentro, Louis ya se había despertado y estaba sentado en la alfombra con sus cubos y cuando sus ojos encontraron los míos, chilló de alegría y corrió hacia mí con su torpe trote de niño pequeño. Me arrodillé, lo atrapé en mis brazos y lo abracé tan fuerte como mis pulmones me lo permitieron.
—Bebé —le susurré entre sus suaves rizos—. Papá va a volver a casa.
Sus diminutos deditos se aferraron a mi suéter como si entendiera cada palabra.
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Más tarde, los padres de Matthew vinieron a cenar —Alena trajo sopa y pan casero, el ambiente era algo cálido y reconfortante. Nos sentamos alrededor de la mesa, Louis riendo entre cucharadas, y por un momento, casi parecía que todos los pedazos rotos de nuestras vidas se habían reorganizado en algo pacífico.
Aun así, la culpa no me abandonaba.
—No quería que esto le causara más problemas —murmuré en voz baja, después de la cena, cuando salimos al pasillo con Louis dormido en su hombro.
El padre de Matt me miró, con unos ojos tan parecidos a los suyos. Llenos de emoción incluso en silencio.
—Sarah, tú no eres un problema. Eres la razón por la que está luchando tan duro. Mi hijo no solo quiere ganar por ganar, él quiere ser digno del sacrificio que tú hiciste. —Las lágrimas me nublaron la vista.
Asentí, sin poder hablar. Lo único que podía hacer, era motivarlo, de la misma manera en cómo él lo hacía conmigo.
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Editado: 30.04.2025